Mi íntima y larga amistad con Antoni Clavé me permitió que aceptara escribir yo sus memorias. Todo ello me facilitó conocerle muy a fondo. Se distinguía por una honradez artística radical. Vayan algunos ejemplos.
En su época de cartelista cinematográfico tuvo que plantar cara a la CNT, que mandaba en este sector al estallar la guerra incivil. Fue convocado para prohibirle seguir representando los protagonistas burgueses de las películas en la fachada del Fémina e imponerle que llenara ese espacio solo con los colores del sindicato anarquista: el rojo y el negro enlazados con la diagonal. Argumentó que el local quedaría entonces vacío de espectadores. El compañero jefe recapacitó y le dejó seguir con su tan moderno estilo realista.
Su honradez artística fue radical: no quiso reconocer la autoría de una escenografía que manipuló la MGM
La MGM lo contrató para proyectar parte de la escenografía de la superproducción Hans Christian Andersen , con Danny Kaye como estrella. Las maquetas que presentó fueron manipuladas al gusto convencional y popular. Se negó a reconocer la autoría.
Luego de crear decorados y vestuario para la compañía de ballet de Roland Petit y Zizi Jeanmaire con tal acierto que cobraron fama por doquier, renunció a un mundillo que le dispersaba mentalmente. Años más tarde su amigo Von Karajan le encargó la escenografía de dos óperas en la Scala, pero no aceptó, ni siquiera cuando le tentó con un cheque en blanco.

ntoni Clavé realizó diversas escenografías y diseños de vestuario para producciones de Hollywood. En la imagen, el artista (izquierda) con directivos de la Metro-Goldwyn-Mayer
La obra gráfica la realizaba muy personalmente y le encantaba poner a prueba su músculo al accionar el tórculo que instaló en su taller. Las esculturas de dimensión razonable las creaba a mano. Jamás cayó en la tentación de pedir la gran ampliación de una simple maqueta. Dirigió e intervino con sus pinceles en la creación de su gigantesco homenaje escultórico a la Exposición Universal de 1888 plantado en la Ciutadella.
Al estallar la guerra incivil, se comprometió con sus armas en la lucha contra el fascismo insurgente: pintó consignas en los laterales del vagón de un tren y también un cartel con un Franco grotesco recibiendo las bombas aportadas por Hitler y Mussolini. Al llegar la derrota final, no dudó en pasar a Francia, con París como anhelado objetivo final.
Y el triunfo no le hizo olvidar jamás sus compromisos morales, éticos y sentimentales con su patria. Así, en el jardín de su casa de Saint-Tropez mantuvo izada la bandera catalana durante toda la dictadura franquista, participó con su obra pictórica en la campaña Volem l’Estatut , el azul y el rojo dominantes en su obra suponían un guiño a los colores del Barça.
Aunque le presionaban, logró resistirse a tener marchante para así no verse atado a producir y exponer si no estaba lo suficientemente inspirado. La libertad fue siempre primordial para él.
Era muy amigo de sus amigos y si podía los ayudaba a sobrellevar un mal trance. Y fue generoso con las instituciones de sus queridas Barcelona y Catalunya, jamás olvidadas. Donó una colección de su obra gráfica, una gigantesca pintura al Ayuntamiento, escenografías y vestuario de ballet al Institut del Teatre, así como una selección de pinturas a la Generalitat.
Si su nivel creativo fue reconocido por doquier y en vida, merece ser recordada la categoría excepcional y emocionante de su calidad humana precisamente ahora que su arte puede ser admirado en las exposiciones del Palau Martorell, el Reial Cercle Artístic y la galería Joan Gaspar.