Claudia Cardinale (CC), puro mito

Adiós a una actriz de leyenda

La italiana, que tenía el francés como lengua materna, nunca se retiró y siguió trabajando hasta el final de sus días

   La organización del Almería Western Film Festival (AWFF) ha anunciado este martes que entregará el premio 'Tabernas de Cine' en su octava edición a la actriz italiana Claudia Cardinale, coincidiendo con el 50º aniversario del largometraje 'Hasta que llegó su hora', dirigida por Sergio Leone en 1968

Claudia Cardinale, en el western 'Hasta que llegó su hora', dirigido por Sergio Leone en 1968 

AWFF / Europa Press

Su misteriosa mirada felina subrayada con eye-liner y la deslumbrante sonrisa tras la que ocultó no pocos dramas personales la convirtió en una de las más grandes estrellas de los años 60, igualando a sus predecesoras Sophia Loren y Gina Lollobrigida, y equiparándose con Brigitte Bardot, con la que coprotagonizó el popular divertimento en forma de western Las petroleras rodado en el desierto de Tabernas a principios de los 70. Diez años atrás, en 1961, Paris-Match ya la había anunciado como la nueva BB -es decir, CC–, dando la exacta dimensión de los contornos del mito, tanto erótico como cinematográfico. Una de las más grandes.

Nacida en el Túnez colonial, creció con el francés como lengua materna. De hecho, cuando debutó en el cine italiano con Rufufú (1958), de Mario Monicelli, no entendía absolutamente nada de lo que vociferaban sus gesticulantes compañeros de reparto, entre los cuales ya estaban Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman o Totó. Las risas de aquella comedia bulliciosa escondían ya muchas penas. CC había ganado un concurso de belleza cuyo premio era un billete a la Mostra de Venecia, donde se vio asediada por los fotógrafos. Pero no tardó en descubrir que se había quedado embarazada de un misterioso señor francés que la había violentado y sólo quería que abortara. Ella, sin embargo, quiso tener al pequeño Patrick, y dio a luz de incógnito en Londres bajo el control del productor Fabrizio Cristaldi, futuro marido con el que ya firmó entonces un contrato absolutamente fáustico, que implicaba, entre otras muchos detalles sobre su pelo y peso, guardar el secreto de su maternidad, haciendo pasar a Patrick como su hermano durante siete años, hasta que el engaño fue descubierto por un periodista. Sus lágrimas en una escena de la mítica La chica de la maleta (Valerio Zurlini, 1961), donde cuenta una historia parecida a la realidad, no podían ser más ver verdaderas, aunque entonces nadie sabía por qué.

Lee también

Claudia Cardinale, la diva mediterránea que rompió las fronteras

Francesco Olivo
Italian actress Claudia Cardinale attends in February 1962 the Opera gala in Paris for the release of the film

Un año atrás, Visconti ya le había regalado el papel de Rocco y sus hermanos, y Abel Gance, el de Josefina Bonaparte en la mastodóntica Austerlitz, su primera gran película francesa. Siguió Cartouche (1962), popular película de capa y espada en cuyo rodaje tuvo un affaire con Belmondo. Pero la más absoluta consagración llegó en 1963 cuando El Gatopardo se alzó con la Palma de Oro, al tiempo que Fellini 8 ½, presentada fuera de concurso, la revelaba tal cual era, interpretándose a sí misma, y con su propia voz, ya que, hasta la fecha, por sonar algo ronca o no lo suficiente italiana, fue sometida a ominosos doblajes. Ese mismo año también debutó en una producción americana, aunque rodada en Roma –La pantera rosa, de Blake Edwards–, junto a un David Niven que, con su flema característica, la definió como “el mejor invento italiano después de los espaguetis”.

CC pasó temporadas en Hollywood, aunque evitando firmar contratos en exclusiva como el que le ofreció la Universal, para poder conservar algo de independencia. No le interesaba el estrellato y siempre se consideró como una chica muy normal. Así envejeció de manera natural, sin someterse a la ley del bisturí, y prefirió seguir viviendo en Europa. En ese contexto contractual estuvo en producciones como El fabuloso mundo del circo (1964), donde fue el paño de lágrimas de una decadente Rita Hayworth, o Los profesionales (1966), su primer western, de nuevo junto a Burt Lancaster, como en El Gatopardo. Sergio Leone la quiso enseguida en el centro de Hasta que llegó su hora (1968), y para convencerla, le explicó la película plano a plano durante ocho horas. Sólo faltaba la maravillosa armónica de Ennio Morricone, un single que acabó en todos los hogares.

Junto a Claudia Cardinale en 'El gatopardo', una película icónica del cine

Alain Delon y Claudia Cardinale en 'El Gatopardo' 

LVG

CC se reencontró con Belmondo en El clan de los Marselleses (1972) y con Visconti en Confidencias (1974), pero su ruptura con el todopoderoso Cristaldi, que más adelante produciría películas del tamaño de El nombre de la Rosa o Cinema Paradiso, la impidió participar en la despedida del maestro, El inocente (1966). CC había dejado por fin plantado a Cristaldi por el cineasta Pasquale Squitieri, que la dirigiría en películas como Clareta (1984), donde fue la amante de Mussolini, y el productor hizo que la industria les diera la espalda, tanto a él como a ella. La salvó Franco Zeffirelli al proponerle el papel de adúltera (sic) en su telefilm en cuatro partes dedicado a Jesús de Nazaret, que fue un exitazo mundial. Con Squitieri, CC experimentó por primera vez la libertad viajando con él en coche a través de Estados Unidos, antes de quedar de nuevo embarazada, esta vez de forma voluntaria, momento en el que el cineasta saltó a todas las portadas por amenazar con una pistola a los paparazzis que los asediaban en la villa donde se habían refugiado para descansar antes del parto.

Liberada del ostracismo, siempre generosa, comprometida con las causas justas, y llena de vitalidad, CC nunca se retiró, al contrario que BB (desaparecida profesionalmente desde 1973), y trabajó incansablemente hasta el final de sus días, una larga recta final que podría arrancar con La piel (1982), película de Liliana Cavani que fue muy controvertida por mostrar la brutalidad de la liberación de Nápoles, y seguiría con la aventura amazónica de Fitzcarraldo (1983), donde tuvo que aguantar las constantes disputas entre Werner Herzog y Klaus Kinski, así como a otros animales salvajes. Entre sus últimas películas también está El artista y la modelo (2012), de Fernando Trueba, donde era la mujer de un escultor que se obsesiona con una refugiada española. La paciencia siempre fue una de sus virtudes. También estuvo en los testamentos cinematográficos de maestros como Blake Edwards o Manoel de Oliveira, y ahora le ha tocado irse a ella, dejando tras de sí una estela de notas de armónica. Nunca la olvidaremos, para eso están las películas.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...