Portlligat, agosto de 1949. Peter Brook, flamante director del Covent Garden, acaba de pasar unos días trabajando codo con codo con Salvador Dalí en los vestidos y escenografías de la ópera Salomé para la escena londinense, con texto de Oscar Wilde y música de Richard Strauss. Al salir de Portlligat con los esbozos, Gala le reclama un recibo... “por si te pasa algo”.
Poco después, Elena Escudero, marquesa de Quintanar y su hija adolescente María Cristina visitan a Dalí. No se conocen demasiado, pero tienen un buen amigo en común, Luis Escobar, marqués de las Marismas –¿le recuerdan coleccionando pelo púbico en La escopeta nacional?–. Dalí le pide un favor: que, en su viaje de vuelta a Madrid, le lleven a Escobar los bocetos del Tenorio, que se iba a estrenarse en noviembre en el teatro María Guerrero de Madrid. Noblesse oblige, la marquesa accede.
Peter Brook, la marquesa, su vástago, el gerente de la firma de seguros Lloyd’s en España –Stuart Berkeley Owen– y el dramaturgo, director cinematográfico y diplomático Edgar Neville coinciden esos días en el pintoresco Mas Castell, en Palamós, propiedad del matrimonio Alberto Puig Palau y Margarita Gabarró, millonarios y mecenas. Y, de allí, los cinco parten hacia Madrid en automóvil, con Neville al volante de su llamativo Studebaker.
Son las siete de la mañana del martes veintitrés de agosto cuando, en el tramo boscoso de carretera que va de Tordera a Malgrat (Maresme) son interceptados, metralleta en mano, por la partida del maquis Josep Lluís Facerías, que venía de completar una temporada de asaltos en Barcelona. El legendario Facerías y su pandilla (el Celes, el Quique, el Largo y otro no identificado) necesitaban un automóvil para huir a Francia. Los apretujados viajeros son retenidos en un claro del bosque hasta el anochecer, atados y abandonados a su suerte.
Logran liberarse gracias a un cortaplumas que Neville llevaba en el bolsillo y, a trancas (y, en su caso, barrancos: cayeron por uno), consiguen llegar hasta el cuartelillo de Malgrat. Allí, sin papeles que los identifiquen, los cinco son retenidos hasta que Neville logra comunicarse con Madrid. En todo el periplo, la marquesa de Quintanar se ha pegado los dalís al cuerpo. Poco después, aparecerá el Studebaker, abandonado en l’Espolla. Los maquis se habían enfrentado a la Guardia Civil: dos de ellos habían muerto, el resto consiguió atravesar la frontera.
Fue, en 1949, un atraco de película: de día, cerca de Barcelona y con el director del Covent Garden en el coche
La policía halló los pasaportes de Neville, conde de Berlanga de Duero, y de la marquesa de Quintanar atravesados por una bala. Y en la maleta de Peter Brook, los esbozos de Salomé.
Como España no quería reconocer que el maquis era un problema serio, la prensa no se hizo eco del suceso. Quien sí aprovechó lo sucedido para publicitar su ópera fue Peter Brook. El futuro premio Príncipe de Asturias 2019 no tardó en narrar a todo aquel que quisiera escucharle –o no– unos hechos con sabor a viejuna leyenda romántica con sarcasmo británico, fracs y noblotes anarquistas. ¡Incluso invitó a los asaltantes, con un anuncio en la prensa de Toulouse, al estreno de la obra! Pero, negro sobre blanco, la explicación más detallada no aparecerá hasta el 2006, cuando Michael Kustow publique la biografía del director teatral.
Si Brook añadió numerosos toques de comedia inglesa a su relato, Edgar Neville fue corrigiendo y aumentando su experiencia, que quedaría finalmente plasmada en una entrevista con Marino Gómez Santos, veinte años después de los hechos. Antonio Téllez, biógrafo del maquis, relató en el 2004 el suceso en su libro sobre Facerías, destacando la honradez de los asaltantes.
Finalmente, Franco Torre consiguió entrevistar a la testigo “adolescente”, Cristina Gallego de Chaves, en el 2016 (murió siete años más tarde, a la edad de 89). Pero pocos detalles pudo añadir.

Ficha policial de Josep Lluís Facerías hecha en Barcelona tres años antes del suceso
Cada narrador lleva el agua a su molino, la tiñe de su color favorito y le añade fabulosos peces de colores. Con tan variados y contradictorios mimbres, el genial director japonés Akira Kurosawa hubiera superado su propia obra cumbre, Rashomon. Pero acaba de salir a la luz un documento inédito, propiedad del coleccionista Pere Vehí: una carta de Elena Escudero, marquesa de Quintanar, dirigida a los Dalí, escrita en francés y firmada en su finca de Segovia, donde se estaba reponiendo del atraco... tan solo seis días después de los hechos. Obviando la subjetividad de la marquesa, es el relato cronológicamente más cercano a los hechos del que se tiene noticia.
