“¿Es esta la primera vez que vengo aquí?”, a este mundo… se preguntaba Pilar Basté en su libro de memorias Mis encuentros con… Ella creía firmemente que la muerte era un portal, la entrada a un nuevo amanecer, diáfano y radiante.
Pilar Basté López de Sagredo vino a este mundo en Lausana (Suiza), el 10 de junio de 1937, en plena Guerra Civil española, cuando el sol transitaba por Géminis. La astrología siempre la fascinaría.
El 26 de septiembre de 2025 dejó de refulgir. Pero su luminaria perdurará en las luciérnagas que ella alumbró; esto es, los libros que leyó y la conmovieron, y que finalmente decidió compartir con el público. En efecto, en 1988, Pilar Basté y tres cómplices más fundaron Editorial Luciérnaga, referente en lengua castellana en espiritualidad, crecimiento personal o terapias alternativas. Hoy forma parte de un gran grupo editorial. Ella fue su alma durante veinte años.
Educada en internados alemanes e ingleses, Pilar era cosmopolita, viajera y políglota: hablaba, leía y escribía en castellano, alemán, francés, italiano o inglés. Poseía la elegancia y la distinción de las gentes de alta cuna, pero ni un ápice de altivez. Su atractivo emanaba de su generosidad, entereza y espontaneidad. De joven, descubrió que la fe se expresa con acentos muy distintos. En cuanto pudo, dejó de ejercer meramente como “esposa de” –un empresario de éxito– y “madre” –de cinco hijos–, y se aventuró en las profundidades de la psique, el alma, la sombra. Sin abandonar nunca el amor por su familia.
Conoció las enseñanzas de Karlfried Graf Dürkheim; esto es, el encuentro entre la psicología profunda y el silencio meditativo (más tarde acabaría publicando sus libros). Se aproximó a las enseñanzas de la escuela junguiana a través de Marie-Louise von Franz (ídem). A mediados de los ochenta, cuando la conocí, había traducido a título personal Jung y el Tarot, de Sallie Nichols. Acompañada de Magda Catalá (que años atrás había sido editora en Kairós, junto a mi padre Salvador) vino a verme con ese proyecto bajo el brazo. Transcurría 1987. Yo accedí a publicarlo en Kairós (y hoy cuenta con más de treinta reimpresiones). Llegamos incluso a considerar una línea editorial que ella dirigiría con Magda (más Paz Jáuregui y Lola Rosado), pero enseguida nos percatamos de que el proyecto en ciernes tenía entidad y luz propias. Las cuatro acabarían fundando Editorial Luciérnaga.
Su primera publicación fue Médicos del cielo, médicos de la tierra, de Maguy Lebrun; todo un éxito. No mucho después, Magda le propuso publicar un texto que cambiaría la forma como millones de personas en todo el mundo entienden el proceso de morir: La muerte: un amanecer, de Elizabeth Kübler-Ross. Una enseñanza que ha creado escuela. Seguirían Marie Lise Labonté, Eileen Caddy, Annie Marquier y un extenso elenco de autoras y autores.
Pilar podría haberse entregado a una vida de dolce far niente, pero optó –con loable valentía– por aventurarse en el no siempre aceptado mundo de las espiritualidades alternativas. Tuvo que afrontar las críticas de entornos poco amables. Definía su misión de editora como «abrir ventanas». Descartó las cuentas de resultados para abrazar el compromiso personal: tejió un sinfín de complicidades con autores, editoriales extranjeras, e impulsó instituciones como Merrylife (asociación creada para difundir la espiritualidad y una nueva consciencia) o AVES (acompañamiento en la pérdida y el duelo, que cofundó con Elizabeth Kübler-Ross).
Un acorde Brahms en mi bemol, como a ella le habría gustado, resuena hoy en algún rincón.
