Las teorías de la conspiración, cada vez más frecuentes, suelen causar hilaridad, pero muchas de ellas no resultan inocuas y algunas hasta pueden llegar a ser criminales a gran escala. El historiador británico Laurence Rees señala las tesis conspiracionistas como uno de los vehículos que utilizó el nazismo en Alemania para consolidar su poder; la peor de ellas dio lugar a la persecución contra los judíos, que se saldó con seis millones de muertos. Rees acaba de publicar En la mente nazi (Crítica), un ensayo estructurado en torno a doce recursos que utilizó el nacionalsocialismo y que son turbadoramente reconocibles en la sociedad actual. En realidad se trata, como señala el subtítulo del libro, de doce avisos.
La investigación de Rees es un análisis psicológico de la mentalidad del movimiento que llevó al mundo al desastre de la segunda guerra mundial pero sobre todo de sus seguidores. “Durante 35 años –explica a La Vanguardia- he estado interesado en las mentalidades que llevaron a la gente que apoyó el nazismo a cometer actos tan terribles y por qué hubo tantos que, al hablar de ellos, no expresaban ningún remordimiento”. El resultado es un volumen que recoge métodos utilizados por los nazis para manipular mentalmente a la población o bien dinámicas psicológicas de las que se aprovecharon.
La difusión de teorías de la conspiración es posiblemente una de las más llamativas, pues el paralelismo con lo que sucede hoy es, como mínimo, inquietante. La más importante de esas teorías proporcionó la base del relato sobre el que se construyó el Holocausto. Es cierto que el ascenso nazi no se puede explicar sin la Primera Guerra Mundial, pero, a juicio de Rees, no por el tratado de Versalles, como asume la versión más aceptada, sino por las maniobras de los generales germanos para ocultar su incompetencia.
El historiador Laurence Rees
“Cuando empezó la guerra –explica el historiador- los militares estaban convencidos de que obtendrían una victoria rápida, y estuvieron a punto de conseguirla, pero el conflicto quedó estancado en las trincheras”. Se abría la puerta a una derrota que se produjo finalmente cuatro años después. “¿Asumieron los militares la responsabilidad de la derrota y admitieron su error? No. En lugar de eso culparon a judíos y fuerzas de izquierda”. Nacía el mito de la “puñalada en la espalda” en la que Hitler creyó firmemente y que le permitió presentarse en su día como una víctima del establishment. Los judíos se convertirían poco después en diana del nacionalsocialismo.
Ese mito, a su vez, servía para cohesionar a los alemanes y reforzar la idea del “nosotros y ellos” –otra de las técnicas de los nazis-. Ese otro grupo, ellos, identificados como los enemigos de Alemania, sería después fácilmente deshumanizado por la propaganda oficial. “Hoy esa idea del nosotros y ellos está en todas partes”, argumenta Rees, que pone como ejemplo a las aficiones radicales del fútbol pero que podrían expresar también los discursos xenófobos contra la inmigración o el America first de Trump.
La difusión de tesis conspiracionistas, focalizar el mensaje en los jóvenes o fortalecer la idea de 'ellos y nosotros' son algunas de las técnicas utilizadas en los años 30 y también ahora
El historiador dedica uno de los capítulos a lo que llama “corrupción de la juventud”. Según explica, los jóvenes fueron un objetivo primordial de los fascismos, de la misma manera que lo son hoy para los movimientos de ultraderecha. La razón la proporcionan las neurociencias: el córtex prefrontal es la parte del cerebro que rige el comportamiento social y modera los impulsos, “pero esta parte no se desarrolla totalmente hasta los 25 años. Por eso, ciertos discursos basados en la fuerza o en los derechos proporcionados por un falso darwinismo calaron tanto en los jóvenes de la época”. “No es casualidad tampoco que los ejércitos se nutran de jóvenes como fuerza de choque”, agrega.
La antipolítica es otro de los ingredientes básicos. Hoy, como en aquellos tiempos, ascienden los partidos que plantean una enmienda a la totalidad al sistema político vigente. En aquella época, los nazis utilizaron este recurso que llevó a que en las elecciones de 1932, las que dejaron a Hitler a un paso del poder, la mayoría de los alemanes votaran al NSDAP o a los comunistas, “es decir, la mayoría de los alemanes votaron a favor de no volver a votar jamás, lo que no tiene precedentes en la historia. ¿Por qué lo hicieron? Porque la democracia les había fallado”.
La era de no pedir perdón por nada
“Hitler creía que nunca había que admitir los errores, que jamás había que pedir perdón, y hoy estamos viendo mucho de eso, me aterroriza”, asegura Laurence Rees. El historiador relata el caso de un ex miembro de las SS al que entrevistó para su investigación y que no asumía ninguna responsabilidad. “Me dijo -explica- que los aliados fueron responsables del Holocausto, porque en 1938 decidieron no acoger judíos. Y en 1940, decía el SS, Alemania quería la paz con el Reino Unido y enviar a los judíos a Madagascar, pero los británicos lo rechazaron, lo que aún los hacía más culpables”. Ese es, para Rees, el mecanismo de pensamiento nazi.
En cambio, otro de los entrevistados, de Alemania del Este, le contó una historia distinta: “Era un ferviente nazi que cuando cayó el régimen afirmó haber visto su error y abrazó con el mismo candor el comunismo”. Luego cayó el muro y el sistema socialista. ¿Qué hizo entonces? “No va a creerme -respondió el ex nazi- pero entonces vi cuán equivocado estaba el comunismo. Hoy sé que lo idóneo es el capitalismo, tengo una fábrica y gano dinero”.
El catálogo nazi que expone el autor se completa con presentar al líder como un héroe; actuar en connvencia con las élites; perseguir y atacar los derechos humanos; explotar la fe (“si tus seguidores tienen fe absoluta en ti da igual cuánto se razone con ellos”); intensificar el racismo; aplastar a la resistencia; matar a distancia (las cámaras en gas representan la ejecución a escala industrial pero también protegían psicológicamente a los verdugos); y, sobre todo, fomentar el miedo.
Laurence Rees insiste en que lo que ocurrió con el nazismo no puede aplicarse como una plantilla a la época actual, pero sí que subraya que los paralelismos son muy llamativos. “Es muy importante saber que las personas son moldeadas por el tiempo en el que viven. Por eso es imposible que el nazismo vuelva, porque el partido nazi, afortundamente, ya no existe. Pero, en cambio, muchos de sus valores fundamentales, como el antisemitismo, el racismo o el nacionalismo violento, sí están aquí”.

