Nos ha dejado una persona entrañable que construyó un personaje de coherencia artística intachable. Si uno de los objetivos programáticos de los movimientos de vanguardia fue la fusión entre el arte y la vida, Albert Porta lo cumplió con creces. Se convirtió en Zush en 1968 tras pasar por la prisión y el frenopático, y en Evru al empezar el siglo XXI, durante la retrospectiva en el Macba que siguió a la del Reina Sofía, tras haber residido en ambos museos durante las exposiciones. Estas identidades nunca fueron una máscara, a pesar de que la máscara fue uno de sus temas recurrentes, sino una forma de integrar su vida y su arte.

Evru/Zush, en una imagen de 2020
El gesto, transgresor y gamberro, de habitar el museo era una muestra de la lógica sin resquicios de su proyecto, y de su sentido del humor. Se salió con la suya con naturalidad, sin que aquella ocupación fuera agresiva, gracias a la solvencia de su trayectoria y a su bonhomía.
Había creado un estado propio, el Estado Mental de Evrugo, lo había dotado de bandera, moneda, idioma y alfabeto, pero sobre todo había creado sus personalidades artísticas, así que la consecuencia ineludible era exponerse a sí mismo.
A veces nos preguntamos para qué sirve el arte. Evru nos enseñó que el arte ayuda a vivir. A él le ayudó. Lo llamaba Arte para Curarte y para demostrarlo nos ofrecía tanto su prodigiosa producción como su forma de estar en el mundo. Era difícil no tenerle cariño. En un entorno lleno de rivalidades, se ganó sus muchas amistades como lo hacía todo, con discreción y su habitual reserva. Y el ejemplo de un compromiso inquebrantable con el arte al que dedicó la vida.