El franquismo usó el hambre como arma represiva

Historia

El historiador Miguel Ángel del Arco detalla en un nuevo libro la finalidad política de la hambruna de posguerra

ESPAÑA: POSGUERRA.- Madrid, 1-12- 1940.- Despacho de pan en Madrid. Cartillas de racionamiento. EFE/nr

Venta de pan con cartillas de racionamiento en los años 40 

EFE

Más de ocho décadas después del final de la Guerra Civil, el hambre de los años posteriores se mantiene en la memoria colectiva como una de las grandes consecuencias del conflicto, un recuerdo dominado por la miseria del estraperlo y de las cartillas de racionamiento. El franquismo atribuyó la carestía a una serie de factores ajenos, pero el historiador Miguel Ángel del Arco impugna esos argumentos en La hambruna española (Crítica), uno de los primeros estudios globales sobre el tema, que concluye que el hambre respondió a decisiones del régimen, algunas relacionadas con la corrupción y otras con la intencionalidad política de castigar y controlar a sus adversarios que no eran otros que los derrotados.

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Más allá del recuerdo de la miseria de aquellos años, los datos concretos muestran la magnitud del desastre. Las estimaciones realizadas a partir del exceso de mortalidad indican que entre 1939 y 1942 se produjeron 200.000 fallecimientos a consecuencia directamente del hambre pero sobre todo de las enfermedades vinculadas a la debilidad causada por la mala nutrición, como la tuberculosis, el tifus o la difteria, patología, esta última, que hasta entonces estaba prácticamente desterrada. A esa cifra habría que añadir otras 20.000 víctimas mortales, sobre todo en Andalucía, correspondientes a la recaída de 1946.

La dictadura atribuyó la falta de alimentos en primer lugar a la destrucción de la economía causada por los rojos durante la guerra y sobre todo en los últimos momentos antes de su derrota. No obstante, los datos indican que ni la producción industrial se resintió de forma muy grave (la producción de la metalurgia vasca, por ejemplo, fue mayor en 1938 que en 1936) ni tampoco la actividad agrícola, pues la zona bajo el control de los sublevados, donde se concentraban la mayor parte de las cosechas del país, siempre funcionó a pleno rendimiento. Donde sí hubo una pérdida importante fue en el capital humano, “aunque eso parece que importaba menos”, señala el autor a La Vanguardia.

El exceso de mortalidad entre 1939 y 1942 fue de 200.000 personas, que fueron víctimas de la desnutrición y las enfermedades asociadas

Otro de los factores esgrimidos por el régimen, la pertinaz sequía, no pasó de ser una excusa porque los registros no corroboran su existencia. Y, respecto al bloqueo internacional de los primeros años de la posguerra –también uno de los argumentos predilectos del Gobierno de la época-, Del Arco admite que sí se produjo, pero fue consecuencia directa de que el régimen decidiera alinearse con el Eje, pues los aliados perseguían que dejara de abastecer a sus enemigos. “Mientras la población pasaba hambre –explica- España vendía alimentos y materias primas a Alemania e Italia”.

Las razones de la hambruna, pues, hay que buscarlas en otro lado, y ese otro lado es, en su opinión, el de las decisiones políticas y económicas del propio régimen, que mezclaron la incompetencia y la intención de castigar a partes iguales. Sin ellas es difícilmente explicable que el racionamiento continuara en vigor hasta 1952, es decir, un periodo de trece años tras la guerra, llamativamente superior al de los países que tomaron parte en la Segunda Guerra Mundial.

Comida para niños pobres en Madrid en diciembre de 1941

Comida para niños pobres en Madrid en diciembre de 1941

Efe

Entre esas decisiones destaca la de abrazar la autarquía económica, un sistema que se reveló catastrófico para las finanzas del país, que deterioró las condiciones de vida de la población y que empujó a una parte importante de ella a la miseria del mercado negro y al hambre. Un fenómeno que el régimen oficialmente negó con insistencia a pesar de estar presente en los debates al más alto nivel y de que los cuadros regionales y locales advertían sobre él. Y a pesar de que la situación era bien palpable en las calles, como señalaron de forma reiterada las comunicaciones de los representantes diplomáticos extranjeros en España.

¿Por qué no rectificó? Del Arco sostiene que la razón es doble. Por una parte, la existencia de una corrupción generalizada del régimen, tanto entre mandos del ejército como de Falange o de la Administración, que hacía que muchos se lucrasen en el mercado negro. Empezando por el propio Franco y la célebre venta de 600 toneladas de café, regalado al país por el dictador brasileño Getúlio Vargas cuyo resultado fue a parar las cuentas del generalísimo. La situación, pues, favorecía la situación de ciertas clases dirigentes.

Pero además, la carestía constituía una poderosa herramienta para el control de la población díscola. “El hambre –escribe el historiador- tuvo un impacto favorable para la dictadura de Franco: los apartó (a los opositores) de la vida política, los debilitó y los obligó a centrarse en la supervivencia”. De esta manera, en su opinión, la combinación de represión y violencia con el castigo a través de la escasez en la alimentación logró apuntalar el régimen en sus primeros años sin grandes problemas de orden público.

En este contexto, la cartilla de racionamiento era un instrumento más de coacción, pues eran las autoridades locales quienes la proporcionaban y estas podían modular el nivel de las represalias. A un antiguo militante de izquierdas, por ejemplo, se le podía conceder una cartilla de primera categoría, es decir, la que se asignaba a las personas que tenían más recursos, a pesar de ser pobre. De esta manera, tenía acceso a menos alimentos.

Las cartillas de racionamiento fueron utilizadas como un mecanismo de coacción

“El franquismo sabía administrar perfectamente el hambre”, asegura Del Arco, que explica, en esta línea, que el racionamiento fue más estricto en el campo que en las ciudades, pues las autoridades pensaban que los núcleos urbanos eran más propensos a estallidos de descontento. En las zonas rurales del sur el hambre fue más intenso; allí quienes tenían pequeños cultivos podían sobrevivir, pero quien no los tenían, esto es, los jornaleros y sus familias, dependían exclusivamente de un racionamiento restrictivo. Una forma más de venganza.

A la luz de este libro cobra otra dimensión el lema franquista de “ni un lugar sin lumbre ni un español sin pan”, aireado por las autoridades en los años inmediatamente posteriores a la guerra. El mismo régimen que en opinión de Del Arco agravó, si no causó, el hambre fue el que después se arrogó la solución.

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