¿Puede tener alma un festival basado en la música más fría, industrial y repetitiva que existe? Los creadores del Sónar han demostrado que sí. Es cierto que cada asistente tiene su propio Sónar interiorizado en función de sus vivencias personales e intransferibles, pero puede aventurarse, con poco margen de error, que el éxito del festival debe mucho al carisma que durante 32 ediciones le han imprimido los codirectores Ricard Robles, Enric Palau, Sergio Caballero y, en etapa más reciente, Ventura Barba. Innovación, riesgo y experimentación son la esencia de esa autenticidad, más allá de la capacidad de completar buenos carteles.
Ahora que sabemos que los cuatro se han desvinculado del festival, es razonable preguntarse si el Sónar puede sobrevivir sin esa alma. Y la respuesta obvia es: depende de lo que entendamos por Sónar. La empresa propietaria, Superstruct Entertainment, tiene mucha experiencia en grandes festivales y el nuevo director, François Jozic, ha hecho una buena labor al frente del Brunch Electronik.
En el sector se destaca que ha sabido acompañarse de un público fiel a sus propuestas y que conoce bien la ciudad. Por todo ello, cabe esperar que el nuevo Sónar siga atrayendo a la afición del tecno.
La duda surge cuando se echa la vista atrás y se comprueba de qué manera, a lo largo de tres décadas, se ha ido configurando el Sónar que conocíamos. Cuando se constata hasta qué punto los fundadores del invento fueron tejiendo redes en las que pronto iba a quedar interconectada cualquier iniciativa innovadora que surgiera en la ciudad, ya fuera en el ámbito de la música, del arte, de la tecnología, de la ciencia o del pensamiento. Y cómo esa red se hizo tupida y acabó derivando en el Sónar de hoy. O en el de ayer.
No hay espacio en este artículo para enumerar las colaboraciones fructíferas de todos estos años, todas esas producciones propias y arriesgadas que en lo musical sacaron lo mejor de grandes estrellas globales y que, en el ámbito local, dieron otro impulso a las carreras de artistas como Maria Arnal, Marco Mezquida o de una Rosalía que salió reforzada del festival. O las inmersiones en temas como la IA, la supercomputación, la cuántica o la política de datos en el Sónar+D.
 
            “RGB|CMYK KINETIC”, de ART+COM Studios, en el Sónar de 2015
O esas dos incursiones en la ciudad que apuntaban directamente al ADN de la moderna Barcelona: las intervenciones en el Palau Güell (la okupación del histórico órgano) y en Casa Batlló (la apertura de una disco en los bajos con música e imágenes de los Chemical Brothers) que recreaban los elementos esenciales del modernismo: arte, tecnología y artesanía.
Programar baile bajo el sol de Barcelona es viable, pero el Sónar es mucho más
¿Puede sobrevivir el Sónar sin ese alma, sin esa red de complicidades, nos preguntábamos antes? Sí, pero de ser así lo haría convertido en algo muy diferente de lo que es ahora. El éxtasis de bailar en buena compañía bajo el solo primaveral de Barcelona o la pulsión de viajar con el techno hasta el fin de la noche no desaparecerán nunca. La fórmula ya existe y solo hace falta cuidarla.
Pero el viejo Sónar era mucho más que eso. Los directivos de Superstruct tendrán que hacer una profunda inmersión en la singularidad barcelonesa para evitar que esa red prodigiosa se deshilache sin remedio. Y ejercer también una cierta diplomacia de ciudad que les ayude a resolver los problemas que irán surgiendo.
 
            Björk llega al Sónar para hablar sobre creación y tecnología, en 2017
Por poner un ejemplo: sin la credibilidad que se habían ganado a pulso los directores salientes, el boicot contra Israel de la última edición (Superstruct es propiedad del fondo KKR, que según activistas palestinos realiza inversiones en los territorios ocupados por el gobierno de Netanyahu) hubiera tenido sin duda mucho más éxito del que tuvo.
Comentamos los cambios en Sónar con Francesca Bria, economista de la innovación y buena conocedora del festival y de Barcelona: “Es el fin de una era. Cuando yo era jefa digital de Barcelona, el Sónar representaba la esencia de la ciudad, una fusión de cultura, innovación, música, ciencia y arte, con ciudadanos como auténticos creadores y la misma ciudad como un espacio público compartido. Barcelona debe inspirarse en lo que representó el Sónar y construir algo nuevo que capture ese espíritu. La cultura es un bien público, y Barcelona es cultura”.
¿Qué hacer ahora? ¿Intentar influir en el Sónar de Superstruct o construir algo nuevo, como apunta Bria? De entrada, parecería que hay que conceder el beneficio de la duda a los nuevos gestores y tratar de colaborar y de influir, desde las administraciones y desde la comunidad, para que siga habiendo un Sónar reconocible. Generalitat y Ayuntamiento tienen algo que decir.
Existe, además, un paraguas abierto, la Fundación Sónar, bajo el cual pueden hallarse soluciones público-privadas para tratar de preservar y potenciar líneas esenciales del festival, como el Sónar+D.
Pero sería insensato no buscar alternativas. De ese colectivo difuso que definiríamos como la Barcelona inquieta, que ha sabido expresarse en la frontera del arte, la tecnología, la ciencia y la política con más nitidez que en otras ciudades, cabe esperar que surjan ideas que confluyan en ese “algo nuevo” más allá del Sónar.
Es este un mundo en constante evolución en el que han ido apareciendo nuevos festivales de pequeño formato que pueden ser, por qué no, el germen de propuestas más ambiciosas. Proliferan los espacios de experimentación, de aprendizaje, de activismo frente al nuevo totalitarismo digital, de exposición (las galerías se abren ya al arte tecnológico y pronto va haber una casa pública para él en la Rambla) o de realidad expandida con propósito cultural. Y pronto se anunciará un proyecto importante en la frontera entre el arte y la ciencia con base en Barcelona.
Sin olvidar que , tras su salida de Sónar, los codirectores están en condiciones de aportar su conocimiento y carácter a quien consiga implicarles en ideas ilusionantes.
Es más, en un momento de uniformización de los contenidos digitales a cargo de los grandes operadores y plataformas, va a ser muy necesaria la creación de nuevos espacios de resistencia cultural, ya sea en el mismo Sónar o en el universo post Sónar. Así concluía un debate entre la comisaria y comunicadora Antònia Folguera y la historiadora del arte y comisaria Mónica Bello, auspiciado hace unos días por el hub barcelonés HacTe: “El arte debe intervenir en las nuevas tecnologías antes de que el negocio se apodere de ellas”.
 
            

