¿Cuándo fue la última vez que jugaste? Tal vez en la playa con tus hijos, con tus amigos en una partida de cartas, o improvisando una broma con tu pareja. Si no lo recuerdas, no estás solo. Vivimos en una sociedad donde el descanso parece un lujo y el juego, una pérdida de tiempo.
El filósofo Byung-Chul Han, uno de los pensadores contemporáneos más influyentes, lleva años analizando este fenómeno. En su libro La sociedad del cansancio, el autor advierte que el ser humano ha olvidado su naturaleza lúdica y ha caído en una trampa moderna: la de la hiperproductividad.
El juego como esencia humana
“Ahora la gente se explota a sí misma en el trabajo pensando que se está realizando en la vida”, escribe Han. Según el filósofo surcoreano, la humanidad ha pasado de ser homo ludens —el hombre que juega— a ser homo laborans —el hombre que solo trabaja—. Y en ese tránsito hemos perdido algo esencial: la capacidad de disfrutar, de descansar y de conectar con los demás sin un propósito utilitario detrás.
El filósofo coreano Byung-Chul Han
Byung-Chul Han no está solo en su defensa del juego. El filósofo alemán Friedrich Schiller ya afirmó que “el hombre solo es plenamente humano cuando juega”, una frase que el autor coreano recupera para recordar que el juego no es una frivolidad, sino una forma de conexión con lo más auténtico del ser humano.
Jugar, explica, no es una pérdida de tiempo, sino una necesidad vital. Es una manera de existir sin miedo al error, de experimentar sin metas, de disfrutar del simple hecho de ser.
Amigos jugando
La psicóloga Leticia Martín Enjuto, especialista en bienestar emocional, coincide con esta idea: “El juego no es un lujo, sino una forma de conexión con lo más auténtico de nosotros mismos. Estimula la creatividad, reduce el estrés y fortalece los vínculos.”
De la autoexplotación al reencuentro con el ocio
En la llamada sociedad del rendimiento, como la define Han, el trabajo se ha convertido en una nueva forma de opresión. Ya no hace falta un jefe que presione, porque somos nosotros mismos quienes nos exigimos ser más productivos, más exitosos y más eficientes cada día.
El resultado es una humanidad cansada, que confunde realización con rendimiento. Y en ese proceso, el ocio, el aburrimiento y el juego —los espacios donde la mente se libera— se han convertido en algo casi prohibido. “Nos matamos por ser productivos, pero el hombre no ha nacido para trabajar, sino para jugar”, recuerda el autor.
Mujer ofuscada por el exceso de trabajo
Recuperar el “niño interior”
Desde la psicología, la solución pasa por reconectar con nuestro niño interior, ese que aún conserva la capacidad de asombro, la curiosidad y la alegría espontánea. “Incluso los desafíos cotidianos adquieren un color diferente cuando se abordan con una mirada lúdica”, explica Martín Enjuto. “Dejan de ser tareas mecánicas y se transforman en experiencias significativas.”
Jugar, por tanto, no es algo reservado a la infancia. Es un antídoto contra la ansiedad, el estrés y la deshumanización que impone el ritmo laboral actual.
Jugar es resistir. En una sociedad que mide el valor de las personas por su productividad, jugar se convierte en un acto de resistencia emocional. Es la manera más sencilla de recordarnos que no somos máquinas, sino seres humanos.
“Nuestra valía no depende de lo que hacemos, sino de lo que somos y sentimos”, concluye la psicóloga.
