Con una exposición en el icónico Museo de Arte Moderno de Río rehabilitado para los líderes más poderosos del planeta para el G20, las vanguardias del arte moderno brasileño dieron un golpe de efecto en su propio país el pasado mes de noviembre.
Ahora, sendas exposiciones en Londres, París y Bilbao lo llevan al escenario internacional. “Hay un aumento de interés en el modernismo brasileño; la gente, por lo general, no lo conoce “, explica en una entrevista Adrian Locke, uno de los comisarios de una nueva muestra del arte moderno brasileño que ha abierto esta semana en el Royal Academy de Picadilly. “Tal vez, el mundo abre los ojos”, añade.
La nueva exposición Brasil! Brasil! The Birth of Modernism (hasta el 21 de abril) incluye a los pioneros del modernismo brasileño como Tarsila do Amaral, Candido Portinari, Anita Malfatti, Flávio de Carvalho, Vicente do Rego Monteiro y Lasar Segall.
No solo coincide con la muestra Uma história da arte brasileira, que estará en el MAM de Rio hasta finales de marzo, sino también con una retrospectiva de la cada vez más cotizada Amaral que, tras permanecer en el parisino Museo de Luxemburgo de París hasta el 2 de febrero, viajará ahora al Guggenheim de Bilbao, donde se inaugura el próximo viernes 21. El Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York escenificó una retrospectiva de la obra de Amaral en 2018.
La exposición londinense, que procede del Zentrum Paul Klee en Berna (Suiza), revisita aquel momento explosivo para el arte y la poesía brasileño a partir de la Semana Modernista de São Paulo en 1922, año de la publicación de las obras referencia para el modernismo en inglés La tierra baldía de Eliot y el Ulises de Joyce.
En los sucesivos manifiestos Pau-Brasil (1924) y Antropófago (1928) un grupo de poetas brasileños liderados por Oswald de Andrade, con el apoyo de pintoras como Malfatti y Amaral, reivindicaron un modernismo a la vez brasileño y cosmopolita.
Para ello, siguiendo el concepto de los indígenas tupí del “hombre que devora al hombre”, plantearon la necesidad de “ingerir” la cultura dominante de las vanguardias europeas y digerirla con el arte indígena y africano brasileño para generar una nueva modernidad brasileña. Solo así se superaría el colonialismo cultural. “Tupí or not tupí”, bromeó Andrade. Andrade y Amaral formaron durante unos años la pareja mas bohemia de São Paulo, conocida como Tarsiwald.
Los modernos brasileños no tuvieron que realizar fantasiosos viajes mentales a África o Asia como Gauguin, Picasso o Kirchner para lograr la ruptura con la cultura burguesa y las academias. Ya tenían inspiración “primitiva” en las propias culturas populares indígenas y afro.
El resultado: grandes obras surrealistas de Amaral como Abaporu (en el MALBA de Buenos Aires) y Antropofagia (en la Pinacoteca de São Paulo). Hija de un hacendado cafetero que se fue varias veces a París en los veinte y volvió a Brasil con los mismos trazos que Léger, Amaral empezó a desarrollar un exuberante surrealismo tropical que utilizaría en cuadros como Lago (1928), incluido en la exposición de la Royal Academy.
Asimismo, Portinari y Segall –judío lituano que, tras estudiar con Otto Dix en Dresden, emigró a São Paulo– innovaron con un modernismo que reciclaba las vanguardias europeas –desde el surrealismo al cubismo– para crear su propio modernismo brasileño incorporando elementos del arte popular.
Segall y Malfatti, cuya obra también se inspiró en el expresionismo alemán, fueron figuras clave en la Semana Modernista. El retrato de un Andrade desconfiado pintado por Malfatti en 1925 que se expone en la Royal Academy evoca más la República de Weimar que el modernismo tropical.
Portinari, al igual que los muralistas mexicanos, era militante del Partido Comunista y defendía un arte con un fuerte compromiso político, plasmado en sus impactantes retratos de campesinos y en las denuncias contra la pobreza y el hambre en su famosa serie sobre los migrantes del noreste. Para otro pintor de la vanguardia modernista Emiliano Augusto Cavalcanti —una ausencia extraña en la muestra de la Royal Academy—, el movimiento cultural vinculado a la antropofagia era el precursor del realismo mágico latinoamericano.
Los modernos brasileños no tuvieron que realizar fantasiosos viajes a África o Asia como Gauguin o Picasso
Todo sirvió para forjar una nueva identidad cultural brasileña arraigada en un pueblo mestizo y sincrético enfrentado al colonialismo cultural de EE.UU. Y Europa. Pero, incluso un siglo después, el norte global no hace suficiente caso. “Es importante que Brasil también sea reconocido por su arte”, dijo otra comisaria de la muestra en Londres, Roberta Saraiva Coutinho, ex directora del Museo Lasar Segall de São Paulo. Curiosamente, el arte producido después de la Segunda Guerra Mundial por líderes del llamado movimiento neoconcretista, como Hélio Oiticica y Lygia Clark, tiene mayor reconocimiento internacional que los modernistas.
Llama la atención el contraste con México. Pintores mexicanos como Diego Rivera, Frida Kahlo, David Siqueiros y otros ya son estrellas mundiales. Los brasileños, en cambio, han ido de más a menos. Cuando la Royal Academy celebró su primera muestra de arte moderno brasileño en 1944, “Portinari era tan conocido como el mexicano Diego Rivera”, dice Locke. En 1940, el Detroit Institute le dedicó una retrospectiva al artista brasileño. Pero el interés disminuyó. “El Estado mexicano ha resultado mucho más adepto a exportar su arte”, resume Locke.
Otra explicación puede ser que Amaral, Cavalcanti o Portinari no mantuvieron la misma calidad de obra que Rivera. Como se podrá comprobar en la muestra en Bilbao, las genialidades de los cuadros antropófagos de Amaral ensombrece otras obras como Vendedor de frutas y A cuca, ambos pintados en 1924.


