Armonico consort, naturalidad y carácter

Clásica

El concierto en Torroella fue un compendio de aciertos y desconciertos muy propicios a la reflexión

Christopher Monks y el Armonico Consort

Christopher Monks y el Armonico Consort

REDACCIÓN / Otras Fuentes

Este concierto del Armonico Consort fue un compendio de aciertos y desconciertos muy propicios a la reflexión. Los comentarios hechos por el director del Amonico Consort ante las preguntas sutiles de Maricel Chavarria (LVG, 9-VIII), sobre los contrastes y su apelación a la naturalidad en un programa de concierto son válidos, en tanto y en cuanto no se pierda de vista el carácter de las obras. 

Comprender el carácter, el estilo, la esencia, o como se quiera llamar, forma parte del decálogo del buen intérprete. Si así hubiese ocurrido, bienvenidos los contrastes y la frescura, pero el tratamiento dado al Stabat Mater, de Pergolesi fue inaceptable. Es una obra en la que la presencia orquestal es esencial, y aquí fue esquelético y anoréxico (al margen de los temas de afinación) con un instrumento por cuerda y un clavecín perdido en la inmensidad del escenario.

Sintetizo, sólo enumero algún tema: hablar de naturalidad y desacralización, vale, pero el cantante debe dar imagen de que comprende el significado y no cantar notas, el texto debe entenderse; es un discurso interior, no lírico. La ausencia de expresión dramática –sin orquesta además- fue notoria y el gesto (es decir lo que se ve, incluso el vestido) fuera de lugar. El gesto es inherente al discurso musical, mal que les pese a directores de escena actuales. Ah, y el tempo!! que rompía la interioridad….

Torroella dispone de un público excepcional, culto, interesado, respetuoso, un lujo, y valoro el comentario de un distinguido señor a la salida: ¿para qué un contratenor si es papel de contralto?. Por supuesto aplausos de cortesía.

Pasamos a la otra cara de la moneda, el Dido y Eneas de Purcell, obra de constantes estéticas muy diferentes, que –aquí si– el Armonico Consort mostró naturalidad, pero…el gesto… si un cantante no sabe bailar, que no lo haga. En lo musical, buen trabajo vocal de la soprano Fraser-Mackenzie y el bajo Andrew Davis, elemental el consort y buena dinámica narrativa, en una versión que busca la cercanía con el público más que la sacralidad del texto y el estilo.

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