En este artículo sobre los Oscars, voy a escribir sobre lo general y sobre lo particular. No me gusta hablar de tendencias, prefiero hablar de mutaciones. Las tendencias, basadas en estadísticas, son engañosas mientras que las mutaciones son constatables. De un tiempo a esta parte, frente a películas muy hollywoodienses como fueron Schindler List, Forrest Gump, Titanic o El señor delos anillos, en los últimos años, nos encontramos con películas muy confidenciales como Parásitos, Nomadland, Moonlight o Coda.
Esta mutación ha llevado a una uniformización generalizada que no era fácil de prever. Hemos perdido diversidad. Ahora mismo, se han fusionado las películas indies americanas con las películas de autor europeas y han desaparecido del mapa las variantes de gran cine made in Hollywood con cierta gravitas tipo Million Dollar Baby o American Beauty. Han desaparecido también las películas realmente exigentes y originales como El sabor de las cerezas o Elephant, por citar dos películas que ganaron la Palma de oro en Cannes, pero que no tuvieron ni una sola nominación en los Oscars.
Las películas que acceden últimamente a las máximas categorías me parecen falsas, diseñadas con una ortodoxia ideológica muy medida y con una estética kitsch cercana al videoclip. Sería bueno recuperar películas como El Padrino, Alguien voló sobre el nido del Cuco o El último emperador. Eran películas originales con vocación de llegar a públicos amplios. Eran magistrales. Y ahora voy a lo particular. La mayoría de las películas nominadas en las principales categorías este año no me producen ni frío ni calor. Ni la impecable, pero desesperanzada, Anora, ni las disparatadas, por no decir algo peor, La substancia, Emilia Pérez o Cónclave.
Anora es a la que menos reproches puede hacérsele y, en ese sentido, creo que ha ganado merecidamente, pero presenta unos personajes muy oscuros y con una visión del ser humano muy descorazonadora. En mi opinión, la gran película del año ha sido Aún estoy aquí. Me cuesta entender que Walter Salles no fuera nominado como director ni que tampoco lo fueran sus guionistas. Aún estoy aquí muestra a una víctima que no se victimiza. Tal vez por eso haya sido penalizada en algunas nominaciones.
Vivimos en un mundo que exige que la víctima se instale en un victimismo de salón y lo pasee a la luz de todo el mundo. En Aún estoy aquí, la víctima es una mujer que es secuestrada, torturada y cuyo marido ejemplar es asesinado de la manera más horrible. Una mujer que prioriza a sus hijos, que saca adelante a su familia y que se va en silencio fuera de los focos, tras una enfermedad terrible como el alzhéimer. Se va, como no, rodeada de hijos, cuñados y nietos. Se la recomiendo a todo el mundo. Por cierto, ha ganado película extranjera, que no es poco.