Quizá, Zanón, quizá

Quizá, Zanón, quizá
Ildefonso Falcones
Escritor

Comprendo que el esfuerzo que le exigen tantas faenas como desarrolla usted (poeta, novelista, guionista, articulista y crítico literario) le impida poner algo más de imaginación y termine usted plagiando el título de su columna para captar la atención del lector; descortesía aquella, descortesía ésta.

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Yo me enfado cuando me viene en gana. Lo cierto es que nunca preví que mis disgustos pudieran ser objeto de un artículo en tribuna tan preciada como la de su periódico, aunque tampoco llegué a imaginar que mi actividad literaria pudiera ser equiparada con la de una actriz porno. La descortesía muda en grosería para con una persona que no cree haberle faltado, pero por encima de todo, el insulto es para esas mujeres –no habla usted de hombres, lo que resulta sospechoso en maestro de tanta precisión literaria–, porque si el ejemplo de las representaciones de esas profesionales tuviera que ser yo y mis virtudes físicas e interpretativas, se desvanecería toda lujuria y se les vendría abajo la profesión. Mal ejemplo ha elegido, Zanón.

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El escritor Ildefonso Falcones firma libros durante la Diada de Sant Jordi 

Quique García / EFE

También se vienen abajo sus argumentos arteros. Porfío en mis declaraciones, pero sepa usted que no he citado a nadie ni juzgado su obra como hace usted con la mía en un mantra vulgar, frívolo, ya cansino y probablemente agotado en la actualidad. Sostiene usted que las ventas masivas solo se dan si a los lectores se les engaña con productos, porque llama usted productos a los libros, “cepillados” y bien “alisados” que sean aptos para poder ser leídos por 14 millones de personas.

Y en ese alarde de desprecio hunde usted en la necedad, docilidad y sumisión cultural a millones de lectores, míos o seguidores de otros que vendan tanto o más que yo, puesto que necesitan productos cepillados y alisados –no alcanzo a entender cuál es el sentido de esos términos– para acceder a la lectura, y todo eso, además, lo efectúa usted erigiéndose en adalid de la literatura.

Zanón, no soy su amigo, de lo que me alegro, no fuera a ser que la cercanía me contagiase algo de su soberbia, aunque me felicito por su palidez y heterosexualidad, porque quizá, quizá, esa ironía sea lo único que haya entendido usted de todo este asunto.

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