Hace calor en el despacho de Jordi Herreruela, director de Barcelona Events Musicals y del festival Cruïlla, que arrancará este miércoles su 15.ª edición defendiendo un formato de festival donde la experiencia está por encima del cartel. Herreruela reclama la colaboración de todos los participantes públicos y privados del sector para mantener la identidad barcelonesa y catalana, que pasa por no renunciar a la actividad cultural haciendo caso a los partidarios de eliminar el ruido de la ciudad.
¿El calentamiento global afecta a los festivales?
La sociedad tiende a hacer cada vez más cosas de día, pero el planeta nos pide hacer más cosas en horarios de noche. La actividad festivalera y de giras se ha concentrado en verano, pero esta época se alarga, ya desde abril hasta noviembre. Esto abre la posibilidad de esponjar más la actividad, pero nos tenemos que acostumbrar a empezar más tarde, quizás llegará un momento en que tendremos que abrir a las 8 de la tarde.
Y compaginarlo con el descanso vecinal…
Estamos en un debate sobre el modelo de sociedad donde una parte reclama que a las 10 de la noche la ciudad esté en silencio, mientras que otra parte de la sociedad quiere convertir la vía pública en un espacio ciudadano, vivirla. Entiendo que algunas ciudades se pueden permitir estar a las 10 en casa, pero Barcelona no, porque si algo caracteriza a esta ciudad es su creatividad, y esta creatividad sale del entorno donde te relacionas, del intercambio de ideas y conocimientos. El día que Barcelona lo pierda por el descanso de los vecinos, perderá su identidad. Es importante que lo batallemos.
Usted siempre ha pedido una normativa que aclare estos conflictos.
En los países anglosajones, cuando alguien alquila o compra un piso en un espacio donde hay una actividad preexistente, firma un documento conforme no denunciará esta actividad. Además, en estos casos no se acepta una denuncia de un vecino solo, debe de haber un clamor.
¿Defiende algo parecido?
Debemos contraponer los millones de personas que disfrutan de la actividad musical frente a los centenares que intentan pararla. Hasta ahora no hemos querido hacer ruido, pero la realidad es que somos empresas, y hacemos una actividad económica igual que el aeropuerto, las carreteras o las escuelas. Llegamos a muchísima gente, que disfruta y quiere disfrutar de la actividad que nosotros hacemos.
El Cruïlla cumple 15 años. Habrá habido momentos difíciles…
Hemos estado a punto de desaparecer varias veces en estos 15 años, de los que solo 5 han sido rentables. Durante la pandemia fuimos un ejemplo de resiliencia y profesionalidad, tuvimos un impacto muy importante al mantener la actividad cultural y empresarial viva, pero tuvo un altísimo coste económico.
¿Todavía arrastran este impacto?
Cada vez estamos más al día, aunque no ha sido un camino de rosas. Pero llegamos en un momento dulce, hemos convertido Barcelona Events Musicals, una empresa que solo hacía un festival de música, en una marca de entretenimiento cultural de ámbito catalán. Promovemos conciertos todo el año y estamos empezando a entrar en festivales más pequeños con ganas de acelerar su crecimiento, como el Microclima de Camprodon.
También han apostado por El Molino.
En pocos meses lo hemos situado a un nivel altísimo. El Molino empieza a aparecer en las agendas internacionales, y hablan de él todos los músicos a nivel estatal.
¿Ese negocio se puede mantener por sí solo?
Es complicado hacer rentable un espacio de 175 localidades, de hecho las entradas sólo pagan al artista, pero no todos los gastos del espacio. Es imprescindible que El Molino funcione a alto rendimiento mediante la comercialización de actos corporativos y de club. Ahora mismo estamos invirtiendo dinero pero deberíamos tener estas dos actividades a pleno funcionamiento en los próximos meses.
¿Abrirán la terraza del piso superior?
Depende de cuestiones técnicas que debemos resolver con el Ayuntamiento, de lo contrario es difícil que podamos explotar el local al 100%. Además, trabajamos para poder gestionar y abrir nuevos espacios; Barcelona tiene una carencia de espacios para la música en vivo, y nosotros tenemos ganas de gestionarlos. Hay varias opciones que se están valorando.
Planeta, Mediapro, Penguin Random House o, en la música, Gay & Co, Sónar, Primavera Sound, The Project, Proactive... quedan pocas empresas del nivel del Cruïlla en Catalunya y de capital catalán”
También tienen una agencia de representación, y trabajan con la comedia…
Tenemos más de 50 trabajadores en estructura todo el año, que durante el festival suben a más de 4.000, y generaremos este año más de 20 millones de euros. Empezamos a ser una empresa de tamaño grande.
¿Podrán mantenerse a medio plazo sin una inversión externa de capital?
Esta es una de las grandes dudas de futuro. Nosotros estamos donde queríamos estar con el festival, tenemos un modelo donde nos sentimos muy cómodos y hemos decidido crecer paralelamente al festival. La aceleración que tendrá en los próximos años la inteligencia artificial será increíble, tanto que no podremos tener garantía de que nada digital sea real. Cuando esto suceda, cogerá más relevancia todo lo experiencial: aquello que hayas vivido será la única cosa que te podrás creer. Si esto va en esta línea, la gente que nos dedicamos a ofrecer experiencias en vivo culturales o de otros tipos tenemos un buen futuro. La música en vivo crece al 25% anual.
