El toreo eterno y sus maestros rinden tributo a Antoñete en Las Ventas

Festival para el recuerdo

Homenaje al torero de Madrid por antonomasia, ahora ya con estatua en bronce frente a la puerta grande

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El diestro Curro Vázquez participa en el festival benéfico pro monumento Antoñete este domingo en la plaza de Las Ventas 

Víctor Lerena / EFE

Temprano amaneció el 12 de octubre en Madrid. Mientras el entorno de la diosa Cibeles se preparaba para el desfile militar, la plaza de toros de Las Ventas era lugar de destino, mañana y tarde, de aficionados/as de todo el Planeta de los toros.

En sesión matinal - de la que aquí se da cuenta- un Festival promovido por Morante de la Puebla en memoria y homenaje a Antonio Chenel “Antoñete”, el torero de Madrid por antonomasia, ahora ya con estatua en bronce frente a la puerta grande.

La plaza, a rebosar

Antoñete y Madrid un binomio indestructible para el que el genio de La Puebla del Río, quien si no, convocó a toreros ya retirados (se sumó una joven novillera madrileña) alguno como Curro Vázquez hace ya un cuarto de siglo. 

Junto a él, a las 12 en punto de mediodía, cárdeno oscuro el cielo que el sol quiso iluminar fugazmente, a plaza llena (como también lo estará en la corrida de la tarde, 45.000 personas en total) y a los acordes del pasodoble Genial Antoñete, hicieron el paseillo, con el maestro del toreo a caballo Pablo Hermoso de Mendoza al frente, Frascuelo (que entró por Julio Aparicio), César Rincón, Enrique Ponce, Morante, mucha historia del toreo con ellos, y Olga Casado, que empieza a escribir la suya.

Abrió el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza

La plaza entera en pie, un clamor, un volcán de emociones desbordadas, ojos llorosos, en la ovación a todos, que lo era también al maestro del mechón blanco y el corazón rojo. Y un grito silencioso: ¡la tauromaquia es cultura!

Abrió plaza el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, retirado hace un par de temporadas y que sentó cátedra de toreo a caballo aunque el defectuoso rejón final le dejó sin premio.

Ovación a Curro Vázquez

Tembló Las Ventas en la ovación a Curro Vázquez antes de la salida del segundo y se rompió en olés a su toreo con el capote y una media suprema.

La faena toda fue un prodigio de colocación , empaque y suprema torería, eso que se tiene o no se tiene. Cada muletazo, cada serie, eran un olé y cuando enterró el estoque y como un resorte tendidos, gradas y andanadas fueron una marea de pañuelos blancos (que así hay que pedir las orejas). Curro, el cabello rubio y una sonrisa, paseó las dos orejas entre el grito sincero de ¡torero, torero!

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Los diestros Enrique Ponce (i) y Morante (d) participan en el festival benéfico pro monumento Antoñete 

Víctor Lerena / EFE

De nuevo la plaza en pie (así ocurrió con todos) para ovacionar a Carlos Escolar “Frascuelo”, setenta y siete años y toda la bohemia - tan antoñetista- a cuestas. Y un par de medias verónicas que fueron fogonazos, como también los doblones por bajo de apertura de faena. Después, muletazos de sabor añejo, no solo por la edad del torero y tras la estocada efectiva a la segunda, el reconocimiento de todos en la despaciosa vuelta al ruedo.

Llegó el turno de César Rincón, el colombiano que fue “César de Madrid” desde aquellas memorables cuatro puertas grande de 1991. Y, claro, una explosión de aplausos para testificarlo.

Ocurrió que el de Garcigrande acusó algún defecto en la vista, arrollando en lugar de embestir, y fue devuelto a chiqueros. Sustituido por otro del mismo hierro, Rincón dibujó cuatro verónicas y una media primorosas.

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La infanta Elena asiste al festival benéfico 

Víctor Lerena / EFE

Muleta en mano, un inicio que a muchos, como antes con Curro, hizo rejuvenecer dos o tres décadas, como la series que siguieron, cite lejano, muleta por delante, ligazón, largura. Los naturales, los trincherazos... un escándalo.

Y una serie final en redondo y los finales por bajo con la que olés y ovaciones debieron llegar hasta el Gustavo Petro, el antitaurino presidente de su Colombia natal. Como el ¡torero, torero! de la vuelta al ruedo, dos orejas en las manos.

Ceremonioso recogió Enrique Ponce la ovación previa a su turno, iniciado con armoniosas verónicas, como también lo fueros las chicuelinas del quite.

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La novillera Olga Casado participa en el festival benéfico 

Víctor Lerena / EFE

Brindis a Morante, artífice de todo, y series ligadas, templadas, por los dos pitones, soberbias las dos últimas antes de las - inevitables- poncinas. La espada no funcionó a la altura de lo hecho con capote y muleta y el premio quedó en solo una oreja.

Morante, vestido de historia del toreo, eligió para la causa un toro de Osborne, no el de la carretera sino uno de pelaje ensabanado como aquel “Atrevido” de tal divisa, torrente de bravura y que inmortalizó Antoñete para gloria del toreo. El estruendo de la ovación para el torero de La Puebla del Río (que toreaba en este mismo ruedo apenas cuatro horas después) ni les cuento.

Verónicas de mano baja y ajustado embroque como recibo y todos a la espera de lo que ocurriera con la muleta.

Vítores para Olga Casado

Brindó Morante al cielo de los toreros, allá donde, junto a tantos, está Antoñete e inició faena con torería y mando en plaza. Nada claras la embestidas, pero Morante se lo pasaba muy cerca, aguantando miradas, cada muletazo una apuesta, y los remates pura sevillanía. Estocada con la misma verdad de su toreo y una oreja de gran mérito.

Entre tanta veteranía y sabiduría (torera, pero no solo) se reservó el último turno a la joven novillera madrileña Olga Casado, que quiere seguir una senda nada fácil y cuyo último nombre, hasta ahora, es Cristina Sánchez.

Buenas las verónicas de saludo y ajustadísimas las verónicas del quite. Brindis y abrazos a todos sus compañeros, una imagen que significa muchas cosas y estatuarios para empezar la faena. Muy asentada, ligó buenas series en redondo y tras cambiar de terrenos para paliar el molesto viento, también lo hizo al natural. La estocada, formidable, puso la rúbrica y en palco asomaron dos pañuelos.

Se fueron los toreros, más allá de los triunfos, dejando la huella del toreo eterno y el público abandonaba Las Ventas buscando un bocado, acaso un trago, reparador a tantas emociones.

La cita, en el mismo lugar, era tres horas más tarde.

Jamás podrán prohibir las emociones.

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