Rachel Eliza Griffiths (Washington D.C., 1978) sonríe a cámara. Se la ve feliz y, sobre todo, relajada. Como ella misma reconoce, hacía tiempo que le apetecía tener un poco de paz en su vida, aunque la promoción de un libro muchas veces signifique todo lo contrario. Acaba de llegar a las librerías la traducción al castellano de su primera novela, Promesa (Random House), que sigue a las hermanas Cinthy y Ezra Kindred, dos jóvenes que pertenecen a la escasa comunidad negra de Salt Point y que viven en sus propias carnes la oleada racista que imperaba en el país a mediados de los 50.
Un terror e incertidumbre que cree necesario recordar más a menudo para evitar que se repita. En su casa lo hace. El acoso que Eliza ha recibido desde que empezó su relación con el también escritor Salman Rushdie, 32 años mayor que ella, no ha privado a ninguno de los dos de fortalecer sus lazos, pasar por el altar y “crecer como personas” gracias a hablar de inquietudes vitales y literarias como esta. Cuando, horas antes de dar una rueda de prensa, la autora habla con La Vanguardia sobre el presente y, también, el ajetreo y miedo vividos en su casa en los últimos meses, contesta emocionada. Aunque, también, muy firme en sus convicciones.
Resulta inevitable preguntarle cómo están usted y Rushdie y cómo vivió el ataque con un cuchillo a su marido.
Ya no soy la misma persona. Fue la época más horrorosa de mi vida, peor incluso que la muerte de mi madre o amigos. Es terrible luchar contra esa violencia tan estúpida que ha tenido que sufrir y todavía hoy sufre el que considero el amor de mi vida. Pero seguimos adelante y poco a poco vamos recuperando nuestro día a día y una relativa calma.
El mes que viene tiene lugar el juicio contra el atacante.
Será, sin duda, un momento difícil pero, al mismo tiempo, necesario para avanzar. Nuestro amor es el que nos lo permite. Es tan fuerte, que estoy convencida de que es esa energía la que lo salvó. Solo llevábamos once meses casados cuando todo sucedió. Puedo decir orgullosa que nuestro matrimonio es muy sólido en vista de todo lo que ya ha superado.

Ataque con un chuchillo a Salman Rushdie
Pese a ello, la gente insiste en meterse en su trabajo y su vida privada. ¿Siente que se han multiplicado las actitudes machistas hacia usted desde que empezó su relación?
Este tipo de cosas tienen el poder o fuerza que yo le dé. Es machismo y sería imposible dedicarme al arte, a la fotografía o a la escritura si constantemente mirara si mi alrededor siente que tengo el derecho para hacer algo propio. Es agotador que haya gente que lo vea más a él, claro. Pero, desde niña, me reconozco como una mujer fuerte y he aprendido a escoger mis batallas y dejar a un lado las que merman mi energía. No soy nadie para decirle a la gente cómo debería mirarme. Prefiero quedarme con el respeto y admiración que muchas personas nos muestran a ambos y que también tenemos entre nosotros.
En su novela también muestra la gran admiración que tiene a sus padres. A ellos les dedica sus líneas.
Mi madre murió hace diez años. Yo llevaba tiempo dándole vueltas a escribir una historia como esta, en la que me adentrara en el mundo que ella creció. Recuerdo tener mi mano sobre la suya y, entonces, dio su último respiro. Sentí un dolor masivo y ahí mismo me comprometí, me hice la promesa, y de ahí en parte el título, de que tenía que escribirla. Me ha llevado varios años pero aquí estoy.

La poeta y escritora Rachel Eliza Griffiths
La ambienta en los años 50.
Muchos la bautizan todavía hoy como la época dorada del país, pero no fue así para la clase trabajadora ni para las mujeres. El control de sus cuerpos y de su vida y cómo todo esto afectaba a su salud mental. No podemos hablar de Estados Unidos sin hablar de raza, clase o género. Y mucho de lo que cuento no dista de lo que sucede ahora. Existe a día de hoy una guerra contra las mujeres de nuevo. La historia se repite y no aprendemos. Estamos volviendo a los años 50.
¿El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca y sus políticas promueven ese retroceso?
Es evidente que sí, esa es mi opinión. Pero, por ahora, estoy más en un modo contemplativo. Me fijo más que nunca en mis vecinos, en su cultura, sean blancos o negros, pues muchos también están a favor de este programa y han caído en la propaganda.
Por segunda vez.
La primera vez no paraba de preguntar qué había podido suceder. Lo achacaba al desespero o al desconocimiento. Ahora, con la reelección, simplemente siento vergüenza.
La primera vez no entendía qué sucedía. Pero, ahora, siento vergüenza con la reelección de Donald Trump"
¿Se resigna?
Se podría decir que, como mujer negra que soy, ya nada me sorprende. ¿Cómo iba a parecerme extraño el resultado de esta votación conociendo que vivo en un país en el que se sigue abusando y menospreciando a la gente negra y demás minorías como si fueran del servicio? Lo único que espero es no morirme sin ver un cambio de mentalidad. Nuestros antepasados también lo esperaban y lucharon, pese a saber que no verían este cambio radical. Espero yo sí poder hacerlo y para ello colaboro por el cambio como puedo.
¿A qué se refiere?
Cuando era más joven salía a las calles. Que lo haga menos ahora no significa que sea pasiva. Con libros como este, en el que reivindico una serie de valores, aspiro a que el lector reflexione sobre pasado y presente, y sobre si lo que vive hoy es muy distinto en algunos aspectos a como era entonces. Empezando por algo tan simple como los apellidos.
Usted conserva su apellido de soltera.
Deberíamos aprender de países como España, que mantienen los dos. Si yo pudiera, añadiría también el nombre de mi madre para honrarla. Está bien estar casada y tener a la vez ese espacio propio. Es una opción y creo necesaria tener esa libertad para escoger. Mis antepasados vienen de una historia en la que los esclavos ni podían casarse ni elegir su apellido, pues tomaban el de su amo. Solo con eso vemos cuán importantes son los nombres y apellidos. Son nuestra identidad y la de nuestra familia, y no quiero perder eso. ¿Quién, voluntariamente, querría? La tradición, a veces, pesa demasiado.