Y atrae el interés de los fondos de inversión…
Las grandes corporaciones del sector y los fondos de inversión han empezado a comprar empresas, a generar estructuras multipaís y a globalizar la cultura. Cuando se hacen estos movimientos, se unifican procesos. En el caso de la cultura, se tiende a perder la singularidad cultural, y las minorías culturales sufren. Nosotros tenemos una visión de resistencia desde Cataluña, pero en realidad toda Europa son culturas minoritarias, por eso habría que pensar en mecanismos de defensa de esta identidad ante estas corporaciones y fondos, que tienen un perfil claramente anglosajón.
¿Hay peligro?
Estamos perdiendo y deslocalizando gran parte de las industrias creativas del país: Planeta, Mediapro, Penguin Random House… en el caso de la música empezó Gay & Co, Sónar, Primavera Sound, The Project, Proactive. Quedan pocas empresas del nivel del Cruïlla en el ámbito de las industrias creativas y con capital catalán: Magmacultura, Focus, Layers Of Reality o Minoria Absoluta. Es importante para el país que estas empresas existan, tal como se ha demostrado que podemos ser competitivos en el ámbito de la alimentación con un Bonpreu, o como la sociedad catalana se manifiesta a favor de que el Banco de Sabadell mantenga su gobernanza y su capital en Catalunya.
Reclaman un papel similar…
Llegamos tarde, habría sido ideal que Sónar, Primavera y Cruïlla nos hubiéramos unido para conseguir capital e ir a comprar otras empresas, pero esto no ha pasado. Cada vez que cometemos un error en este camino, ponemos más en riesgo a los creadores y la identidad propia de nuestro país. Esto empieza a ser alarmante, y toca abrir un debate público sobre la situación de las industrias creativas, porque es donde Barcelona tiene un posicionamiento y un liderazgo internacional más claro, pero las estamos perdiendo todas.
¿Es posible mantener un festival del nivel del Cruïlla sin aportación externa de capital?
¿Es posible mantener SEAT en Catalunya sin una complicidad público-privada? ¿O Vueling? ¿O el Sabadell? La cultura no suele tratarse como una industria, todas las relaciones que se mantienen con los agentes culturales obligan a pasar por una misma ventanilla de convocatoria pública, concursos públicos con un ánimo de transparencia que considero excelente. Pero, en un entorno de globalización de la cultura, donde se hacen apuestas claras y decididas para generar empresas grandes que puedan competir en este ámbito global, hace falta que la interlocución sea de economía e industria, no solo cultural. No se pueden igualar estas 5 o 6 empresas de gran volumen con cualquier asociación sin ánimo de lucro. Por otro lado, como industria también hace falta que salgamos del clientelismo de las subvenciones, hacer planes de negocio ambiciosos, plantear crecimientos y ser interesantes para la inversión de capital, pero que sea capital catalán.
¿Las grandes giras individuales de artistas son un nuevo contrincante de los festivales?
Hay dos grandes cambios en el sector. Por un lado, empiezan a haber espacios especialmente diseñados para la música en vivo: el Sphere de Las Vegas, el que acogió a Adele en Múnich o el Co-op de Manchester. Son espacios con unas acústicas perfectas, ideadas expresamente para la música y no para el deporte, como era habitual. La primera reacción es que los artistas se instalen y hagan residencias. Prefieren encerrarse 15 días en aquel espacio y hacer que la gente del resto de Europa venga, no tienen que mover infraestructuras. Esto en pequeño formato es lo que hacemos con El Molino: es la sala con el mejor sonido de Europa. Si Barcelona quiere ser competitiva tiene que empezar a crear no uno, sino varios espacios con diferentes dimensiones especialmente diseñados para la música en vivo.
¿La ampliación del Sant Jordi Club va por aquí?
Hacen falta más cosas que la ampliación del Sant Jordi, pero vamos en la buena dirección. La incorporación de Natàlia Garriga a la estructura de BSM es una buena noticia. No creo que todas las ciudades del mundo tengan un recinto de 20, 30 o 40 mil personas diseñado para la música.
De todos modos, Bad Bunny tocará en estadios tradicionales…
Hace una década el mundo de la música estaba repartido entre las grandes giras, gestionadas por grandes corporaciones como Live Nation, y los festivales, que estaban en manos de promotores independientes. Estos festivales crecieron en público e ingresos hasta que llegó un momento en que podían pagar a los artistas más de lo que ganaban con sus propios conciertos. Los artistas decidieron entonces abandonar las giras para ir a los festivales, pero las grandes corporaciones decidieron entrar en el negocio de los festivales, para comprar los que ya estaban en marcha.
¿Qué impulsó el boom de los festivales?
Al comienzo los festivales solo atraían al público melómano, pero algunos de ellos, como nosotros, fuimos capaces de atraer otra tipología de público menos experto, al que le suenan tres canciones de cada grupo. Esto hizo crecer toda la industria musical, generando hábitos. Por eso ahora cuando los artistas giran hay mucho más público.
