Se ha vestido con sus mejores cueros para encuentros fetichistas, ha probado la práctica sexual de atarse con cuerdas, ha ejercido de domina sobre un sumiso. La periodista Adaia Teruel (Barcelona, 1978) ha hecho trabajo de campo, pero no sólo. Para escribir Sexo en mí ciudad (Libros del KO), también ha entrevistado a parejas liberales, sexólogos, directoras de películas porno, escorts, gente que hace del chemsex un ejercicio peligroso. Todo para abordar la contradicción entre un titular que aseguraba que Barcelona es una suerte de capital mundial del sexo, con el hecho que cada vez se practica menos sexo. Un dato, este último, ratificado por estudios y su experiencia personal.
“Salió un titular que decía que Barcelona era la ciudad más hot y parecía que aquí todo el mundo estuviera todo el día dale que te pego”, comenta, “y no era mi situación personal y pensé: 'Ostras, ¿yo soy la única que no estoy todo el día dale que te pego?'. Y empiezas a investigar y ves que no, que la gente cada vez mantiene menos relaciones sexuales”, añade.
Uno de cada cuatro jóvenes de 18 a 29 años no tuvo relaciones sexuales durante todo el 2023. “El deseo está en crisis”, escribe usted.
Los datos dicen que cada generación tiene menos sexo que la anterior. Contribuyen la precariedad laboral, el problema de acceso a la vivienda, el aumento del feminismo... que también ahora hay muchas personas que dicen: oye, pues mira, para echar un polvo a las cuatro de la mañana con un tío que va borracho y no correrme, sinceramente... me meto un vibrador. Pero también está la ansiedad, la incertidumbre, el desencanto con las aplicaciones para ligar... Si tienes tantas preocupaciones, es normal que, una vez llegas a casa, la última cosa que quieras sea follar.
Otra cosa que escribe: “Hemos pasado de la represión a la banalización del sexo más absoluta”.
Estamos en una sociedad hipersexualizada. Es que hoy día echamos un polvo como quien se come un bocadillo. 'Venga, next, el siguiente'. ¿El sexo es solo eso? Yo creo que es algo más. Nos olvidamos de la intimidad, de la conexión con el otro. Hemos pasado de un extremo a otro:¡de no poder tocarte, de no poder tener más parejas si ya tenías una a, de golpe, ¡venga, ancha es Castilla! ¿Pero eso te hace feliz? ¿Eso te llena? Yo he pasado por aquí, y a mí personalmente no”
Hecho estadístico
“Los datos dicen que cada generación tiene menos sexo que el anterior”
Esta etapa que pasó la define así en el libro: “Mi yo veinteañero utilizaba el sexo para llenar un vacío. (...) No era sexo, lo que yo estaba buscando era atención”.
Yo tenía un cuerpo normativo, dentro de los cánones de la belleza. Así que me era muy fácil ligar. Y creo que tiré del sexo para reclamar atención, porque lo que tenía era una carencia emocional.
¿Falta de autoestima?
No soy de ponerme a llorar. Así como cada cual tiene su mecanismo, yo salía a follar. Lo que pasa es que después te sientes aún más vacía.
No cree mucho en la monogamia. Lo ejemplariza en aquel capítulo del festival Soundit, en el que pide a una amiga suya que le dé un beso a su pareja.
A Vivi, se lo pido... Siempre me ha gustado el sexo, no he tenido muchas manías ni muchos prejuicios. Con mi pareja me he encontrado con la confianza para ser yo misma. Vivi es una amiga mía de toda la vida y, no lo sé, ese día me la miraba y me decía: hostia, me está poniendo cachonda. Y fui yo la primera en darle un beso. Le pregunté a mi pareja si le había molestado y me dijo que en absoluto. Y entonces pedí que se dieran un beso. Pero el fetiche es mío.
“Si tienes tantas preocupaciones, es normal que, una vez llegas a casa, la última cosa que quieras sea follar”
Contacta con una tal Judith y un tal Valentí que practican el intercambio de parejas. Él ve, bajo su consentimiento, cómo ella practica sexo con un desconocido en un club de Barcelona. Y luego, cuando Judith y Valentí están de vuelta en el coche ella le dice: 'Tienes que amarme mucho para dejarme pasarlo tan bien como lo me lo he pasado'. ¿Entiende que eso pueda chocar?
¡Claro! Pero es brutal. Porque hay mucha gente que tiene fantasías y no es capaz de comunicarlas a su pareja. Para tener relaciones sanas hay que tener conversaciones incómodas. No digo que todo el mundo tenga que ser así. Pero es un acto de amor muy fuerte. Lo que expresa Judith es: te quiero aún más porque no he tenido que engañarte, no he tenido que reprimir un deseo –por lo tanto, no me he frustrado ni me he amargado–, y yendo de cara he podido ser yo y expresar lo que yo quería... ¡C+omo no te voy a querer más!
“Yo tenía un cuerpo normativo, en cuanto me era muy fácil ligar. Y tiré del sexo para reclamar atención, porque lo que tenía era una carencia emocional”
Valentí se lo toma bien, pero primero confiesa que al verlo se puso a llorar...
