“Queremos comercio de barrio pero luego no compramos en él; somos unos hipócritas”

Entrevista a Mercedes Cebrián

La escritora madrileña publica 'Estimada clientela', donde aborda los cambios de consumo de los últimos años y plantea la posibilidad de que el arte de las compras se extinga

Mercedes Cebrián durante su visita a Barcelona para hablar de 'Estimada clientela'

Mercedes Cebrián durante su visita a Barcelona para hablar de 'Estimada clientela' 

Llibert Teixido

Durante el confinamiento, la gente tuvo tiempo de hacerse muchas preguntas y de pensar todo tipo de paranoias. ¿Nunca más se celebrarán fiestas? ¿Las reuniones multitudinarias no se repetirán? ¿Volverán a abrir los cines y teatros? En medio de ese mar de dudas, Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) añadió algunas más: ¿Qué pasará con las tiendas? ¿Sobrevivirán? ¿Cambiará nuestra forma de consumir? No tardó en darse cuenta de que sí, efectivamente, la situación afectó, pero que esta mutabilidad hacía ya un tiempo que se venía dando. Su análisis, narrado en forma de crónica y entremezclado con vivencias personales, lo expone en Estimada clientela (Siruela).

“Me interesaba ir más allá de la transacción en sí. Comprar es más que eso. Es el hecho de probar las cosas e interactuar con la gente. Existe un vocabulario comercial que, sin querer ser alarmista, podría extinguirse. Cada vez quedan menos expertos que recomienden y prescriban. ¿Dónde están los zapateros, por ejemplo? En Estados Unidos van menguando y las tiendas resisten sí, pero crecen los autoservicios o, en su defecto, al frente de negocios colocan a personas que no tienen idea del producto que están vendiendo”.

Las colas son tediosas y ni siquiera la IA está acabando con ellas”

Dice la autora que le asusta “la idea de dar por hecho que tendremos algo para siempre. No sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos”. Y pone otro ejemplo, el de los pescaderos. “Recuerdo una vez en Inglaterra que había una pescadería y había unos niños que los habían llevado de excursión para que vieran lo que era eso. Se me puso la piel de gallina”.

Observa que otra cosa que se está perdiendo es la conversación. “Vamos obcecados con el teléfono y parece que nos moleste hablar. El comercio se adapta a los tiempos pero, ¿qué pasa con quién quiere seguir con los rituales tradicionales?”, se pregunta Cebrián, a la vez que aplaude soluciones como las Kletkassas, muy comunes en países nórdicos, pensadas para combatir la soledad. “Son más lentas porque están pensadas para charlar con el cajero, que te asesore, que te ayude… lo que antaño era normal se convierte ahora en privilegio”.

Centro comercial Ballonti, en Portugalete (Bizkaia)

Con los años ha cambiado la forma de consumir 

CBRE / Europa Press

Otra cosa que lamenta es la homogeneidad de las ciudades. “Todas son iguales y eso es por culpa de la desaparición del pequeño comercio. Por un lado, por los alquileres, aunque también porque cada vez cuesta más que estos negocios se traspasen. Queremos comercio de barrio pero luego no compramos en él. Somos unos hipócritas”.

En toda esta evolución del arte de comprar, hay algo que Cebrián no puede entender: que no hayan desaparecido las colas. “Son tediosas y ni siquiera la IA está acabando con ellas. Existen hasta en el entorno de Internet. Además, a comparación de nuestros abuelos, las hacemos por gusto y no por necesidad. Antes, debías esperar porque tal vez había escasez y para ver si tenías la suerte de adquirir un cierto producto. Ahora, en cambio, uno puede hacer horas de cola por conseguir un peluche o un helado. Parecía que esto tenía que acabar precisamente por vivir en una era en la que prima la inmediatez, pero no. Nos estamos volviendo locos”.

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Sobre el tiempo precisamente reflexiona en varios capítulos. “El tiempo es dinero. Nos vendieron que con internet no perderíamos más tiempo pero, nuevamente, es una mentira más. No gastas horas en trasladarte ni en probar productos, pero sí que lo haces leyendo los comentarios, comparando con distintas web, viendo las estrellas que ponen los otros consumidores… ¿Es este el futuro?”.

Otra paradoja que se da, en opinión de Cebrián, es que “anhelamos la dificultad de obtener las cosas. Damos más valor a cuando, de niños, todo tardaba en llegar pues, cuando lo hacía, se convertía en un gran momento que raramente olvidábamos. Alguien que te traía un recuerdo de otro país y que no se encontraba en el tuyo era lo más, y no es equivalente a los souvenirs de ahora. Siempre buscamos lo inalcanzable y ahora lo inalcanzable es el tiempo pasado”.

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