“Escribir no es solo un arte, es un deber”, asegura Homeira Qaderi por correo electrónico a La Vanguardia. Es de las pocas escritoras afganas que han publicado tanto dentro como fuera de su país y se considera experta en literatura persa. Además, fue en el pasado asesora del gobierno de Afganistán en los ministerios de Trabajo y Asuntos Sociales. En esos años, vio como poco a poco, pese a estar a años luz de otros países vecinos, las mujeres iban haciéndose un hueco en el terreno de las letras, igual que hizo ella.
Todo terminó siendo un espejismo, pues los avances se hicieron añicos con el retorno en el 2021 de los talibanes tras una cruel ofensiva. Desde su llegada al poder, los derechos humanos, especialmente los de las mujeres, se han visto mermados. Sin ir más lejos, la semana pasada se prohibieron los libros escritos por las mujeres en las universidades. Ziaur Rahman Aryubi, subdirector académico del Ministerio de Educación Superior del Gobierno, declaró hace unos días que las decisiones fueron tomadas por “eruditos y expertos religiosos”.
Escribir no es solo un arte, es un deber”
“La medida es dolorosa, pero no impactante”, reflexiona Qaderi, que en el 2021 se vio obligada a marchar del país por su activismo político y feminista y por haber hecho pública una carta en la que pedía a los escritores del mundo denunciar el horror de lo que sucedía en su país. “No dejen a las mujeres y niños afganos solos”, suplicaba al terminar la misiva. Ese mismo año impulsó la asociación literaria Golden Needle, registrada en Boston, que se propone empoderar a las niñas afganas a través de la escritura creativa para que puedan contar sus propias historias. “A pesar de los desafíos, el compromiso de nuestros estudiantes es extraordinario. Incluso cuando los talibanes amenazaron con cortar internet, más de cien estudiantes se unieron a su primera clase de escritura”.
Una generación de niñas será analfabeta por culpa del gobierno talibán
La escritora Nadia Ghulam vive desde el 2006 en Badalona, pero la distancia no la ha alejado de su país de origen, no solo por tener a su familia allí, sino porque trabaja 24 horas para las mujeres afganas, tal y como recuerda a este diario. Tanto es así que ha creado una red de aulas clandestinas a lo largo de Afganistán para alfabetizar a las niñas. “Tenemos 21 aulas y seis escuelas. Las aulas son casas de mujeres en las que se enseña a leer y a escribir, además de impartirse otras lecciones. Las escuelas, en cambio, son talleres de costura en los que se imparte clase. Si alguna vez hay un registro, es difícil que las castiguen porque se encontrarán con un taller y no con una escuela al uso”, explica.
No obstante, en caso de ser descubiertas, ya sea estudiando un temario o leyendo una novela o hasta un manual de instrucciones escrito por mujeres, los castigos pueden ser muy variables. “Cada barrio está vigilado por un hombre del régimen y depende de su carácter o de cómo se haya despertado ese día la penalización que imponga. Puede que haga la vista gorda, que te lleve a la cárcel o exija un castigo público. Nunca se sabe”.
Si Ghulam ha propulsado esta potente red es, entre otras cosas, porque ella vivió el primer periodo de los talibanes. En su novela El secreto de mi turbante (premio Prudenci Bertrana 2010, la publicó Columna en catalán y Planeta en castellano), escrito a cuatro manos junto a la periodista Agnès Rotger Dunyó, explica cómo una niña decide cambiar a sus diez años el velo por el turbante y adoptar la identidad de su hermano muerto. Una dura realidad por la que ella misma pasó antes de marcharse y que está convencida que repiten hoy miles de menores para sobrevivir.
“Cada barrio está vigilado por un hombre del régimen y de su carácter dependen los castigos”, dice Ghulam
Khalida Tahseen también tuvo que huir a Francia, tal y como recuerda por teléfono. Entre otras cosas, por ser autora de siete libros, varios de ellos de poesía. “Les guste o no, las mujeres siempre escribiremos, pero lo que nos duele a todas es que, lamentablemente, esos escritos no llegarán a nadie y acumularán un rencor en su interior que les causará problemas mentales o físicos. Tal vez incluso pierdan la inspiración para escribir”.
