Con las botas puestas y el bombín calado, así ha querido morir –artísticamente– Sabina. A sus 76 años afirma tener ganas de descansar, aunque en esta gira de despedida llamada Hola y adiós lleve a sus espaldas más de 50 conciertos en grandes espacios como el Sant Jordi, que visitó anoche por penúltima vez si es que hemos de creer al que anoche cantó Mentiras piadosas. Tal vez le creyeran, o tal vez no, las 15.000 que llenaron el recinto, entre ellas Joan Manuel Serrat. Sentado en las primeras filas, no pudo esconderse más cuando Sabina le dedicó Calle melancolía, halago que el Noi agradeció en pie, los brazos abiertos, ovación cerrada.
Con cierto retraso por las manifestaciones contra el genocidio en Gaza que cortó la ronda Litoral, la parroquia fiel del madrileño de Úbeda no desaprovechó la oportunidad de asistir al akelarre poético de voz cazallera, no importaba que las novedades musicales fueran pocas más allá de Un último vals, ni siquiera interpretado sobre el escenario. El videoclip de la balada –aparecida en octubre con aires de despedida- se proyectó en el arranque de una velada sin grandes sorpresas, ni nadie que las echara en falta. Con ocho años transcurridos desde su último álbum y la promesa de un disco final en ciernes, el repertorio se asentó en el catálogo más conocido de Sabina, con muchas coincidencias respecto a su última visita a Barcelona, dos años atrás, como Peces de ciudad o Y sin embargo, y especial atención a los temas de 19 días y 500 noches.
Como corresponde a su personaje, Sabina –feliz anoche– llegó a este último encuentro con su público barcelonés con ronquera exacerbada, aferrado a un taburete del que apenas se bajó y desde el que encadenó las nostálgicas Lágrimas de mármol donde recuerda que, a pesar de todo, viví para cantarlo. Para eso, para cantar, se rodeó de una banda más que consolidada que se adueñó por completo del escenario, también para interpretar la ranchera Camas vacías con la voz de Mara Barros, o el rock de Pacto entre caballeros, cedida a Jaime Asúa mientras Sabina tomaba aire a media actuación. Apoyos que completó Antonio García de Diego interpretando La canción más hermosa del mundo en los bises, donde el titular no olvidó Contigo y Princesa.
Seductor, Sabina recordó en el arranque a la Nova Cançó, a Quico Pi de la Serra y Ovidi Montllor entre los aplausos del público, convertido en una miríada de truhanes aunque algunos nunca hubieran fumado, ni bebido, ni nada de lo que se cantó anoche, ya fuera en Donde habita el olvido o el vals de Y nos dieron las diez, precedida por Noches de bodas, que sacó a muchas parejas a bailar entre los pasillos. Hubo temas recuperados, miradas atrás como la tristeza de ¿Quién me ha robado el mes de abril? O Más de cien mentiras, y no faltaron a la cita la Magdalena, con la única compañía del piano, ni Chavela, que da sus últimos paseos por el bulevar de los sueños rotos entre las voces del público, deseoso que esta despedida concluya con un “lo niego todo” que sea algo más que una canción.

