Marcos Morau (Ontinyent, 1982) es ya un todopoderoso de las artes escénicas. Los principales teatros y compañías de ballet le abren la puerta y le extienden la alfombra. La revista alemana Tanz le va a nombrar por segundo año mejor coreógrafo. Su nombre equivale a rupturismo y éxito de públicos, como lo fue en su día el de La Fura dels Baus en teatro. Nunca la danza en Catalunya había registrado sold out de una docena de funciones en sala grande con semanas de antelación. Y es lo que ha conseguido el Teatre Nacional con La mort i la primavera (del 24 de septiembre al 9 de octubre), coproducción de la sala con La Veronal. Y la primera vez que Morau se inspira en una obra literaria y en un autor catalán: Mercè Rodoreda.
El compromiso con la creación de este valenciano asentado en Catalunya –aunque dice querer morir en Venecia– no conoce fronteras. Él desdibuja las casillas danza, plásticas, visuales, música. Todo puede estar al servicio de su ensoñación laberíntica. No por nada ha escogido la novela inacabada de Rodoreda, la más oscura y surreal –un pueblo muere obligado a ingerir cemento–, en la que la autora refleja una sociedad devastada por la posguerra y la dictadura y maldice la primavera cuando esta brota, ajena a la barbarie.
Había que convertir la palabra de Mercè Rodoreda en un monstruo grande”
El director de escena, coreógrafo, fotógrafo, artista plástico e iluminador la ha filtrado en un concierto bailado. Maria Arnal, compositora, cantante y colaboradora, se supera dando voz al grito de Rodoreda mientras ocho bailarines expresan un sinvivir. Morau conversa con La Vanguardia ante el estreno de esta obra sobrecogedora que clausuró en agosto la Bienal de Danza de Venecia.
Usted avisa a los espectadores de que no esperen encontrar el texto de La mort i la primavera. Pero también dice que a Rodoreda le habría gustado esa lectura, con música e imágenes.
La palabra queda desplazada, pero no porque no sea importante, sino porque la hemos tenido que convertir en un monstruo grande, un paisaje oscuro y catártico. Se trataba de ir a la esencia, destilar la novela. No íbamos a explicarla, sino a captar la angustia que vivió la autora y esa libertad que para ella suponía la muerte.
¿Cuál cree que es el motor de esta inventiva suya, de esas imágenes escénicas? ¿Comienza en la niñez?
Me tuve que criar un poco a solas, mis hermanos eran mayores y tuve que buscar mi espacio, jugar con mis cosas. Mis padres me contaban que con una caja de cartón me inventaba un programa de tele y lo representaba. Dibujaba muy bien y perfeccioné eso en una academia, pero ya vi que lo de copiar bodegones no me interesaba. Me gustaba hacer cosas remías, raras. Pero mi interés también lo despertó el abuelo fotógrafo, que estuvo encerrado. En casa teníamos maletas de máquinas de fotografía, revelado... y luego estaban los campeonatos de gimnasia rítmica de mi prima: ahí entró el cuerpo y la expresión artística de la música. A ver, era un buen estudiante, pero no hice la selectividad, no quería hacer Bellas Artes, no sabía lo que quería. Me tomé un año sabático y me fui a Valencia a pensar...
Me di cuenta de que no quería bailar, no me gusta exponerme, aunque sí quería expresarme a través del cuerpo”
¿Y ahí bailó un poco?
Comencé a tomar clases de danza contemporánea, se me daba bien y me hicieron presentar al conservatorio. Entré en cuarto de grado medio en Alicante. Pero me di cuenta de que no quería bailar, no me gusta exponerme. No me interesa la danza como materia mía, aunque sí quería expresarme a través del cuerpo. Pedí hacer coreografía, me gustaba crear, pero al final me fui y me puse a estudiar fotografía. Por suerte, tuve una familia que me acompañó en todo eso. “Es un niño con talento, un niño creativo, un niño especial... ”, decían. Un niño homosexual en un colegio religioso en un pueblo de Valencia.
¿Un contexto que no iba a favor?
Esa opresión me fue a favor para ser quien soy. He tenido que rebelarme. Este año me hicieron pregonero de mi pueblo (bueno, una ciudad de 40.000 habitantes) y les dije: “Gracias a los que me habéis llamado maricón, porque me habéis dado fuerzas para transformar la frustración en una fuerza regeneradora y enriquecedora”. Los complejos los convertimos en fortaleza.

Marcos Morau fotografiado en el exterior del Teatre Nacional de Catalunya, coproductor de 'La mort i la primavera'
¿Se sabe un ser sensible?
