‘Maria Stuarda’, meretriz y bastarda (★★★✩✩)

Crítica de ópera

Ambas reinas, la católica Stuarda y la protestante Isabel I, luchan vocalmente con la garra de divas dos legendarias

Una escena de 'Maria Stuarda' en el Real

Maria Stuarda (Lisette Oropoesa) se humilla ante su prima, Elisabetta (Aigul Akhmetshina) en una escena de la ópera 

Javier del Real / Teatro Real

Maria Stuarda (1835) de G. Donizetti
★★★✩✩
​Intérpretes: Oroquesta y Coro del Teatro Real. Dirección musical. Coro: José Luis Basso. Dir. Mus.: J. M. Pérez Sierra. Dirección Escénica: D. McVicar. Coproducción: Teatro Real, Liceu, La Monnaie, Festival Donizetti de Bergamo y Ó. N. de Finlandia. Lugar y fecha: Teatro Real (14/12/24)

Un difícil debut rol solventado con técnica y savoir faire, una reina Elisabetta de voz impactante y una producción tradicional con un foso de tempi belcantista preverdiando, así fue el estreno de Maria Stuarda de Donizetti en el Teatro Real de Madrid.

Una de las actuales reinas del repertorio belcantista, Lisette Oropesa, ha escogido el Teatro Real para debutar un rol icónico del repertorio. Maria Stuarda es una de las óperas clave de Donizetti, por su visionaria dramaturgia, inspirada en la obra de Schiller, que anuncia a Verdi, y porque los roles de ambas Reinas, la católica Stuarda y la protestante Isabel I, luchan vocalmente con una garra propia de dos divas legendarias.

Oropesa desentrañó la extrema dificultad del rol con argucia belcantista, midiendo el rol con precisión y prudente para llegar al final catártico con las fuerzas suficientes

Oropesa desentrañó la extrema dificultad del rol con argucia belcantista, midiendo el rol con precisión y prudente para llegar al final catártico con las fuerzas suficientes. La voz responde con elasticidad y buscando los colores de un timbre todavía acostumbrado a roles más ligeros. Un trabajo loable que ganará con cada función en otro triunfo personal para Oropesa, quien vive un momento determinante de su estelar carrera a la búsqueda de ampliación de repertorio.

La jovencísima mezzo rusa Aigul Akhmetshina, ¡de tan solo 28 años!, fue una Elisabetta arrolladora. De canto expansivo, generoso y con una columna de voz de incólume volumen y compacto color, marcó con fiereza la ambición de su personaje y la dureza de su carácter. El contraste de ambos instrumentos forjó una lucha vocal donde triunfó el espectador aficionado al belcanto romántico.

La jovencísima mezzo rusa Aigul Akhmetshina, ¡de tan solo 28 años!, fue una Elisabetta arrolladora, de canto expansivo y generoso

El Leicester del tenor jerezano Ismael Jordi fue un dechado de elegancia, fraseo y adecuación a un rol ingrato para el que el tenor andaluz no tiene secretos.

La nobleza del canto y articulación del bajo italiano Roberto Tagliavini convirtió a Giorgio Talbot en el consejero ideal de la atormentada Stuarda. Así también la frescura y contun-dencia de la voz baritonal del joven polaco Andrzej Filończyk, como Lord Cecil, quien se lució en el trio junto a Oropesa y Jordi.

El aplauso al número solista del coro, un caso inusual en Maria Stuarda, supuso el éxito de Intermezzo, titular del Teatro Real, y fue una de las alegrías de la función. Un galón más para el trabajo de su director titular, el siempre eficaz e inquieto José Luis Basso.

Maria Estuarda en el Liceu

Maria Estuarda en el Liceu

Javier del Real / Teatro Real

El trabajo de José Miguel Pérez-Sierra al foso, acentuó en demasía el carácter romántico por encima del belcantismo. Si bien fue un atento acompañante de las voces, la orquesta sonó demasiado forte, desde una obertura desmesurada, con tempi a lo largo de la ópera donde dinámicas contrastadas se alternaron con un fraseo orquestal de estilo proteico.

La producción de David McVicar, fue fiel a su estilo neotradicional, basado en una lectura shakespeariana desde el texto original de Schiller, tamizado por el drama belcantista de Donizetti.

Con un juego de luces oscurantista, que anuló un poco la belleza del vestuario, en busca de cuadros mayestáticos y pictóricos en la tradición de la iconografía de los frescos reales históricos.

Lástima que recursos tan poco favorecedores como la tela rojiza con dos manos en lucha por el poder, representado por un globo crucífero, de aspecto naïf y escolar, así como obviedades como esa pared de fondo dorada con ojos y orejas, en relación al todo lo veo y escucho del poder, fueron recursos escenográficos de una superficialidad sonrojante.

McVicar contrastó ese desatino con una dirección de actores muy teatral y dinámica, en la tradición de la decana escuela inglesa del drama isabelino.

Una agradable oportunidad de revisitar una de las óperas icónicas del belcantismo doni-zettiano, con un par de voces protagonistas de indudable atractivo vocal.

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