Morante de la Puebla también conquista Pamplona

Toros

El matador corta una oreja a cada uno de sus toros de Álvaro Núñez y abre la puerta grande del coso pamplonica

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Matador Morante de la Puebla, ayer en Pamplona 

Jeff J Mitchell / Getty

La Feria de San Fermín vivió ayer una tarde de “morantismo” desatado y, como tal, acabada la corrida, Morante de la Puebla salió a hombros (junto a Tomás Rufo, que también cortó dos orejas) a las calles de la ciudad en la que durante ocho días es una fiesta, esa Fiesta con el toro en el centro y que Hemingway llevó todos los confines, haciendo de Pamplona el centro de universo desde el chupinazo que cada 7 de julio da comienzo a los sanfermines.

Morante, que en Pamplona ha toreado diez tardes en sus veintiocho años desde su alternativa, había comentado el día antes que si abría la puerta grande se quedaría “de fiesta” en la ciudad hasta el Pobre de mí, que en la medianoche del 14 al 15 es el final de una “fiesta sin igual, riau riau”. Está por ver que tras cortar una oreja a cada uno de sus toros de Álvaro Núñez y abrir la puerta grande del coso pamplonica, cumpla lo anunciado, pero tal cosa no sería más que una anécdota en la singularidad humana y torera del genio de La Puebla de Río.

Morante es un torero singular, en lo humano (sus problemas médicos le han hecho alejarse abruptamente de los ruedos en más de una ocasión) y también en lo taurino, referente para los aficionados y cada vez más fenómeno de masas, lo que ha derivado en ese “morantismo” antes citado.

Pero, por encima de todo, estamos hablando de un torero único, de personalidad arrebatadora y, como tal, es su toreo: arrebatado, pero siempre desde la ortodoxia más pura (las dos estocadas de ayer, sin ir más lejos) rescatando suertes del arcano de la tauromaquia para (re)interpretarlas genialmente. Y eso, de lo que durante su ya larga trayectoria en los ruedos había dejado como perlas aquí y allá, entremezcladas con sonoras broncas cuando optaba por abreviar si el toro no le ofrecía- o creía ver en él- posibilidad de interpretar el toreo como lo siente. Ahora ha devenido en una regularidad pasmosa no solo en el triunfo sino, y eso es lo más importante, lo que cautiva, en un magisterio tal que incluso ante toros digamos a “contraestilo” es capaz de provocar una catarsis absoluta, en la que cada cite, cada lance, cada pase, lleva al espectador a la conmoción.

Esta temporada ha sucedido en la mayoría de sus tardes, en Sevilla, en Madrid (su primera puerta grande en Las Ventas), en Aranjuez, Salamanca, Estepona..., ayer Pamplona y ahora, con aún media temporada por delante y anunciado en todas las ferias y muchas plazas, aficionados y públicos lo esperan con una ilusión que hace bueno aquello de Jean Cau: “Ir a los toros es, cada tarde a eso de las cinco, esperar la llegada de los Reyes Magos”.

Morante es llevado en volandas al hotel, sale a saludar desde el balcón, enciende un puro en el patio de cuadrillas y se lo fuma entre toro y toro, hace indicaciones al presidente para que devuelva un toro cojo, manda sacar un tractor al ruedo si este no está en condiciones (tal que en Burgos) o hace una peineta a quien desde el tendido le arroja con saña un objeto (ayer en Pamplona).

Ese y mucho más es Morante de la Puebla, un torero que bebe de las mejores fuentes, glista y belmontista a la vez y que ayer hizo suya una plaza que le quedaba por conquistar, poniendo de acuerdo a la sombra circunspecta y al sol jaranero.

Los sanfermines son el encierro matinal, la juerga permanente pero, también, y sobre todo, y pese a tantos que la silencian, la corrida de toros de la tarde, que convoca a veinte mil almas capaces de reír, beber, cantar y, a la vez, entregarse a quien, en el ruedo, se entrega. Lo ha hecho a lo largo de la historia con toreros de muy distintos conceptos y expresiones taurómacas.

Ahora ha sido el momento —ojalá perdure— de Morante de La Puebla, que torea poesía.

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