Muy emocional. Muy sensible a las críticas y rechazos, y a la vez muy empático hacia el otro, hacia el distinto. Esa mezcla me define como persona. Y mi trayectoria me ha hecho saber el coste de las cosas. Al final estudié coreografía en Valencia y en Barcelona y empecé a ganar concursos coreográficos. Cesc Casadesús fue el primero en darme una oportunidad siendo yo acomodador del Mercat de les Flors. Ahora veo el trabajo hecho y me emociona ver a donde he llegado, me emociona estar en el top 3 de la gente que marca tendencia. Pero no tengo tiempo de parar. Por la agenda, la locomotora, el ritmo de Europa y el mundo, que hacen que esté viviendo en el 2030. Ahora con la Ópera de París, con el San Francisco Ballet, en la Scala de Milán, con el Nederlands Dance Theater, del que soy artista asociado, además de serlo en el Staatsballet Berlin.
Cuando me dicen que lo que hago es Carles Santos, yo no sé. Lo que sí sé es que los 40 años de dictadura han hecho que todo lo tradicional cobre fuerza”
Su acerbo creativo, ese andar silencioso por debajo de las faldas con miriñaque, ¿surge del folclore?
Sí. Y de las procesiones de moros y cristianos... está todo ahí. Cuando me dicen que lo que hago es Carles Santos, no sé. Lo que sí sé es que los 40 años de dictadura han hecho que todo lo tradicional cobre mucha fuerza. En Valencia tenemos no solo las Fallas, sino también las jotas valencianas, los gigantes… cosas que tienen también en Catalunya. En Aragón he disfrutado de los tambores de Calanda... Pero es que en la procesión del Corpus de Valencia ¡sale Dios representado! Me parece fortísimo ese atrevimiento, ese semenfotisme simpático a la hora de afrontar los temas importantes. Esta saturación, ese más y más, esa acumulación de capas y tejidos choca con la sobriedad catalana. Y a mí me gusta encontrarme en ese equilibrio entre la sobriedad y la exageración, sin caer en la parodia de lo catalán o de lo valenciano.

Los ocho bailarines de 'La mort i la primavera' se suman por primera vez con el canto, acompañando a Maria Arnal
¿Deformar y deconstruir el folclore le acerca a la muerte? ¿Es un epicentro de su pulsión creativa?
Soy un consumidor de arte y veo que todos los que me gustan tienen una relación muy estrecha con la muerte: Sylvia Plath, Virginia Woolf, Picasso, Tarkovsky, Buñuel. Como nadie ha vuelto de allá, nos la tenemos que inventar y celebrar de modo onírico. La religión y el arte conviven porque ambas intentan explicar alguna cosa que va más allá de la vida. El arte no está aquí, es algo que se inventa. Tampoco Dios no es de aquí. Yo le tengo tanto respeto a la muerte que juego con ella, juego a llevarla constantemente a escena, ya desde Rusia, mi primer trabajo de gran formato, o Sonoma, Opening Night y ahora Totentanz… Canalizamos nuestros miedos a través de la creación artística.
Yo no quiero morirme, pero veo que no soy el único que piensa en la muerte como algo bello”
¿Pero le produce placer verla representada?
A mí me encanta verla representada como algo irónico y grotesco, le encuentro morbo. Y en las clases de estética y coreografía he visto que la belleza también se encuentra en la muerte. El funeral de mi padre era belleza. Para mi la belleza es la composición de una suma de cosas, y ahí le veías a él tras el cristal -cosa que me destrozaba- y veías a gente llorando, a gente entrando y saliendo, fumando en el exterior, cambiando las flores, veías el coche fúnebre... Decía Yukio Mishima que la belleza máxima era la muerte porque no se podía explicar ni volver de ella ni atravesarla. Él decía que el acto más bello que se le podía dedicar a la vida era morirse, matarse. Yo no quiero morir, pero veo que no soy el único que pienso en ella como algo hermoso. Me inspira mucho. Y mucho del folclore celebra la muerte. La celebra Mercè Rodoreda en La mort i la primavera. Ella piensa que la primavera es cabrona: estés como estés, no te espera, la tierra florece. Y ella la mira con rabia: “¿He de seguir viviendo?”. Tenía pinta de ser una mujer difícil Rodoreda, lo que la convierte en alguien de quien sobre todo te interesa la obra, no la persona. Yo, si me gusta mucho un artista, no quiero escribirle, no quiero conocerle. Y la gente que me escribe a mí..., buf, no quieren saber cómo soy.
