Biblioteca Popular L’Avenç

En verano me cuido mucho. Subo y bajo montañas, como con moderación, bebo poquísimo. Cuando vuelvo a parecer en el mundo civilizado, tengo un pico de autoestima porque la gente dice que me veo delgadito y yo me encuentro despierto, activo y con ganas de comerme el mundo. Libros, discos y series que antes de marchar me aburrían ahora me parecen interesantísimos. Después de dos meses en un apartamento de alquiler, con las cuatro cosas justas, voy por casa y todo es un descubrimiento. Es así como, en la librería del pasillo donde tengo los libros más viejos, veo las cubiertas naranjas de la Biblioteca Popular L’Avenç que me llaman.

–¡Ei, chico!

Entrar en la historia, contribuir a su continuidad: qué mal nos lo hemos montado

La Biblioteca Popular L’Avenç se publicó en Barcelona entre 1903 y 1926. Nació por iniciativa de Jaume Massó i Torrents y Joaquim Casas i Carbó, primo del pintor Ramon Casas. Publicó 152 volúmenes. Son unos libritos pequeños (10,5 x 15,5 cm). Son delgados pero engañan, porque el papel es muy fino, cada libro tiene unas 200 páginas. Si alguien quiere entender por qué la cultura catalana es tan singular y tan importante (algunos no quieren entenderlo, no hace falta que se lo explique a ustedes) basta con mirarse un poco estos libros. La cubierta naranja se avanza, con dos bemoles, al diseño de Edicions Proa (de 1928) que se anticipa a Penguin (fundada en 1935). ¿Autores? Sterne, Ruskin, Walt Whitman, Swift, Blaise Pascal, Maeterlink, Ibsen, Tolstoi, Sacher Masoch (escritores catalanes a parte). Es decir, que en 1903 (hacía setenta años de nada desde la Oda a la pàtria), la cultura catalana se postulaba como una cultura moderna, conectada con los grandes corrientes internacionales con una colección al alcance de todos (cada volumen costaba 50 céntimos). Cultura de calidad y cultura de masas: el 2 x 1 perfecto.

Esta treintena de libros de la Biblioteca Popular L’Avenç que conservo con reverencia y que han estado tan contentos de verme después del verano tienen un significado muy especial para mi. En casa no había muchos libros ni mucho dinero. La relación con la cultura catalana era bienintencionada y difusa: no sabíamos nada de nada. Gracias al boom económico de los sesenta (y a mi madre que se dejaba la piel en el hostal) pude estudiar. En clase oí hablar por primera vez de una revista llamada L’Avenç , que había sido uno de los núcleos del modernismo literario. Salía de la universidad, daba una vuelta por Barcelona, y en la Llibreria Època de la plaza de Sant Jaume, 6 (ahora es un Pans & Company) y en la Llibreria Salas de la calle Jaume I, 5 (una tienda de souvenirs), encontraba aquellos libros maravillosos de la Biblioteca Popular L’Avenç. Con todas las desgracias que habíamos pasado y la ciudad, la cultura y el país eran de una pieza. Podías estirar el hilo desde muchos sitios diferentes y entrar en la historia, formar parte de ella y contribuir a su continuidad. Qué mal nos lo hemos montado.

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