A John Boyne (Dublín, 1971) no le gusta ser protagonista. “En todo caso, está bien que lo sean mis historias, si es que consiguen llegar al público”. No siempre es fácil –admite a La Vanguardia por videollamada–, “no existe una fórmula magistral y, para mí, eso tiene su encanto”. El autor de El niño con el pijama de rayas podría estarse horas hablando del mundo editorial. De hecho, su última novela, Una escalera hacia el cielo (Salamandra / Empúries) se adentra en él y bebe de varias de sus experiencias, que entremezcla con la ficción.
Fuera de sus páginas, en cambio, prefiere no empantanarse y hablar lo mínimo de su vida personal y profesional, especialmente si estas son de actualidad, como lo sucedido con Polari, uno de los mayores premios literarios queer del Reino Unido. La organización anunció esta semana que suspendía su próxima edición tras la retirada de varios patrocinadores, miembros del jurado y autores que no vieron con buenos ojos que Boyne fuera uno de los finalistas. ¿El motivo? El escritor apoyó las declaraciones de la también escritora J.K. Rowling en contra de la ideología transgénero, lo que causó incomodidad con parte de la comunidad LGTBIQ+. “Lamento que no me juzguen por mis libros”, terminó respondiendo, tras días de silencio.
Lamento que no me juzguen por mis libros”
Si bien nunca hubiera sido un buen momento para el escritor para estar en el centro de los focos por algo así, todavía lo es menos ahora, que justo se cumplen 25 años desde que publicó su primera novela, El ladrón del tiempo (Salamandra, 2000). Una fecha simbólica que le animó a escribir en profundidad sobre el mundo literario, desde la flor y nata hasta sus miserias, entre las que siempre reina la envidia, y hacerse todo tipo de preguntas al respecto. La principal: ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar un novelista para hallar la inspiración y tener éxito? Para responderla, seguirá a Maurice Swift, un joven que sueña con ser escritor pero que es incapaz de crear historias.
“Ponerse en su piel fue un reto”, reconoce Boyne, pues Swift suple su falta de imaginación con una desalmada seducción que no duda en usar tanto en hombres como en mujeres con tal de alcanzar su meta: hacerse un hueco en el círculo de intelectuales”, arrimarse a los que tienen determinado éxito, en definitiva, chupar cámara. Pese a su carácter, el autor admite que “hubo momentos en el que llegué a entenderlo, pues comparto sus ambiciones y el deseo de que su voz sea escuchada, pero los métodos son inaceptables”.

John Boyne habla de los entresijos del mundo editorial en su nueva novela
Lo sabe bien porque –admite – “me he topado con gente así y me ocurrió algo similar a lo que le ocurre a otro de mis personajes, Erich Ackermann, un conocido novelista que inicia una relación con Maurice en el Berlín de finales de los ochenta. Él lo hace por amor, tal vez por soledad. Maurice, en cambio, por interés. Yo también me encontré años atrás con alguien bastante manipulador y con serias ambiciones literarias aunque, por desgracia, sin talento para ello. Lo pasé mal pero, por suerte, salí de eso y ahora me ha servido de inspiración. Quería entender por qué él se comportó así, pero, también, por qué yo sucumbí tan fácilmente a los halagos y a la autocomplacencia”.
La esporádica relación con Ackermann es solo un enredo más para Maurice, que a lo largo de las 432 páginas de la novela, elige nuevas víctimas para cumplir sus propósitos. Y es que, “una vez se llega a la cumbre, hay que mantenerse, pero él sabe que es un fraude y que su defecto es fundamental”. Necesita más historias y, para ello, según su lógica, exprimir y devorar otras vidas para sacar sustancia para sus relatos. “Hay gente que no encuentran otra vía”.
Me encontré años atrás con alguien bastante manipulador y con serias ambiciones literarias aunque sin talento para ello”
Con todo, Boyne cree que “hay un poco de Maurice en cada escritor. No me refiero a su maldad, sino a su desesperación por el éxito. Y con éxito no me refiero a convertirte en millonario, sino a poder vivir de lo que te gusta, que en este caso es escribir. También el miedo a que otros triunfen es común en estos ámbitos. Los trabajos creativos pueden llegar a sacar el monstruo de cualquier persona, pero hay que aprender a gestionarlo”.
El escritor Gore Vidal, uno de los referentes intelectuales del pasado siglo en Estados Unidos, parece ser el único que sí que sabe gestionar el comportamiento de Maurice. “Quería que apareciera un escritor real. He leído mucho de él y sobre él y estoy convencido de que no se hubiera dejado engañar. Es más, advertiría al resto sobre sus tretas. Si hubiera más gente así nos ahorraríamos mucho sufrimiento”.