Katharina Volckmer: “En la ficción no hay gente gorda, a no ser que sea el graciosillo”

Entrevista

La autora alemana, que escribe en inglés, publica 'Polvazo', ambientada en un call center de quejas sobre paquetes vacacionales

Katharina Volckmer trabajó en un call center y de aquella experiencia traumática ha surgido su nueva novela

Katharina Volckmer trabajó en un call center y de aquella experiencia traumática ha surgido su nueva novela

LIZ SEABROOK

Una autora alemana que vive en Londres y escribe sus novelas en inglés pero las publica antes en francés y, en este caso, en español. “Pues sí, parece que he abrazado el proyecto europeo”, bromea Katharina Volckmer, que encuentra en el acto de travestismo sutil que supone escribir en otra lengua el coraje necesario para decir cosas impertinentes. Su primer libro, La cita (Anagrama/La Campana, 2020) llevó el subtítulo “historia de una polla judía”. Allí encerró a una mujer alemana con un psicoanalista también alemán, y judío, en una consulta de terapia y fue desenterrando varios traumas de país, entre ellos lo que llama la “reacción histérica” ante el Holocausto y la vergüenza de formar parte de la Tätervolk, la nación de los perpetradores. No es sorprendente que el libro tardase en encontrar una editorial alemana, puesto que era una patata caliente que no todo el mundo quería desenvolver.

Política

"Los alemanes ya no podemos seguir ignorando la presencia de la extrema derecha”

Su segunda novela, Polvazo (Anagrama) –el título original es mucho más aséptico: Las llamadas podrán ser grabadas por motivos de formación y control–, traducida por Inga Pellissa, transcurre en un call center de Londres al que llaman viajeros descontentos con sus paquetes de vacaciones y es una tragicomedia de oficina, entre otras cosas. Su protagonista es un italiano con sobrepeso que ni siquiera tiene un nombre apropiadamente italiano. Se llama Jimmie, es orgullosamente obeso, y su vida es un desastre.

Materialismo

“El cuerpo que tienes te permite vivir unas experiencias y te niega otras. Pero fingimos que no”

Los periodistas siempre estamos intentando arrastrar a los autores al fango de la actualidad, pero entenderá que no puedo evitarlo. ¿Cómo afrontó los recientes resultados electorales en Alemania?

Hemos visto cosas terribles, como Trump y el Brexit, pero aun así, no tenía escenarios de horror en mi cabeza. No pensé que AfD tendría una mayoría, aunque sabía que sacarían buenos resultados en el Este. De alguna extraña manera, desde hace un tiempo he adoptado un raro optimismo para enfrentarme a la extrema derecha, porque creo que ellos nos quieren asustados. Cuando vi por fin los resultados pensé que los alemanes ya no podemos seguir negando la presencia continuada del extremismo de extrema derecha. Siempre ha estado ahí, y lo podías ver si tenías los ojos abiertos. Lo que sí me entristece, y ahí no puedo ser optimista, es que el país está dividido geográficamente de nuevo y no hay mucho que hacer. Es importante seguir hablando porque va a costar mucho devolver a la gente a los partidos democráticos.

No solo es una división geográfica, también de género. Los votantes de la ultraderecha son en su gran mayoría hombres.

Personalmente sueño con un matriarcado, y creo que las estructuras patriarcales hacen posible no solo la violencia contra las mujeres y la gente queer, sino la violencia contra todo tipo de gente. Casi parece que están agarrándose a la desesperada a lo que sienten, porque el mundo es caótico y terrorífico ahora mismo. Están como aferrándose a ese modelo. Y también creo a la vez que estamos llamando a todo “fascismo” y no hay una definición de fascismo sobre la que nos podamos poner de acuerdo. Es, de alguna manera, una palabra vacía.

Tras La cita, habló en sus entrevistas de un antirracismo sobreactuado por parte de los alemanes. ¿Eso sigue vigente, viendo los resultados de AfD?

Esto sigue siendo cierto si hablamos del Vergangenheitsbewältingung, el proceso de asumir el pasado nacionalsocialista. Y que todavía tiene sentido si hablamos de cierta gente, pero la manera en la que hicimos la Historia y ya la manera en la que hablamos de la Historia, es como que silenciamos a la gente que no debíamos. La gente de extrema derecha es abiertamente negacionista. Van a los campos de concentración y dicen: nada de esto pasó. Y esto en parte es una respuesta a la narrativa que nos hemos buscado para nuestro pasado, que no ha sido siempre adecuada. Ahora tenemos una parte de la población que quiere estar orgullosa de sus soldados. El completo desdén por la inteligencia, por los expertos, los científicos, los historiadores es una tendencia tristemente al alza, creerte antes a una persona aleatoria en Facebook que a un experto.

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Polvazo es, entre otras cosas, una novela de oficina. ¿Por qué le atraía el género?

