Llantos, enfados y rabietas forman parte del día a día de muchos hogares con niños pequeños. Aunque pueden poner a prueba la paciencia de cualquier adulto, los expertos recuerdan que estas reacciones son una manifestación natural del desarrollo emocional.
Durante los primeros años de vida, los niños aún no dominan las palabras para expresar lo que sienten. La frustración, el cansancio o el deseo de autonomía se traducen entonces en explosiones emocionales. No se trata de desobediencia, sino de un proceso de aprendizaje en el que descubren cómo gestionar sus emociones y límites. El pediatra Diego López de Lara ha reflexionado sobre ello en uno de los vídeos más recientes de su canal de TikTok: “Si tu hijo se enfada por cualquier cosa y ya no sabes cómo calmarlo, no es tu culpa y tampoco es la suya”, empieza diciendo.
Las rabietas son comunes en niños de entre 1 y 3 años, aunque pueden llegar a alargarse hasta edades mayores.
“Tu labor como madre o padre no es apagar ese monstruo, es enseñarle a convivir con él”
Su cerebro no está desarrollado. El experto explica por qué nuestros hijos son capaces de reaccionar de una manera tan explosiva: “Dentro del cerebro de tu hijo vive un pequeño monstruo. No es malo ni está roto, pero está aprendiendo a funcionar. Ese monstruo se llama emoción y a veces se activa sin aviso previo”, afirma.
Primeros años de vida. Es completamente normal que en esta etapa, múltiples situaciones puedan alterar a los más pequeños: “Cuando algo no sale como esperaba, cuando siente miedo, frustración o rabia, o simplemente cuando está cansado, hambriento o sobreestimulado”, explica.
Un niño muestra su enfado
Explicación. La parte que lo ayuda a calmarse, pensar antes de actuar y controlar sus impulsos, la corteza prefrontal, todavía está en desarrollo. Se trata de la zona del cerebro que gestiona nuestro estado emocional y racionaliza lo que está sucediendo. En cambio su amígdala cerebral, que es la que detecta los peligros, está hiperactiva.
El miedo y la ira. La amígdala cerebral hace que los niños queden a merced de sus emociones más primarias: “Eso significa que su cuerpo reacciona con fuerza aunque no haya un peligro real. Lo sé porque lo he vivido como padre y como médico. Detrás de cada rabieta hay un cerebro inmaduro que no necesita castigo. Necesita contención, calma y repetición. Una y otra vez”, destaca.
Recomendación. El médico finaliza su intervención con un mensaje para todos los padres: “Tu labor como madre o padre no es apagar ese monstruo, es enseñarle a convivir con él. Y no lo harás de un día para otro. Pero si entiendes cómo funciona ese pequeño monstruo, todo empieza a tener sentido”, termina diciendo. No se trata de imponer calma, sino de mostrar con el ejemplo que las emociones pueden entenderse, nombrarse y gestionarse. Cuando los adultos cambian la mirada, las rabietas dejan de ser un campo de batalla para convertirse en una oportunidad de aprendizaje compartido.

