El cura progay

El cura progay
Escritor

Hacía 18 años que no me confesaba, desde que me expedí a mí mismo el carnet de agnóstico; hasta esta mañana. Vine a Barcelona a pasar unos días, y a buscar ejemplares de Pere Calders. Deambulando por sus calles, justo en el momento en el que le hablaba a un amigo del patrón de los escritores, san Francisco de Sales, vimos una iglesia dedicada a él. Y hoy fui a visitarla. Mi amigo ni se lo planteó.

Llegué en torno a las once. La fachada de la iglesia me sonaba de algo, pero no lograba saber de qué. Ahora caigo: se trata uno de los templos cuyas tumbas fueron profanadas y fotografiadas por las turbamultas republicanas al inicio de la Guerra Civil.

Adentro, poca gente y todos muy mayores, y un solo cura de unos 80 años. En cuanto descubrió mi presencia en el último banco, me sonrió y no tardó en sentarse a mi lado. Me informó de que la misa empezaba pronto. Le dije que no me iba a quedar. “¡Oh! Eso significa que daré la misa solo, porque estos fieles ya se la saben de memoria”. Me produjo tanta ternura que accedí. El hombre, radiante, me cogió del hombro y me pidió que lo siguiera. “¡Hay que confesarse antes de comulgar!”. Y yo, que temía de nuevo que se entristeciera, entré en el confesionario y me arrodillé. Pese a los 20 años pasados, recordaba la contraseña: “Ave María purísima”. Y el cura empezó fuerte: “Cuéntame tus pecados”. Me quedé en silencio, como cuando en una entrevista de trabajo te piden que enumeres tres cosas negativas de ti. No se me ocurría ningún pecado, puesto que no creo en ellos. A punto estuve de decirle que 20 años atrás había robado un boli en el colegio, cuando me vino uno a la cabeza: “Me cuesta creer en Dios”. Y me respondió: “A todos nos pasa, no te preocupes”. No me lo podía creer. ¡Ni san Manuel Bueno, mártir! 

Seguidamente, y os prometo que nada de esto es ficción, el párroco me preguntó si tenía relaciones. Le dije que sí. ¡Y me preguntó si con hombres o mujeres! Pensé si acaso llevaba escrita en la frente mi sexualidad. Le confesé que con hombres, y añadió: “No pasa nada. Has tropezado con el sexto mandamiento, pero hay cinco antes. Decía san Juan de la Cruz que el primero es el único importante, que lo crucial es amar al otro. Mientras haya amor, todo estará bien”.

David Uclés, comulgando

La penúltima vez

ARCHIVO FAMILIAR

No os puedo describir la sensación de paz que me transmitió. Me quedé todo el oficio y comulgué para hacer feliz al buen hombre. Una señora de misa diaria me miraba rabiosa por haberle robado el amor del padre esta mañana. Parecía juzgarme y preguntarse qué pensaba Dios de mis greñas y de mis aros. ¡Menos mal que no supo que Dios acababa de permitir los encuentros entre personas del mismo sexo!

Lee también

Aunque no me encanten las religiones ni crea en Dios si no es como muleta de la frágil condición humana, hoy he de romper una lanza por este mosén que ha sabido ver más allá de los dogmas de su institución por el bien de lo más bonito que tenemos y debemos cuidar: el amor. Os comparto una foto de la penúltima vez que comulgué antes de conocer varón, es decir, antes de experimentar el pecado permitido del amor.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...