Pícnic en la plaza de aparcamiento

ABIERTO, SIN VACACIONES 5/7

El gusto estético no deja de ser el dado por correcto por una élite económica, cultural o religiosa. Hay quienes no entienden qué tiene Segur de Calafell que no tenga Begur. Hay quienes no entienden que exista Segur de Calafelll y quienes no saben que Begur existe.

SERIE DE CARLOS ZANÓN ABIERTO POR VACACIONES. ACTIVIDAD EN EL APARCAMIENTO PARQUING DEL SUPERMERCADO CARREFOUR DE EL PRAT DE LLOBREGAT LOS DOMINGOS. UNA PAREJA MONTA UNA TIENDA DE CAMPAÑA PARA COMPROBAR QUE TIENE TODAS LAS PIEZAS ANTES DE MARCHAR DE VACACIONES A UN CAMPING.

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Mané Espinosa

Tanto la pobreza como la riqueza son estados del alma y del cuerpo. Enfermedades incurables, pero no mortales. La primera es un sarpullido que no deja nunca de recordarte que está ahí, y la riqueza, sangre licuada en las venas que puede dejarte sin descendencia y sin gracia alguna de estar en este mundo. En ambas, pobreza y riqueza, hay una verdad y un montón de mentiras que uno se dice para poder disfrutar de la vida que le ha tocado o que se ha ganado. De ahí la importancia de la clase media, esa mutación.

En mayor o menor proporción, un ejemplar de clase media es alguien con un cerebro que ha tenido acceso a una educación libre, a ocio y distracciones, sustrato ideológico y moral democrático moderado por un miedo atávico working class y que presume que será defendido por un Estado de bienestar. Todo eso dentro de la cabecita. Ya llegados a su cuerpo, el Kid A de clase media tiene la genética de la pobreza que le estira hacia abajo del pelo, coloca cemento en los pies para recordarle que le siguen gustando los macarrones y el bistec con patatas, cualquier sitio para estar, cualquier ropa para llevar y tomarse una cerveza con casi cualquiera, amigos, cuñados, hermanos, padres y parejas que muchos de ellos, lisa y llanamente, eran idiotas.

Desde la distancia ves que se lo están pasando bien, que han olvidado que alrededor todo es feo y despiadado

La idiotez, eso sí, iguala arriba y abajo. Los ricos tontos llaman al principio la atención, pero son silenciados y colocados donde no molesten mucho. Si eres pobre, al tonto te lo tienes que llevar de fiesta, se casa con tu hermana y es más que probable que gane más dinero que tú. El pobre no esconde al idiota porque la libertad de ese estigma es que nadie te mira porque no importas a nadie. A menos que seas guapa, tengas talento o demasiado dinero.

La verdad del pobre es la espontaneidad y las ganas de salir de allí. Hay un mundo mejor: el de los ricos, los famosos, los talentosos. De ahí que la creación del arte popular se encuentre muy raramente entre los ricos. Porque éstos no tienen a dónde escapar. Sí, de sus padres, pero resulta que allí está el dinero. De sus familias, sus casas, sus lugares de veraneo. Todo está fosilizado, de ahí el rico excéntrico, de ahí los precios de un vino o un reloj. Pero la verdad de los ricos está en la mirada cuando se les educa en la belleza. Mirar lo bonito, reconocerlo, saber que ese es el sitio y no aquel otro.

El pobre no esconde al idiota porque la libertad de ese estigma es que nadie te mira porque no importas a nadie

Cuando era pequeño, íbamos a Castelldefels. Que no era lo que es ahora. Castelldefels era entonces la playa de los cualquiera, pero básicamente íbamos a Castelldefels porque estaba cerca. Punto. Además, dado que mi padre probablemente estuvo en el desembarco de Normandía, a las 8.00 AM estábamos ya en Omaha y a las 12.00 PM volvíamos a casa. De acuerdo, fuimos una familia sin pigmentación, pero nunca nos atrapó un embotellamiento. El estigma de clase obrera es que cualquier sitio, cualquier trabajo e incluso cualquier pareja y amigo da igual, porque sabes que no hay mucho margen donde elegir. Vives ocupando lugares que no son tuyos. Llegando antes y siempre a la espera de que alguien te diga que te has colado en la fiesta, que éste no es ni tu sitio ni tu país.

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Si te acercas por ejemplo a la Mar Bella, con una mirada de rico o simple clase media, te preguntarás qué hace esa gente en medio de las autopistas, tiradas bajo la mínima sombra de árboles que hacen lo que pueden. Del mismo modo que una casa puede no ser un hogar, cualquier césped no es una égloga de Horacio. La respuesta aterradora puede ser que eso –en pleno camino de la playa, en el cemento, en un aparcamiento de supermercado– sea mejor que su domicilio pequeño, caluroso, atestado de gente. Y también que su derecho a poder ir a la playa, escuchar alta su música, al campo, a jugar al fútbol o al beisbol lo consideren un derecho que se lo pueden quitar en cualquier momento. Así que aprovechan ocupando la vida mientras les dejen. Lo sangrante es que diez pasos más allá de ese árbol hay otro sitio más fresco, más amplio y bonito, pero no lo ven. No tienen ojos para eso.

Pasas por la autovía y ves sombrillas en el aparcamiento. A veces partidos de fútbol de diez, treinta personas, grandes y pequeños, hombres y mujeres. Hoy toca beisbol. Deportes importados, no lo suficiente patrióticos, por supuesto. Desde la distancia ves que se lo están pasando bien. Que han olvidado que alrededor todo es feo y despiadado, porque la sensación de estar vivos, riéndose y corren, saltar y divertirse, ganar y perder les hace olvidar su futuro exterminio, el presagio que cerca a su verdad: hazte invisible hasta que no puedan hacer que no te ven.

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