Se han cambiado las tornas…
En este momento los artistas han decidido que van a los recintos más grandes posibles, y estos no son los festivales. Además, dos horas y media o tres sobre el escenario son producciones que en un festival no podemos llevar a cabo.

La edición pasada del Cruïlla
Su apuesta no pasa por los artistas de relumbrón.
Tenemos cierta fragilidad competitiva, por eso a veces nos toca mirar hacia otro lado, pero nunca tiramos la toalla. Ahora estamos apostando por recuperar cierta actitud punk y también el jazz, que resurgirá en los próximos años. Venimos de una época de letras frívolas y música poco elaborada, y ahora oscilaremos hacia letras más comprometidas y música más elaborada. Seguramente estaremos dos o tres años haciendo esta apuesta, y si acertamos se pondrá de moda.
¿El concurso de los festivales que se pueden hacer en el Fòrum servirá para poner paz en la relación con los vecinos?
Tengo la sensación de que la situación está pacificada, el Ayuntamiento está dando respuesta a lo que piden los vecinos. Se les están haciendo bastantes concesiones, poniendo muchos límites a horarios, dimensiones y volumen, pero en realidad la gran mayoría de molestias que causa la música en vivo o el ocio nocturno no tienen que ver con la actividad en sí, sino con la entrada y salida del público de la actividad.
¿Cuál sería la solución?
Es imprescindible tener una visión de la Barcelona Metropolitana, de Mataró a Vilanova, Terrassa o Manresa. Hay una carencia de inversión histórica en la movilidad de este país, y hasta que esto no se resuelva habrá muchos problemas, incluido el de la vivienda. ¿El Circuit de Catalunya puede ser un gran recinto de festivales? Absolutamente, pero nos toca resolver la movilidad. Entiendo la apuesta por el taxi, pero los fines de semana de julio cuesta encontrar taxis por la noche en Barcelona, y el público quiere salir, coger un taxi y que lo dejen a la puerta de casa.
¿Cómo han vivido los problemas del Sónar por su relación con el fondo KKR?
Con contradicciones, porque el legado del Sónar es enorme, no acabamos de ser conscientes de lo que significa tenerlo en la ciudad. Me da mucha rabia que todo se vea manchado de este modo, es una pena, y lo es porque atacando el Sónar también se ataca a Barcelona.
No estoy de acuerdo con atacar al Sónar”
¿Está de acuerdo con las críticas al fondo de inversión?
Han decidido utilizar el Sónar para poner el problema de Palestina sobre la mesa. En realidad el festival les da igual, es un daño colateral, pero han conseguido lo que querían. Muchos artistas se han empezado a manifestar y se ha extendido por el resto de festivales, poniendo sobre la mesa el problema de Palestina. Seguramente esto era necesario, porque lo que está pasando en el Oriente Medio tiene un impacto muy grande, y como sociedad estábamos mirando hacia otro lado. Estaría de acuerdo con el objetivo final, pero no con utilizar el Sónar, porque es la ciudad de Barcelona la que se ve atacada. Es una pena esta mancha dentro de una trayectoria inmaculada, no se lo merecen.
¿Se podía hacer algo para evitarlo?
Vamos tarde, pero deberíamos intentar que las marcas que identifican la ciudad, como el Sónar o el Primavera, no puedan venderse a cualquiera. Esta actividad económica está a día de hoy muy vinculada a la marca Barcelona. ¿Esto lo puede hacer la administración sola? No. ¿Lo puede hacer la empresa sola? No. Hace falta la unión y la complicidad de todo el mundo, del mismo modo que intentamos mantener la Fórmula 1 en Catalunya, o el Mobile World Congress, o que intentamos atraer congresos. Los grandes acontecimientos musicales no los hemos tenido que ir a buscar, se han creado en la ciudad, pero tendríamos que invertir para defenderlos.
¿Cómo se pueden defender?
El problema que tenemos en la relación público-privada con la cultura es que tanto el Sónar como el Primavera o el Cruïlla acaban yendo a líneas de subvenciones donde se presentan proyectos de todo tipo, y al final nuestra interlocución también es con BSM, que alquila espacios, o con Fira; hay poco de proyecto compartido. De la misma manera que cuando se celebra la Fórmula 1, la administración y los agentes privados nos tenemos que poner de acuerdo en que esto tiene un valor, y lo queremos por la ciudad. En el caso de los congresos hay una institución, el Barcelona Convention Bureau, y en la Fórmula 1 hay un equipo específico, pero no es así en los acontecimientos musicales. Nadie tiene esta visión de salvaguardia, de captación para cuando llegan cuatro Coldplays a Barcelona. Ahora tendremos dos conciertos de Bad Bunny, mientras que en Madrid serán 10, y no creo que nadie haya intentado que los diez conciertos se hicieran en Barcelona, todo lo contrario, hacerlos se vería como un problema. Pero es que estos diez Bad Bunnys son como una Fórmula 1, o un Mobile, y cuando viene el Mobile movemos lo que haga falta.