En la película Mister Arkadin (1955), Orson Welles, en el papel de multimillonario de oscuro pasado, recuerda aquella fábula en que el escorpión clava el aguijón a la rana en el lomo aun cuando el pobre batracio está cruzándolo a cuestas hasta la otra orilla del río. “¿Por qué lo has hecho?”, pregunta la rana moribunda. “Lo siento –responde el alacrán ahogándose–. No pude evitarlo; es mi carácter”. Pues bien, con su habitual ironía british , Esteve Riambau , quien fue director de la Filmoteca de Catalunya durante 14 años, utiliza esa frase comodín para justificar la envergadura de sus “memoriosas memorias” y el espíritu cartesiano que las moldea. Fechas, nombres, anécdotas y encuentros al detalle a lo largo de una vida “encarnizadamente cinematográfica”, escribe el cubano Leonardo Padura en el prólogo.
Como Riambau se licenció en Medicina, el método científico (“Es mi carácter”) le ha servido para urdir un libro tan riguroso como ameno: La película de mi vida (Tusquets). Se presentó el martes en la Filmo, cómo no, y en muy buena compañía, la cineasta Rosa Vergés y el actor Josep Maria Pou (faltaba Padura, quien se encontraba en pleno vuelo de regreso a La Habana). La presencia escénica de Pou hizo que buena parte de la charla pivotara en torno a la figura de Welles, pues aquel trabó amistad con el autor del libro durante el montaje de una película y una obra de teatro sobre el genial realizador y protagonista de Ciudadano Kane . Por cierto, Riambau comisaría una exposición retrospectiva sobre el actor y director norteamericano, una muestra que se inaugura la semana próxima en la Cinémathèque de París.
Mientras los presentadores dialogaban, el respetable veía desfilar, en la pantalla de la Filmo, un carrusel de fotografías del autor junto a enormes personajes de la historia del cine, las mismas imágenes que ilustran La película de mi vida : Marco Ferreri, Bertolucci, Agnès Varda, José Luis Borau, Costa-Gavras, Tilda Swinton y suma y sigue. Un lustroso listín telefónico. “Me he muerto de envidia leyéndote”, confesó Pou. La verdad es que, aparte de su “inabarcable curiosidad”, subrayó Vergés, Riambau ha sabido fraguar relaciones con ese elenco de relumbrón. Complicidad siempre que hubiera sintonía: “Me importan más las personas que las películas”, dijo.
Alejandro Amenábar y Jordi Esteva completaron una semana de lo más cinematográfica
La semana ha traído más cine (por favor), de la mano de Alejandro Amenábar . El miércoles, la periodista de esta casa Leonor Mayor Ortega entrevistó al director tras la proyección de su película El cautivo , sobre el encarcelamiento de Miguel de Cervantes en Argel, apresado por piratas berberiscos en alta mar. La sala del Mooby Bosque estaba a reventar, pese a que se estaba disputando el partido entre el Barça y el PSG (¡glups!). Se lo vio muy suelto a Amenábar, muy cómodo en el posterior coloquio con los espectadores, a los que obsequió con jugosas anécdotas del rodaje: las dificultades de financiación (se quedó con 15 millones de euros de los 23 presupuestados) y las dudas iniciales respecto del actor Julio Peña, quien encarna al autor de El Quijote en su juventud. Contó, por ejemplo, que se llevó de borrachera a Peña para que rompiera el hielo con su antagonista en la pantalla, el italiano Alessandro Borghi, quien da vida a Hasán Bajá, el captor de la ilustre pluma.
Rosa Vergés, Esteve Riambau y Josep Maria Pou en la presentación del libro La película de mi vida
El público tampoco se cortó. Enseguida surgió la pregunta sobre la polémica que rodea la película: esto es, que Cervantes hubiese mantenido relaciones sexuales con el gobernador de Argel. “Hay cavernas con las que es muy difícil conectar”, comentó Amenábar. Pero pasar de puntillas sobre la presunta homosexualidad de Cervantes, que el cineasta explora con la libertad que le conceden los grises biográficos, habría supuesto “avergonzarme de mí mismo, como persona y como artista”. Es mi carácter, podría haber apostillado.
Esteve Riambau presentó sus memorias en la Filmoteca parafraseando a Orson Welles
De las superproducciones millonarias al “cine artesano”, hecho con “cuatro duros”, según expresó Juli Suàrez , productor de la película L’impuls nòmada , de Jordi Esteva , que se proyectó el jueves en Zumzeig (calle Béjar, 53). Una delicada joyita muy bien filmada en blanco y negro sobre una infancia de la misma tonalidad, en la España de los años cincuenta, en la que un niño de 11 años intenta escapar de los curas y la familia a través de la imaginación, los mapas, el amor a la naturaleza y los libros.
Atención: habrá otro pase el próximo viernes, 10 de octubre, en la misma sala, con el periodista cultural Jacinto Antón como maestro de ceremonias.