¿Puede evitar ver y observar lo que sucede en 360º a su alrededor como en el funeral de su padre?
No, siempre lo veo. Puedo sufrir las cosas a la vez que observar e inspirarme. Es verdad que algunas veces miro para no sufrir. Yo tengo miedo a volar, tengo miedo a muchas cosas... pero a veces conservo la capacidad de mirar y analizar, y otras caigo en el pozo. Puedo ser muy lúcido con la obra de arte o con los demás, pero no encuentro la relatividad en mi mismo. Soy tan obsesivo y poliédrico que lo mezclo todo y me cuesta salir de ahí. El artista ha de rumiar, sí, pero sin caer en la herida.
¿El teatro nunca sintió que fuera lo suyo?
El teatro me ha confrontado con aquello contra lo que siempre me he rebelado. Y es que a mí me gusta la abstracción, la música, incluso esa figuración a medio camino en la que reconoces un cuerpo pero no sabes muy bien qué pasa. Y la danza y la coreografía me daban eso. Lo que pasa es que hay un peligro, y es que si todo vale, nada vale: si en la escena alguien anda, suena una música y se cae... y eso ya es danza... En cambio el teatro tiene un rigor, esta todo asentado en una estructura, y eso me gusta. Pero me lleva de la mano a un lugar, y yo me siento cómodo en un camino entre medio. Me gusta la iconografía, la metonimia (que una imagen te lleva a otra), la interconexión de cosas, que aparezca de repente un texto, un vacío en el que caigo y no sé donde estoy. Mis referentes eran DV8, era Romeo Castellucci... ¡qué bien juegan con todo! No son comerciales pero tampoco crípticos.
Roberto Fratini me ha abierto los ojos a otras disciplinas artísticas, que es algo que nos ha faltado siempre a la gente de la danza”
Y usted pudo explorar esos caminos.
Yo en el Institut del Teatre me sentía un privilegiado, tenía profesores que me permitían hacer lo que me diera la gana. Y tuve un maestro de dramaturgia, Roberto Fratini, que luego ha sido mi colaborador y mi amigo, que me ha abierto los ojos a otras disciplinas artísticas, que es algo que nos ha faltado siempre a la gente de la danza. Nos hemos centrado mucho en la danza y poco con lo que pasa alrededor. El teatro es más político que la danza, pero creo que es por la palabra; la imagen resuena de otro modo, ha sido la publicidad la que se ha apropiado de la imagen, de las cosas más plásticas.
Igual que William Forsythe deconstruyó en su día el ballet clásico y generó un mundo nuevo, ¿estamos aburridos de lo que da de sí la danza contemporánea y nos queremos abocar a otro lugar que no sea el baile por el baile?
Yo estoy a favor del cambio y la evolución, y también de encontrarse a uno mismo. Cuesta mucho encontrarse y que la gente te reconozca, que vea algo y sepa que eso es Forsythe, que eso es Naharin, que eso es Morau... eso cuesta mucho. Y la ventaja de encontrarse es que tú y solo tú puedes evolucionar eso. Primero está la llegada, luego el establecimiento y finalmente el reencuentro, si no vas hacia abajo. Yo lo que veo a mi alrededor es que el mundo está cambiando y la danza contemporánea ha de cambiar también. Yo ahora, por ejemplo, a hago una pieza de La mort i la primavera, de una escritora fallecida, que es algo que me lleva para atrás a nivel referencial. Pero se trata de cómo yo desde hoy puedo mirar de atrás hacia adelante. Y es que vivimos todos con el miedo de evolucionar, de cambiar, de gustar, de estar a la altura de lo que la gente espera, de lo que el arte necesita decir, de formular la pregunta incómoda, de donde otros ven un muro, nosotros ver una puerta. Por eso intento desafiar. Y ahora hacer un espectáculo que es un concierto, no un espectáculo de danza al uso, y ya veremos a dónde nos lleva. Y lo siguiente quiero que sea otra cosa que no tenga nada que ver, una instalación o una exposición... Pero primero hay que asentarte y decirle al mundo: lo puedo hacer. Y cuando llegues ahí, romperlo.

Maria Arnal compone y canta en la surreal 'La mort i la primavera'
Alain Platel, con toda la revolución que supusieron sus Ballets C de la B, siempre rehuyó denominarse coreógrafo. No venía de la danza, no quería ser un intruso. Usted no ha tenido problema en reformular lo que se entiende por un espectáculo de danza y reivindicar su lugar en el género. ¿Ha sido consciente?