Se debe en parte a que yo trabajé en un call center también y es una experiencia que mucha gente ha tenido. Me interesa lo que el trabajo le hace a la gente, cómo afecta a nuestras vidas y cómo no encontramos la manera de estar cómodos, porque el trabajo muchas veces nos enferma. A la vez, hay aspectos que me reconcilian. Me interesaba especialmente el tipo de trabajo en el que la gente es invisible, como un call center, y lo que esto te genera. Todos hemos hecho llamadas horribles y hemos dicho cosas horribles a alguien a quien no podíamos ver. En mi experiencia, la gente que llama está muchas veces muy sola y yo estoy muy interesada en la soledad.

¿En qué tipo de call center trabajó?

Trabajé en dos, uno en el que vendía suscripciones de periódico y fue verdaderamente horrible. Lo hacía tan mal que el médico me mandó a casa porque cada vez que cogía el teléfono me ponía a reír como una histérica. Tuvo un impacto muy negativo en mi salud mental. Después trabajé en uno muy parecido al de la novela. Un día descubrí que existe un call center que solo se ocupa de las quejas sobre el transporte público de Londres. Imagínese. Personas que están ahí ocho horas al día echando a gente que les cuenta que perdieron el tren o llegaron tarde al trabajo. Encontré fascinante también la intimidad que se crea con alguien a quien no puedes ver. La gente que trabaja en los call centers googlea a las personas a las que debe llamar, aunque se supone que no debes hacerlo. Estrictamente hablando, no es legal, pero se hace de todas formas. Esa gente invisible es importante en nuestra vidas de muchas maneras.

Hay una breve descripción de la industria turística que, aunque hable de las Maldivas, podría estar hablando de cualquier lugar sobreexplotado. Llama un cliente desde sus vacaciones y el operador piensa en “los países profanados para construir esas fachadas, los hábitats obligados a retroceder” con tal de que los clientes regresen “con un cuerpo mejor, bronceado, relajado e idealmente bien follado”.

La industria turística es como una visión de horror para mí. Hay algo terrible en la manera en que viaja la gente. Usted está en Barcelona, y no paramos de ver en las noticias que allí se está gestando un gran sentimiento antiturístico. Cuando escribí el libro, coincidió en parte con la pandemia, así que tuve tiempo para reflexionar sobre eso, sobre los paisajes destrozados y los animales que mueren porque la gente se quiere sacar selfies con ellos. Parece algo absurdo y fuera de control. Qué sacas de esa experiencia? Otra cosa que me interesa es que mucha gente no está feliz cuando va de vacaciones, pero tienes que hacer ver que sí porque te has gastado mucho dinero y son tus días libres, existe una presión extra.

Imagen de un 'call center' sin personal

Imagen de un 'call center' sin personal 

Asociación CEX / Propias

Hábleme de Jimmie, el protagonista. ¿Qué relación ha acabado teniendo con él?

Tengo una relación muy afectuosa con él y, de hecho, no me gustan los libros cuyos autores detestan a sus personajes. Deberías tener cierto amor hacia ellos o por lo menos, respeto. Deberías honrarlos como seres humanos. Jimmie es pura ficción, nunca le he conocido, aunque ahora a veces siento que lo veo por la calle. Él es un poco cabrón, pero le amo.

Otra cosa que queda muy clara en esa oficina es que existe una jerarquía social, no solo sexual, basada en los cuerpos. Tus perspectivas laborales y vitales dependen de lo atractivo que resultes y poco más.

Es que nos pasamos la vida negando esto porque está mal visto. No creemos que existan esas dinámicas y jerarquías, pero claro que existen y que dominan nuestras vidas. El tipo de cuerpo que tenemos nos permite tener unas experiencias y nos niega otras. Y en el trabajo se ve muy claramente porque es como la cárcel, cuando estás ahí encerrado empiezas a encontrar a gente atractiva que no te lo parecería fuera. Pero está muy mal visto hablar de eso. Tenemos que hacer ver que no está pasando. Mi personaje, Jimmie, tiene sobrepeso y, si tienes sobrepeso, sabes que no figuras en esas fantasías oficiales. Está muy limitado lo que oficialmente se nos permite encontrar atractivo. Nuestros estándares de belleza no son nada interesantes, no son inclusivos. En televisión ves todo tipo de gente, pero no hay gente gorda, cuando la mayor parte de gente de la calle lo es, incluida yo. He tenido sobrepeso toda mi vida y me parece extraño lo infrarrepresentadas que están las personas como yo.

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¿También en las novelas? Cuando Sally Rooney publicó Intermezzo hubo una corriente crítica en redes que la acusó de crear solo personajes hiperdelgados y de romantizar la delgadez. ¿Es gordofóbica la ficción contemporánea?

Qué interesante. No seguí ese debate sobre Rooney pero creo que tienen razón quienes dicen eso, sí que es gordofóbica la ficción contemporánea. No hay gordos y si los hay tienes que ser el gordo gracioso, no puedes ser una persona seria y gorda.

Porque se entiende que una persona gorda es siempre una figura trágica.

Sí, por eso en la novela me interesaba jugar con eso. Jimmie siente cierto orgullo de su gordura. Cuando estás gordo, se te demoniza por estar destrozando el sistema sanitario, por tener diabetes o lo que sea, debido a esa absurda idea de la cultura de la salud que tenemos.

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