Galopar, pero ¿hacia dónde?

Opinión

El eurodiputado Jaume Asens ha publicado Los años irrecuperables (Ed. Península), unas memorias parciales sobre su actividad como abogado amante de las indefensiones flagrantes, politólogo, filósofo y mediador en conflictos propios del convulso universo de las izquierdas. Es un libro interesante y útil, en el sentido que nos permite acceder a un testimonio que, aunque sea de parte, aporta un conocimiento de momentos claves de la política catalana y española. Haber conocido y amado los afectos y desamores de personajes cruciales de la historia reciente sitúa a Asens en un mirador privilegiado que a veces lo lleva a anteponer la discreción a la cruda descripción de las evidencias. Compartir la educación sentimental propia de la izquierda le ayuda a interpretar unos liderazgos y movimientos enfermos de cainismo orgánico y sectarismo narcisista.

El eurodiputado y dirigente de los Comunes, Jaume Asens, posa durante una entrevista con Europa Press tras la reciente presentación en Madrid de su libro 'Los años irrecuperables', publicado por la editorial 'Península'.

El eurodiputado y dirigente de los Comuns, Jaume Asens

Fernando Sanchez/EP

De Ada Colau a Yolanda Díaz pasando por Pablo Iglesias y Carles Puigdemont, el viaje de Asens permite al lector informado enriquecer su punto de vista y, al mismo tiempo, confrontarlo a un relato que nunca esconde su denominación de origen. En la forma, puede que Asens abuse de las citas, un vicio definitorio de esta tradición retórica asamblearia. De vez en cuando, comete algún pecado de cursilería lírica que, con la banda sonora adecuada (pienso en Mikis Theodorakis o el Ennio Morricone de Sacco y Vanzetti), podemos llegar a confundir con emociones de alto voltaje colectivo.

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Desde las primeras páginas, Asens admite su voluntad de recordar para evitar el olvido y no dejar la memoria en manos de la asepsia académica. “El olvido borra, la memoria transforma”, escribe, y cuenta que el título, Los años irrecuperables , era la segunda opción de lo que acabó siendo El mundo de ayer de Stefan Zweig (que forzó el pesimismo hasta la radical coherencia del suicidio). Asens, en cambio, confía en la paciencia y la esperanza, que considera más eficaz que el optimismo. En la catequesis laica, el optimismo (de la voluntad) tiene avaladores tan respetados como Antonio Gramsci, que lo confrontaba al pesimismo de la razón. La esperanza, en cambio, es un combustible retórico prostituido por el exceso de uso. Desde Barak Obama a Nelson Mandela pasando por Adolf Hitler, muchos lo adaptan con la suficiente ambigüedad para no traicionar ningún principio. En el caso de la izquierda que, generacionalmente, ha defendido Asens –autodestructiva y protagonista de una metástasis inducida, de la plenitud idealista a la frivolidad grupuscular–, la esperanza es legítima, que no significa realista. Y al final –la cabra tira al monte–, Asens no puede evitar cerrar el libro con aquel verso de Rafael Albertí que tanto dignificó Paco Ibáñez. Un verso que, con consignas que entonces no distinguían entre el optimismo, la esperanza y la ciencia ficción, marcó mi infancia, mi adolescencia y mi juventud: “A galopar, hasta enterrarlos en el mar”.

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