Hay canciones que parecen creadas para cantarse en grandes estadios, y bandas que parecen creadas para cantar esas canciones, como Imagine Dragons, gigantes de la era del streaming que en lugar de fuego escupen por sus fauces escuchas, miles de millones. El trío de Las Vegas formado por el vocalista Dan Reynolds, Wayne Sermon a la guitarra y el bajista Ben McKee (Andrew Tolman a la batería completa el directo) ha encontrado la fórmula secreta entre el himno de Queen, la mística de U2 y la electrónica pop para acumular no menos de diez éxitos que superan las 1.000 millones de escuchas en Spotify. Tantos hits tienen que anoche no se arrugaron al lanzar uno de ellos, Thunder, nada más arrancar el concierto, como quien enciende un puro con un billete de 500 euros.
Reynolds solo necesitó decir “Barcelona” mientras alzaba el brazo al aire, y las 55.000 gargantas rugieron como una exhalación mientras el confeti invadía el cielo. Así son estos dragones criados en la bizarra Las Vegas, que anoche quemaron el Estadi Olímpic para presentar disco, Loom, y demostrar por qué son la banda de rock más exitosa de la última década. Luz, color, confeti y fuego convirtieron el estadio en una suerte de Strip desde la inicial Fire in these hills, suave breakbeat de calentamiento, elogio a la amistad como cura para los malos momentos acompañado en las tres pantallas gigantes por coloridas dunas new age.
No fue más que el entrante de una velada donde planetas, anillos ígneos, estrellas y paisajes de otra dimensión animaron la sesión junto a las letras, repletas de mensajes sencillos y directos que podría firmar Mr. Wonderful. Pero tampoco es cuestión de poner en duda la honestidad del mormón Daniel Reynolds, que se ha ganado el respeto de millones de jóvenes buscando la conexión con su público con decisiones como defender el matrimonio homosexual (el diabo con cuernos para la iglesia de Jesucristo de los Últimos días), mostrar una bandera de Ucrania, recitar a José Martí en español o explicar sus problemas mentales, algo que hizo antes de interpretar Walking the wire cuando reconoció haber pasado por una depresión de la que salió gracias a la terapia que aún sigue, en una suerte de discurso Ted talk con música vitamina. “Es venenoso guardarte las cosas, debes expresarlas y ser libre”, dijo anoche.
De tez perfecta, musculado y en pantalón corto, Reynolds parece un marine de vacaciones en la Barceloneta, sobre todo cuando se quitó la camiseta a la media hora y mostró un torso hercúleo que no acaba de encajar con su voz, afinada y recia pero sin demasiados matices graves. Pero lejos de invadir países, la verdadera profesión de este músico de larga carrera es fabricar hits que multiplican su efecto en el directo, mejor cuanto más faraónico.
Reynolds canta dirigiéndose al publico durante la actuación de Imagine Dragons
Hablamos de la mencionada Thunder, o Bones, una Whatever it takes arreglada para facilitar los coros del público, o Radioactive, que sirvió un solo a dos baterías con Reynolds a las baquetas. Temas vitaminados, ritmo directo, melodía clara y estribillo breve para implicar a un público al que por fuerza han de sonarle temas que han colonizado prensa y redes sociales desde la creación de la banda en el 2012.
La fórmula es similar a la empleada por otras bandas de estadio como Coldplay aunque no tiren de pulseritas: suavizar aristas y buscar el mínimo común en cada melodía, guitarras rock y mucho confeti. Se les puede acusar de plastificar la música, pero no de equivocarse a la hora de conocer el gusto de las masas.
Las de anoche aceptaron de buen gusto el pop festivo de Take me to the Beach -pelotas playeras sobre el público- de este Loom que despacharon rápido para mirar atrás y sacar de la chistera Next to me o la folk I bet my life, en formato acústico y con la banda al fondo de la larga pasarela que Reynolds apenas abandonó. El calor que no acabó de desaparecer al anochecer no impidió que la pista saltara cada vez que se le pedía, ya fuera con la alegre Shots o con rompelistas como Demons o Enemy mientras Ben McKee recordaba el origen rockero de la banda con un solo de distorsionado de efectos a la manera de Muse. Poco antes había sido Wayne Sermon quien se acercó al diamante central para dar su propio solo con una Gibson Les Paul antes de la aplastante I’m so sorry, recordatorio de los orígenes rockeros de la banda.
No importaba el tema qué sonara, la emotiva Bad liar, Sharks, de sugerente comienzo o Wake up, hip hop para las masas prueba de que aceptan cualquier género que les lleve al éxito. La respuesta fue siempre al unísono hasta la explosiva comunión final con Believer, punto final sin bises a una noche que convirtió el Estadi Olímpic en un enorme coro que difícilmente solucionará los problemas del mundo, pero anoche puso de acuerdo a 55.000 personas y les ayudó a olvidar por un rato sus problemas, el calor por lo menos.

