La semana pasada, con su habitual y verbívora perspicacia, Màrius Serra comentaba la omnipresencia de la expresión “al final” en las declaraciones de los deportistas –también de las deportistas–, que ha sustituido el “la verdad es que”. Era la fórmula que Andrés Iniesta elevó a categoría de perla pop y que tanto agradecen sus imitadores. Sin disponer de datos ni de estudios científicos que lo corroboren, sospecho que la expansión de los medios de comunicación digitales y la exaltación de la inmediatez contra la actualidad han multiplicado los vicios retóricos de las declaraciones espontáneas.

El nuevo uso del adjetivo “correcto”
Alfombras rojas, zonas mixtas, pasillos de parlamentos, salidas y entradas de juzgados y tanatorios, porteros automáticos asediados por paparazzis, pueblos incendiados o inundados, colas de conciertos, tumultos de todo tipo, todo ayuda a crear un territorio en el que el sujeto interpelado por un reportero callejero entiende que le será más fácil salir del paso con cualquier declaración de urgencia que negarse a hablar y ser asediado, como les sucedía a Isabel Pantoja y Julián Muñoz en la corrupta Marbella de Jesús Gil.
El “al final” al que se refería Serra se inscribe en ese idioma mediático que, por contagio, funciona como limosna comunicativa, y que suele incorporar la misma precariedad léxica de los que, por iniciativa propia o porque les obligan, hacen las preguntas.
Si te preguntan como te va la vida, responde “correcto” y mantendrás cierta privacidad
Como la caza de vicios coloquiales es un deporte asambleario, hago mi aportación: detecto un crecimiento gradual en el uso del adjetivo “correcto”. Es un recurso prometedor, que no hay que confundir con la acepción más clásica de “correcto”, referida a la integridad individual o colectiva. El correcto entendido como munición de elocuencia para salir del paso en una conversación generalmente banal es otra cosa. ¿Que te preguntan cómo te va la vida? Responde “correcto” y mantendrás un nivel aceptable de privacidad. ¿Que, en un restaurante, el chef se empeña en querer saber qué te ha parecido la comida? Responde “correcto” y así no satisfarás –ni tampoco ofenderás– las expectativas de tu interlocutor. ¿Que, al salir del cine, un espectador impaciente insiste en saber cuántas estrellas le pondrías a la película que aún estás digiriendo? Responde “correcto” y no participarás en la fiebre comparativa de los elogios o los vituperios categóricos.
Correcto no es solo un adjetivo: es una opción moral, parienta remota de aquel “preferiría no hacerlo” del escribiente Bartleby. En un mundo que premia las opiniones rotundas, utilizar un adjetivo que describe lo “que no se separa de las reglas, libre de errores o de defectos” provoca el desconcierto y la decepción de quienes, moviendo compulsivamente los pulgares hacia arriba y hacia abajo, se alimentan, sin matices, de la bilis y la adulación desatadas.