Imagen de archivo de varias niñas en una clase de Primaria en Afganistán.
Zakia Adeli, exviceministra de Justicia antes del regreso talibán y una de las autoras cuyos libros figuran en la lista de prohibidos, no se muestra sorprendida por la medida. Tal y como declaró a la prensa internacional, opina que “no era descabellado esperar que los talibanes impusieran cambios en el currículo escolar. Es natural que, cuando a las mujeres no se les permite estudiar, sus escritos también sean suprimidos”.
Un grupo de mujeres visita una feria del libro en Kandahar, Afganistán
Por su parte, Aliyeh Ataei, de origen afgano y nacida y criada en ese territorio apátrida que es Jorasán, en la frontera con Irán, confía en que, pese al terror actual, las mujeres persistan y, en la medida que puedan, siguan escribiendo. “Lo han hecho a lo largo de la historia pese a que se las ha silenciado muchas veces”, reconoce por teléfono a La Vanguardia tras citar a Rabia Balkhi, “la primera poeta persa, que fue asesinada por amor y por componer poemas apasionados. Un final que nos recuerda y marca un destino a todas”. Algo que no la asusta, pues no se ve alejada de la pluma. “Las voces de las mujeres son parte vital del tejido cultural e intelectual de Afganistán, y silenciarlas significa condenar a la sociedad a una narrativa unidimensional. La literatura siempre ha sido el espacio donde se mantienen vivas la resistencia, la esperanza y la imaginación de un futuro más libre; prohibir las palabras de las mujeres es un intento de sofocar esa posibilidad”.
“Les guste o no, las mujeres siempre escribiremos”, reivindica la autora Khalida Tahseen
Como respuesta a la prohibición de los talibanes, la editorial De Conatus publicará el próximo 8 de octubre el último libro de la autora, La frontera de los olvidados, una obra que recoge testimonios de guerra, exilio y resistencia desde la mirada de quienes han sido silenciados. Se presentará en Madrid el próximo 27 de octubre en el Ateneo de la mano de la periodista Anna Bosch.
La directora editorial, Silvia Bardelás, se convence de que esta es una muy buena apuesta que llega “en un momento en el que el mundo nos recuerda que no tenemos que dejarlas de lado”. El manuscrito –cuenta– ha sido traducido del persa y no del francés, lengua a la que también se ha traducido y con la que ha alcanzado un notable éxito. “Ella es muy valiente, como todas sus colegas de profesión y el resto de mujeres. Libros como el suyo son importantes porque vuelven a poner en el foco la mala salud del país, que parecemos olvidar porque la actualidad nos devora hasta el punto de que las imágenes de las noticias no nos afectan como deberían. Por eso, constato que una imagen no vale más que mil palabras. La lectura y la escritura deben persistir en todo el mundo”.
Otro país que cayó en el olvido
Roya Musawi es una periodista afgana que, tras numerosas amenazas de los talibanes por ejercer su profesión y cubrir noticias de género, llegó en 2021 como refugiada a Cantabria. Poco después de su marcha, recuerda que una de las primeras medidas que tomaron fue cerrar las facultades de filosofía, artes y literatura de Kabul. “Quieren terminar con todo tipo de pensamiento”, denuncia la joven, a la vez que lamenta que su país hace tiempo que apenas aparece en los medios.
La escritora Nadia Ghulam también lo siente así: “La situación de emergencia de Afganistán no ha bajado. En el caso de las mujeres, no ha hecho más que empeorar, pero la actualidad la copan otros países”. La también autora Khalida Tahseen sabe que, en parte, “eso se debe a que el régimen hace lo posible por ser hermético y que no salgan informaciones. Aún así, las afganas esperábamos que el mundo nos ayudara, pero nos quedamos solas de nuevo”.


