La relación entre respiración y emociones es mucho más estrecha de lo que pensamos. Así lo asegura la neurocientífica Ana Ibáñez, quien destaca que “nuestro cerebro tiene guardados cuáles son los patrones respiratorios asociados a cada emoción”.
Desde la risa hasta el llanto, pasando por la calma o el estrés, cada estado emocional se acompaña de una forma concreta de respirar que nuestro organismo reconoce y reproduce de manera automática.

Hombre respirando aire puro
Cada emoción, un patrón de respiración
Ibáñez explica que la respiración asociada al llanto es muy específica, con inspiraciones cortas y entrecortadas. Tanto es así, que incluso se podría provocar la sensación de llorar imitando ese patrón de respiración.
“Los actores hacen esto: pueden llegar a la emoción mentalmente, pero si lo hacen con la respiración, llegan mucho más rápido”, detalla. Lo mismo ocurre con la respiración de la calma, la de la risa o la que se produce bajo estrés, caracterizada por ser más corta y superficial.

Captura de vídeo
Respirar para calmar el sistema nervioso. La neurocientífica destaca que podemos usar esta conexión a nuestro favor: si estamos estresados, adoptar un patrón de respiración más lento y profundo puede inducir calma.

Una mujer respira en calma
La clave, asegura, está en que la exhalación sea siempre más larga que la inhalación. “Si necesitas bajar tu sistema nervioso, suelta el aire más lentamente de lo que lo has inspirado”, aconseja.
Existen muchas técnicas para lograrlo, pero todas comparten ese principio básico que el cerebro interpreta como una señal de tranquilidad.
Un recurso al alcance de todos
Lo fascinante de este mecanismo es que no requiere entrenamiento complejo ni herramientas externas: basta con prestar atención a cómo respiramos y hacer pequeños ajustes para influir en nuestro estado emocional.
Un recordatorio de que, a veces, la forma más sencilla de recuperar la calma está tan cerca como nuestra propia respiración.