Las parejas no monógamas o las parejas abiertas no están libres de celos. Tienes sus momentos, pero pasa lo mismo en una relación monógama.
Usted afirma en Sexo en mi ciudad que “el gran problema del consentimiento es la gente que no sabe decir no”.
Venimos de siglos y siglos de no educación y de represión, y a veces nosotras mismas nos reprimimos y nos censuramos. Estamos muy acostumbradas a complacer... ¿Cuántas mujeres no han tenido orgasmos? Y encima se lo toman como culpa suya. El problema a veces también es nuestro de no verbalizar ni los deseos, ni las fantasías, ni a veces las negativas.
No habla muy bien del chemsex...
Es un capítulo que me costó mucho escribir. No me posiciono. Explico lo que me han explicado. Expongo una realidad que se da en la sociedad, en las grandes ciudades. Pero yo he visto gente a la que le ha supuesto consecuencias chungas. Uno que se tiró desde un balcón, otro que llega a urgencias con un bulto, un señor –salió en la prensa– que había matado a otro. En el chemsex hay mucha droga, y si hay mucha droga puede no haber consentimiento.
Adaia Teruel, fotografiada recientemente en Barcelona.
No hace trabajo de campo con el chemsex, pero sí que llega usted a hacer bondage en un club, esa práctica sexual basada en la inmovilización del cuerpo del otro.
No me va...
Y al Kalvo, su pareja, tampoco.
Tampoco, tampoco.
¿Es la peor de las experiencias sexuales en que se ha involucrado para hacer el libro?
Me sentía totalmente fuera de lugar. Todo me salía mal. Él tenía algo más de maña... pero me sentía incómoda. A mí, eso no me excita, ni me erotiza.
¿Fue mejor la experiencia como domina?
Fue la mejor. Fue brutal, me lo pasé superbien. Tampoco me puse a ello al 100%% porque siempre tienes el chip periodista puesto. Pero reí... Y en Barcelona, un viernes a las cinco de la tarde al lado de la escuela de mis hijos... No había temas de asfixia o de sangre, sino una actividad de sumisión-dominación, mucho más psicológica. Y todo con consentimiento.
¿Y haciendo de domina llegó a entender que alguien pueda llegar a excitarse sexualmente? ¿También con el bondage?
En el sexo hay un componente mental. Te mete en el papel y puedo entender el juego. Me cuesta más entender el sadismo y el masoquismo, los dolores. Fui a una charla y hablaban de descargas eléctricas, de sangre, de patadas... Aunque todo sea consentido.
¿De todas las prácticas o actividades sexuales que explica en el libro, ¿cuál cree que es la que el lector encontrará más sorprendente?
El trabajo sexual masculino.
¿Por qué?
Porque es invisible. Porque no hay burdeles y la manera de llegar es poco fluida. Las mujeres están en la calle, en determinados puntos de Barcelona. Tenemos cien locales en Barcelona, hay carteles, anuncios. Pero con el trabajo sexual masculino es diferente: nos encontramos y, oye, te pago si vienes a mi casa. Son gente que normalmente no se dedica a ello profesionalmente.
“Entre los jóvenes estaban aumentado las prácticas de asfixia y no es la manera de iniciarse en una relación sexual”
¿Hay muchos escorts?
Hablé con uno que era catalán y él, de hecho, me dijo que el 95% lo son sin papeles. Él era una excepción. Le pregunté si era un cliché que los casados acudían a trabajadores sexuales masculinos. “Es un cliché, pero es verdad”, me dijo, “tengo un cliente que durante un año hace treinta sesiones los sábados a las nueve de la mañana, y que a su mujer le dice que va a jugar al pádel”.
“Tengo un partido de pádel” es la versión moderna de “cariño, tengo una convención”...
¡Sí! Pero se ha encontrado con más de un cliente que ha interpretado este papel de sentimiento de culpa.
¿Cómo regularía el acceso al porno de los menores?
Tengo una niña de 12 años y un niño de 15. Les digo que el porno es ciencia ficción. Es para adultos. Pero también les digo que las películas románticas son también ciencia ficción, porque muestran una especie de relación donde entran atropelladamente por el pasillo, se abrazan y... pam, los dos se corren al mismo tiempo. Eso tampoco es real. El porno tiene consecuencias. Uno de los estudiosos del libro decía que entre los jóvenes estaban aumentado las prácticas de asfixia y no es la manera de iniciarse en una relación sexual. Nos falta educación sexual... si habláramos más abiertamente, con más sinceridad con nuestros hijos...
En algunos momentos pone el punto de mira en las redes sociales.
Vengo de otro libro que escribí [Mujeres que follan] para el que entrevisté a muchas mujeres. Estaban muy desencantadas con este mercado de las redes. Hay mucho postureo. Genera mucha dopamina, pero de repente un tío está hablando conmigo y me deja de hablar, o de repente tengo una primera cita que pienso que ha ido superbien y el tío me bloquea. Y eso causa mucha inseguridad, porque en lugar de pensar que este tío es un imbécil, pensamos que la culpa es nuestra.

