“¡Fuck Putin, fuck Putin!” gritó toda la plaza Catalunya al concluir el concierto de las Pussy Riot, un clamor que había resonado durante hora y media en el concierto de las rusas, relato de lo peor de Rusia. No hubo matrioshkas ni bucólicos viajes en el Transiberiano en esta historia, que protagonizó este martes el arranque de las fiestas de la Mercè. En su lugar se habló de prisiones, redadas, represión y guerra, los jinetes del Apocalipsis que campan por el gran país eslavo, enardecidos por la “operación especial”, como se denomina oficialmente –y obligatoriamente- al conflicto militar con Ucrania desde su inicio en el 2022.
Lejos del concierto al uso, las rusas propusieron un viaje por capítulos a los últimos años de la historia rusa con la biografía de Maria, Masha, Alyokhina como eje vertebrador con la historia personal de la activista como eje vertebrador. Desde su salto a la fama en el 2012 por la performance en la iglesia del Cristo Salvador hasta su huída del país en el 2022, saltándose el arresto domiciliario que la confinaba en su casa, el relato pone al día las actuaciones que el colectivo feminista viene realizando desde el 2017 bajo el título Riot days. Una historia que se resume en los simbólicos pasamontañas de colores que las Pussy Riot llevaban en sus acciones públicas, y que anoche se pusieron en varias ocasiones durante el concierto.
Junto a Masha estuvieron Taso Pletner, Alina Petrova y la presencia no anunciada de Olga Borisova, todas ellas condenadas en ausencia a entre 8 y 13 años de prisión por denunciar públicamente en su país que están en guerra contra Ucrania. Secundadas a la batería por el canadiense Eric Breitenbach -remedo de Iggy Pop con pelo largo y pecho descubierto desgañitándose a los timbales-, la actuación se movió por todo tipo de sonoridades, del rap al spoken Word, sonidos de thrash metal o la pura y simple cacofonía como metáfora de la realidad kafkiana en que vive Rusia.
La instrumentación incluía el violín electrónico de Alina, Taso con una flauta que utilizó más bien poco y bases grabadas que completaban las voces del cuarteto femenino, más centrado en relatar que en cantar, siempre en ruso. El relato podía seguirse en la gran pantalla con traducción más o menos simultánea al inglés, idioma franco anoche en una plaza Catalunya dominada por los extranjeros, con múltiples idiomas entre un público adulto que sabía a lo que venía, aunque unos cuantos abandonaron la plaza al poco de comenzar la actuación.
Igual de importantes eran las imágenes proyectadas en la pantalla, con Putin como el malo de una película basada en los dos libros autobiográficos de Masha, salpicados por frases fuerza desde la inicial “cualquiera puede ser una Pussy Riot” a “Putin está encendiendo la llama de la revolución” o “Mi infierno mis reglas, libertad para los presos políticos”. Ideas para interpretar el visionado de los primeros juicios contra las Pussy Riot, el internamiento de Masha en Etap, antigua colonia penal soviética convertida en cárcel, o el viaje de regreso a Rusia de Alexey Navalny para morir en manos de quienes ya trataron de envenenar al líder político cuando huyó a Alemania.

Las Pussy Riot a cara descubierta
La represión durante la olimpiada de Sochi en el 2014, los ataques en Chechenia contra la comunidad gay o la revuelta de la plaza Maidán jalonaron las etapas del viaje, que las protagonistas transitaron con rostros graves y ataques de furia, con Taso contorsionándose como una posesa o lanzando agua a las primeras filas del público después de que toda la banda se la echara por encima. “Rusia no es Putin, nosotras también somos Rusia” proclamaron entre los aplausos del público para cantar con sorna, “Putin te enseñará a amar la madre patria” entre imágenes de cargas policiales.
Asociando el régimen actual con lo peor de la etapa soviética, aparecieron también imágenes de Masha siendo niña, con un angelical pelo rubio rizado, o de su huida de Rusia en el 2022, mientras era localizada por una tobillera electrónica. Un recorrido vital y histórico donde la expresión artística representó la crudeza del mensaje, grabado a fuego por una condena que convierte a estas disidentes en la voz de la otra Rusia más allá del telón de acero putiniano.