Creo que sí. Porque una cosa es lo que tu digas qué haces, pues todo lo que sale de Les Ballet C de la B era super coreográfico, aunque ellos pensaran que no. Pues al final que es la coreografía, sino dirigir a bailarines en un espacio y tiempo bajo una idea de luces. Pero es que no somos los artistas los que nos vemos. Yo solo intento hacer mi vida y crear y ver cómo lo que hago marca y trasciende.
Lo mejor de todo es que ahora mismo el término danza contemporánea es muy diáfano y permeable”
Pero usted siempre ha hablado del misterio de la danza.
Claro, si no, qué diantres hago aquí.
Es ese arte su puerta para adentrarse en el misterio.
Sí. Lo mejor de todo es que ahora mismo el término danza contemporánea es muy diáfano y permeable. Permite que en la danza entre la palabra, la imagen, la no danza, el concepto, un objeto... ¿Lo permite eso el teatro? No lo sé. ¿Lo permite la ópera? No lo sé. ¿Y el cine? La industria seguro que no. Y la danza, que tiene una familia que va de la performance a las artes visuales, el happening... que hay una mezcla que viene de un siglo XX en la que la danza se ha dislocado, pero que evidentemente sigue habiendo una danza pura. ¿Qué es la danza pura? ¿El ballet? ¿La danza contemporánea? ¿Forsythe? Ostras, yo no reniego de eso. Eso es lo que más me gusta. Si hay algo de lo que yo me siento orgulloso es que puedo disfrutar de Maria kochetkova bailando una Odette y luego ir de repente a ver algo extraño de Florentina Holzinger en el Volksbühne, o quizás a Romeo Castellucci en una ópera de Schönberg y estar disfrutándola. Y en cambio ir a ver algo aparentemente de mi lenguaje y que no me guste nada. No sé, no me hagas escoger. Me gusta encontrarme con el término danza como un motor que me mueve y conmueve, hasta que me canse.
Cinco obras clave de en la trayectoria de Morau
‘Rusia’ (2011)
Del ciclo de países de La Veronal (junto con ‘Islandia’, ‘Siena’, ‘Voronja’…). Preludio de un lenguaje propio y de la dramaturgia visual como eje de la danza. Le proyecta en la escena europea de la danza
‘Pasionaria’ (2019)
Con la música de Bach, explora lo obsesivo y lo espiritual a la vez. Marca la madurez de su lenguaje coreográfico
‘Sonoma’ (2020)
Inspirada en el cine surrealista de Luis Buñuel, su onirismo, crítica social y choque entre religión y deseo le catapultó en el Festival de Aviñón
‘Opening night’ (2021)
Homenajea el mundo del teatro inspirado en el film de John Cassavetes. Dialoga con el teatro desde la danza
‘Afanador’ (2024)
Embarca al Ballet Nacional de España en un show inspirado en el fotógrafo colombiano Ruven Afanador. Flamenco, danza contemporánea, fotografía, sombra... Los premios Max se volcaron completamente
Decía antes que cuando algo abarca tanto acaba siendo nada. ¿Es un miedo eso?
No es un miedo pero es algo que tengo presente. Soy docente y a veces me invitan a dar masterclasses y workshops y me doy cuenta de que cuando la gente comienza va con esa cosa de ‘no, es que yo lo veo así’, 'es que para mí es eso'. Claro, si todos mirásemos el mundo desde aquí, no dialogaríamos con nadie, pero al mismo tiempo debes dejar que tú seas tú. Todos queremos preservar el individuo que somos, pero al mismo tiempo dialogar con el otro o pertenecer a una sociedad o un colectivo. Pero cuando estás creciendo hay eso... quieres ser creador y de repente viene un alumno y hace en una sala algo que no tienen ningún sentido, pero uno vera que hay un equilibrio en la forma que le gusta, mientras a otro le parecerá un fiasco. Ahí estamos ante el eterno dilema: ¿es un genio o es un farsante? Es el mundo en el que vivimos, estamos polarizados, también en la política. Pero con eso que he dicho, si todo es todo, nada es nada. En eso estamos de acuerdo. Y teniendo en cuenta que eso está aquí mismo, y viviendo con el respecto y atentos y con cuidado, porque no todo es todo y nada es nada.
NDT no tiene la infraestructura de una Ópera de Berlín o de París, pero tiene el cuerpo, la libertad y el nombre para decir: 'Marcos, haz lo que tú quieras'”
¿En qué compañía de las que le invitan se ha sentido más entendido?
