Se cuenta que la única vez que Carmen Polo vio verdaderamente enfadado a Franco fue cuando se produjo la fracasada invasión de la Vall d’Aran por parte de 4.000 guerrilleros comunistas, que pretendían establecer allí una cabeza de puente para derribar al régimen. “¿Pero qué hace la Guardia Civil?”, clamaba el generalísimo. Ese octubre de 1944 fue el momento en el que el franquismo estuvo más preocupado por la resistencia armada, pero la acción de guerrilleros republicanos fue mucho más amplia en el tiempo, puesto que se desarrolló de forma ininterrumpida entre el final de la Guerra Civil e inicios de los años 50. En realidad, en opinión del historiador Javier Rodrigo en cierto modo la contienda no acabó en abril de 1939, sino que continuó, como una guerra irregular, hasta 1952.
Rodrigo ha publicado estos días La guerra degenerada (Pasado & Presente), una obra cuyo objetivo es dar una visión global de la violencia desatada en grandes áreas del entorno rural español y su repercusión en la población civil, y que impugna la visión de que la Guerra Civil terminó en seco, pues los enfrentamientos armados se prolongaron durante más de una década. Tanto es así que, aunque públicamente el Gobierno se refería a los guerrilleros como simples bandidos, durante muchos años internamente reconocía la entidad del problema. Por esa razón el estado de guerra se mantuvo hasta 1949 y por ello la Guardia Civil admitía en esa época en sus órdenes y comunicaciones que continuaba en campaña.
Se trata, en opinión del autor, de uno de los fenómenos de insurgencia más largos del siglo XX europeo, pues se inició ya en 1936, cuando grupos afines a los republicanos se quedaron atrapados en la zona nacional y decidieron echarse al monte. Muchos de ellos o bien fueron capturados o lograron huir al territorio de la República, pero, en cualquier caso, aunque consiguieran mantener su actividad, esta fue meramente de resistencia. En la siguiente fase, en el periodo comprendido entre 1939 y 1944, ocurrió algo parecido. En esa etapa grupos desorganizados tras la derrota en la Guerra Civil, resistieron como pudieron en zonas rurales, aislados y sin apenas apoyo.
Fue con la invasión del Vall d’Aran cuando la dimensión y organización de la resistencia armada creció. Pero lo hizo en paralelo al incremento de la crueldad y al nivel de la violencia tanto en las medidas represivas contra la guerrilla como en las acciones de los propios maquis. En esta fase, entre 1944 y 1948, se concentraron la mayor parte de los 8.000 muertos causados en el conjunto de la larga guerra irregular. Fue la época en la que los militares recurrían a prácticas como el vaciado de población de zonas enteras, como ciertas áreas del norte de Castellón; el “fuego libre”, es decir, disparar sin aviso a quien violara el toque de queda; o el incendio provocado de bosques para obligar a salir a los guerrilleros emboscados, en una estrategia que recuerda los bombardeos estadounidenses de dos décadas después en Vietnam sobre el medio rural.
La insurgencia supuso la continuidad de la la contienda por otros medios: se convirtió en guerra irregular
Y, por supuesto, entre esas tácticas, se encontraban las coacciones, tortura, encarcelamiento y ejecuciones de la población civil que era vista por los militares como enemiga por su potencial encubrimiento a los guerrilleros. Lo que hubiera hecho realmente o no ese grupo de población era secundario. Las prácticas represivas contra ese colectivo recuerdan, aunque salvadas las distancias por las dimensiones y naturaleza de los respectivos conflictos, a las de las fuerzas ocupantes el Eje durante la Segunda Guerra Mundial en toda Europa.
Incluso la retórica del Estado en España era muy similar a la de los nazis. Fueron estos últimos los que teorizaron sobre la “guerra degenerada”, es decir, una guerra que, al ser irregular, no estaba sujeta a las convenciones del combate tradicional y, por tanto, las prácticas represivas eran de una crueldad y de una violencia indiscriminada que habría sido inadmisible en los conflictos normales.

Un grupo de maquis integrados en la resistencia francesa, en un puesto fronterizo de la Vall d'Aran
No se puede decir, ni mucho menos, que la mayoría de la población civil apoyara a los insurgentes. Primero, porque no todos coincidían ideológicamente con ellos; segundo, por miedo, porque ayudar a los guerrilleros, tanto si era voluntariamente o como a consecuencia de las coacciones –que era lo más frecuente- se castigaba con severidad; y finalmente por la propia violencia de los maquis. “El mito del buen resistente es eso, un mito”, asegura Rodrigo.
