Así como, según T.S. Eliot, abril es el mes más cruel, la Chanson d’automne es uno de los poemas más conocidos de Paul Verlaine. No puedo evitar la tentación de recordárselo: “Les sanglots longs / des violons / de l’automne / blessent mon coeur / d’une langueur / monotone. /Tout suffocant / et blême, quand / sonne l’heure, / je me souviens / des jours anciens / et je pleure. / Et je m’en vais / au vent mauvais / qui m’emporte / deçà, delà, / pareil à la / feuille morte”.
El poema apareció publicado en 1866, dentro de los Poèmes saturniens. Y debe parte de su popularidad a que la primera estrofa, la más conocida y reconocible, fue la clave que Radio Londres utilizó en junio de 1944 para ordenar el sabotaje de vías de tren y demás la víspera del desembarco de los aliados en Normandía. Cosas del SOE, Special Operations Executive, más que de la Resistencia francesa. Al fin y al cabo, el SOE estaba bien surtido de jóvenes estudiantes de Cambridge y Oxford.
Nuestros vecinos franceses, tras la victoria sobre los nazis, magnificaron el papel de la Resistencia gala y sepultaron en el olvido casi total la contribución de tantos republicanos españoles exiliados, desde los que llevaban el uniforme de la Nueve hasta los que nutrieron, precisamente, la tan cacareada resistencia en la Francia ocupada. Los colaboracionistas, ya se sabe, fueron una excepción… En fin, así se escribe la historia.
Si han escuchado la, por otro lado, magnífica versión cantada de Charles Trenet, ya sabrán que, en lugar de blessent mon coeur, los violines del otoño bercent mon coeur. De hecho, casi siempre se cita la primera estrofa con ese verso cambiado. Brassens, por su parte, optó por musicar y cantar el poema original. Y todavía hoy pervive alguna discusión entre el sentido patriótico y la ecdótica sobre errores en las galeradas de la primera impresión del poema.

El poeta francés Paul Verlaine (1844-1896)
Cada año, por estas fechas, escucho a Brassens y Trenet cantar a Verlaine... y a nuestro Dúo Dinámico
Ritos de paso que enmarcan nuestras vidas como las estaciones del año, las fases de la luna o el declinar o aumentar de la luz del sol. A mí, cada año, tras el final de agosto, me viene a la cabeza el poema de Verlaine. Y suelo escuchar las dos versiones cantadas –hay otras– de Trenet y Brassens. Y las alterno, para desesperación de los míos, con El final del verano, canción de 1963 que en realidad se titula Amor de verano, de nuestro Dúo Dinámico. Los lugares comunes casi siempre son imprecisos.
El martes pasado falleció Manuel de la Calva y el dúo se ha disuelto definitivamente. Y hoy es lunes y primer día de septiembre. Así que no puedo evitar sentirme especialmente melancólico. Esta rentrée me ha pillado raro, qué quieren que les diga. Habrán contribuido los incendios y las olas de calor insoportable y la imparable bronca entre nuestros próceres, que sigue y sigue repitiéndose de forma mucho más obsesiva que cualquier canción.
Y continúa también la muerte reinando en Gaza, en Ucrania, en Sudán y continúa Trump en esa presidencia distópica armado con su fálico rotulador negro. Y las perspectivas de futuro se antojan hoy difíciles por no decir horribles.
Sin embargo, hay motivos para intentar mantener el ánimo dispuesto a soportar el otoño que se nos viene. Aún quedan tres semanas de verano y, dado que tantas cosas pintan mal, mucho es susceptible de mejora. Así que habrá que intentar evitar la depresión y acudir a, por ejemplo, el poema Al otoño de John Keats, “Dulce estación de nieblas y abundancia, íntima del sol que madura todo (…)” o a la Oda al otoño, de Pablo Neruda, que es un poema esperanzado y sólo levemente triste, aunque este último sea trampa, pues en el hemisferio austral este primero de septiembre no anuncia el otoño, sino la primavera. Si repasan su Oda a septiembre verán que rezuma primavera. Y sí, Neruda tuvo odas para unas cuantas fechas y cosas.
Llevo una semana viendo gente joven que lee libros en los vagones de los Ferrocarrils de la Generalitat
Resumiendo: no se entristezcan hoy en demasía. Y ya saben, acudan a algún buen libro de su gusto o para su sorpresa. No tiene por qué ser un libro de poesía, pero es un tiempo adecuado para ello. Y sepan que, mientras tanto parece conspirar para anticipar días difíciles, hay fundados motivos para un mesurado optimismo. Y no sólo por la afamada buena marcha y crecimiento de nuestra economía (que bien es verdad que crece desordenada y desigual) sino también porque, mientras los países tradicionalmente lectores dicen sus estadísticas que están leyendo un poco menos, en España y Portugal crece la lectura de forma más que notable. La excepción ibérica no sólo funciona con la energía, sino que parece iluminar un tiempo de esperanza y de jóvenes que, como peces avispados, abandonan las redes y eligen la lectura, ese placer solitario que ayuda a la comunidad y la define.
Llevo una semana, que es cuando volvía a la semirutina laboral, viendo gente joven leyendo libros en los vagones de los Ferrocarrils de la Generalitat. Y aunque dominen las máquinas y tanta gente absorta en sus teléfonos, me parece que este otoño tal vez haga buena la vieja cita de Albert Camus tantas veces tergiversada y retorcida: “En medio del invierno descubrí que había, dentro de mí, un verano invencible”.