Elena era esposa de Fernando Gallego de Chaves, VIII marqués de Quintanar, Grande de España, lusófilo y monárquico antifranquista. El matrimonio pagó el avión de Sanjurjo para unirse a la rebelión, y viajó a Portugal para comprar armas. Luego vio cómo Franco asumía todo el poder, sin dar opción a los Borbones. Acabó exiliado en Mallorca.
“Mi primer impulso fue agarrar las maquetas: dejé todo, bolso, joyas, etc., y me aferré a los Dalí”, dice la marquesa
“A las 7 de la mañana –relata Elena Quintanar–, es decir, a plena luz del día, a 55 km de Barcelona, fuimos detenidos ‘en nombre de la República’ por seis bandidos armados con ametralladoras: nos bajaron, nos llevaron al fondo de un bosque y nos ataron los pies y las manos hasta la medianoche”.
Según Neville, al avistar la partida armada, dio una consigna a su tripulación: “Todos somos ingleses”. Pretendía así evitar que descubrieran que en el auto iban dos nobles. Toda la conversación se desarrolló, entonces, en el francés macarrónico que se supone deben de hablar muchos ingleses.
“Los individuo –añade la marquesa de Quintanar– hablaban en catalán o francés porque venían de la Escuela Terrorista de Toulouse. Lo único que mi pobre hija, temblando de miedo, logró fue evitar que nos pusieran los pañuelos en la boca, lo que seguramente nos habría ahogado porque nuestra garganta, de miedo, estaba seca como madera”.
Neville, después de dar muestra de las amenazas del maquis –“si no els matem estem fotuts”–, detalla que estuvieron unas horas escondiendo su nacionalidad, hablando en francés hasta que “la niña pidió en español un vaso de agua. Su madre y yo la fulminamos con la mirada, y vive de milagro, porque yo estuve a punto de decir que esa niña era mi querida amiga Pilar Primo de Rivera”. Cuando el maquis descubrió el pasaporte y vio la filiación nobiliaria de Quintanar, “me llamaron millonaria y fascista. Desafortunadamente –prosigue en su carta– no soy millonaria y afortunadamente no soy fascista”.
Sobre los dibujos de Dalí, consciente de su valor económico, Quintanar escribe: “Cuando vi las ametralladoras en la carretera, mi primer impulso fue agarrar las maquetas y lo hice: es decir, dejé todo, bolso, joyas, etc., y me aferré a los Dalí que no solté ni un segundo. Fue nervioso y curioso cómo atravesaba ese bosque con el paquete apretado en mi corazón. Cuando me ataron (atada de espaldas con mi hija) me senté sobre él y no solté a Don Juan hasta llegar al Cuartel”.
La carta de la marquesa termina con una confesión que suena a recompensa: “Estuve a punto de mentirles y decirles que uno de los Don Juan (¡el que está solo!) se había caído en la huida, pero me parece más honesto pedirles un boceto, que nunca me abandonará, porque siento que nos trajo buena suerte”. Conociendo a los Dalí, casi estamos seguros de que esa recompensa jamás llegó.
Don Juan Tenorio, con decorados de Dalí y dirección escénica de Luis Escobar, se estrenó el uno de noviembre de 1949 en el teatro María Guerrero, de Madrid. Se volvió a representar al año siguiente... pero todos los bocetos de Dalí habían desaparecido, como si se los hubiera tragado la tierra. El genio ampurdanés tuvo que recrearlos, y no porque el maquis los hubiera robado.

Robo en Manhattan
En el 2012, la galería Venus Over Manhattan, de Nueva York, expuso el original del cartel de Dalí para el ‘Don Juan’ (copia del decorado de esta imagen). Un joven de calva incipiente y camisa de cuadros lo robó, a plena luz del día, escondiéndolo en una bolsa de plástico. Al ver la que había liado, el ladrón, el publicista Phivos Istavrioglou, desde su Grecia natal devolvió el dalí a la galería por correos exprés. Pero lo pillaron gracias a la cámara de seguridad y a una huella dactilar en un refresco no pagado en una tienda de Manhattan. Un policía infiltrado lo localizó en Milán y le ofreció un trabajo en Nueva York. Istavriuglou cayó en la trampa y viajó a Estados Unidos, donde fue detenido. Pasó unas semanas en prisión, pagó nueve mil dólares y fue expulsado.