A partir de 1947-48, a consecuencia de los éxitos en las labores de contrainsurgencia del régimen y de los cambios en la coyuntura internacional, las organizaciones no comunistas que habían apoyado la lucha armada cambiaron de posición y el PCE también lo hizo aunque no fue hasta unos años después. En ese último periodo la actividad de los guerrilleros, sin suministros y con escaso apoyo interior y exterior, volvió a convertirse en una lucha por la supervivencia, como ya lo había sido tras la derrota de 1939.
La resistencia armada al franquismo se saldó con 8.000 muertos en el medio rural en década y media
Una de las aportaciones del estudio de Javier Rodrigo que más llama la atención es la vinculación del movimiento guerrillero español con lo que sucedió en Europa durante la Segunda Guerra Mundial y en los años inmediatamente posteriores. En realidad, los movimientos de insurgencia fueron muy comunes en todo el continente ocupado, como Italia, Grecia, Yugoslavia o Francia. En el caso de este último país, además, la presencia de españoles dentro de la resistencia fue muy numerosa, por lo que con el fin de la ocupación alemana muchos de ellos engrosaron las filas de guerrilla en la península.
Pero también hay diferencias. La principal es que al norte de los Pirineos los partisanos se enfrentaban a la ocupación extranjera, por lo que las características de la insurgencia y la contrainsurgencia eran distintas, incluso con mayor crueldad, y las dimensiones, mayores. Son muy diferentes, por ejemplo, los 8.000 fallecidos a consecuencia de la persecución contra la guerrilla en España de los 50.000 o 60.000 en Italia.
Represión contra las mujeres
Una parte del libro está dedicada a la represión dirigida específicamente a las mujeres. Si bien está documentada poca participación femenina directa en las acciones armadas, en el caso de las redes de apoyo –información o aprovisionamiento, por ejemplo- se puede considerar que la implicación de ambos sexos estaba a la par.
En ese contexto las fuerzas del orden desarrollaron unas prácticas represivas en las que la violencia de género era una herramienta utilizada muy a menudo, tal como se concluye a partir de centenares de expedientes y resoluciones judiciales estudiadas por el autor. Entre líneas se pueden leer las historias de muchas mujeres sometidas a torturas y coacciones puesto que las autoridades sospechaban que, por razones sentimentales o familiares, mantenían vínculos con guerrilleros.
El libro se inicia justamente con uno de estos casos, el de una mujer de 21 años que vivía en al norte de la provincia de Sevilla. Las autoridades sospechaban que mantenía una relación con un guerrillero de la zona, que había muerto en un mes atrás en combate con la Guardia Civil. La joven fue examinada por un médico que certificó que “reconocidos los órganos genitales de la joven” se apreciaba “la rotura del imen (sic)”, indicio que para los agentes era suficiente para confirmar sus sospechas. Poco después, arrancaron una confesión, al parecer bajo coacciones, de la madre de la joven, que apuntaba, efectivamente, a la relación de su hija con el guerrillero.
Posteriormente, ambas mujeres alegaron ante el juez haber sido sometidas a torturas y malos tratos por parte de los guardias civiles para que firmaran declaraciones autoincriminatorias. Sin embargo, el tribunal no tuvo en cuenta tales alegaciones y fueron condenadas a prisión por ayuda a malhechores.
Pero el libro traza otro paralelismo con Europa, el de la guerra civil irregular que se inició una vez acabada la contienda convencional y que prolongó el conflicto armado durante más de una década. En opinión de Rodrigo, tras la Segunda Guerra Mundial y durante toda la segunda mitad del siglo XX las guerras civiles se convirtieron mayoritariamente en conflictos irregulares, como sucedió, por ejemplo, en Grecia (1946-1949). Con sus características propias, la guerrilla española obedece a una dinámica claramente continental.
¿Cuál fue el verdadero impacto de esta guerra irregular? “En las memorias de los guerrilleros se pueden leer a menudo frases parecidas a que ellos eran ‘el puño que golpeaba al franquismo’, pero objetivamente su importancia fue mucho más discreta”, asegura Rodrigo, que añade que si bien en algunas zonas rurales estaban muy presentes en la vida cotidiana, en cambio, en las grandes ciudades “ni se enteraron de su existencia”. Y el régimen, como es obvio, nunca llegó a tambalearse a pesar de la propaganda opositora. Un balance tristemente pobre para 16 años de guerrilla con un enorme balance de pérdidas de vidas humanas y decenas de miles de represaliados.