Diría que Nederlands Dance Theater. Por el lenguaje. Y cuando se dice que son los mejores del mundo, no es solo por el pasado y Jiří Kylián, que también, sino porque se han podido permitir siempre escoger a los mejores. Todos los bailarines la tienen como su primera opción en su lista de compañías. Claro que NDT no tiene la infraestructura de una Ópera de Berlín o de París, pero tiene el cuerpo, la libertad y el nombre para decir: “Marcos, haz lo que tú quieras”. Allí he creado Folkå, Horses y ahora haremos un Full Evening. Y soy coreógrafo de la casa. Ya lo era de Berlín cuando me lo ofrecieron desde NDT, y le tuve que comunicar a Staatsballett que tenía esa oferta. Y, lo que son las cosas, justamente no tuvieron problema en compartirme y reformular el contrato de exclusiva, porque el hecho de que yo estuviera en NDT les añadía prestigio.
Ahora se va a Tokio, y luego a San Francisco Ballet a trabajar con Tamara -Rojo, la directora de la compañía.
Sí, llevo una vida nómada y soy feliz, pero habrá un momento en que querré parar. Y no sé si lo que querré entonces es tener un sede para La Veronal. Ahora estoy buscando casa en Venecia porque quiero vivir allá o, mejor dicho, me quiero morir allí.
Y ser enterrado al lado de Diaghilev y Stravinski, de acuerdo, pero todavía no.
No me enterrarán allí porque no seré ellos, pero hay algo de Venecia que me ayuda. Si un día estoy triste o agobiado, pienso en Venecia. Y no quiero quitar el pie de Barcelona, de Catalunya, porque es la tierra que me ha visto crecer y más me ha ayudado, pero al mismo tiempo hay algo en Italia y Venecia que estoy trabajando para proyectar no un futuro artístico sino profesional. No es que quiera ser director de La Biennale, no, es que me gusta pasearla, perderme, ir al Lido, leerme un libro, tomarme un café, ir a comprar. Me siento parte de un linaje de una ciudad muy grande históricamente y que me invita por mi nombre. Mis padres me pusieron Marcos como homenaje a Venecia. Mientras, seguiré creyendo en lo que creo y viviendo esta vida nómada.

El coreógrafo dando un paso en el aire a petición del fotógrafo de 'La Vanguardia'
¿Prefiere la vida nómada que tener una sede en Barcelona para La Veronal que habría que costear?
Me gustarían ambas cosas, porque tenemos equipo para poderlo hacer todo. Si una institución nos cediera un espacio, lo convertiríamos en algo de la profesión. Haríamos mesas redondas, clases, workshops, vendría gente de todo el mundo, haríamos muestras abiertas, tendríamos catálogo.... Y no tendría por qué ser La Veronal, pero teniendo el respaldo mundial que tenemos y el apoyo local que podríamos obtener, nos dieran un espacio, estoy seguro de que sería un lugar de peregrinaje.
Para mí el mejor coreógrafo es William Forsythe; cuando ves el talento en el otro, emociona”
¿Con qué coreógrafo se queda de los que hay en el mundo?
Para mí el mejor es Forsythe; cuando ves el talento en el otro, emociona. Uno por lo general se compara y mira qué hace él mejor que yo o viceversa. Pero si hablamos de coreógrafos, lo tenemos vivo y creando, y es Billy, como se le conoce en el sector. Y es increíble. He coincidido con él en Berlín y otros lugares, y cuando estás ante un genio, solo puedes sentirte aprendiz de brujo. Yo tengo otros talentos y tal vez él, si viera mi trabajo diría, ostras, no sé cómo haces eso. Yo veo su trabajo, veo cómo deforma la danza clásica, el gusto que tiene... en todo, en el equilibrio, las entradas, el ritmo... y apostando únicamente por el cuerpo. Un espacio vacío y una bailarina entrando. Eso es una maravilla. No es que yo quiera hacerlo, pero sé verlo en él. Así que él y Romeo Castellucci serían los referentes que a mí más me interesan.
Una última pregunta: los recuerdos que guarda del arte que le impacta, ¿son imágenes fijas o en movimiento?
Fijas. Fotografía. Pienso que es la imagen como arma publicitaria, que nos ha hecho así. Y la publicidad lo sabe, por eso es tan deshonesta. Porque saben que a partir de una imagen pueden llevarte a un lugar. Y es la trampa de este mundo.
Las imágenes de las bombas sobre Gaza nos llevan a un lugar, también.
Sí, pero escuchas a la extrema derecha o a la Ayuso hablando de las bombas de Gaza y dice que están politizadas: a ella también la llevan a un lugar. El tema es a qué lugar te llevan. Las imágenes van por delante pero no significa que tengan razón.