Entre las muchas tentativas de explicar qué es el arte, me acuerdo de las palabras de Julian Barnes cada vez que algo me para y me deja en silencio. En Con los ojos bien abiertos, el escritor británico recordaba que de joven pensaba que el arte, para merecer ese nombre, debe ser transformador. Se trata, venía a decir, de coger la vida y transformarla, mediante un proceso secreto y fascinante, en otra cosa: algo relacionado con la vida, pero más potente, más intenso y, preferentemente, más extraño. Luego, tras muchos años de observación atenta en los museos, confesaba haber llegado a una conclusión aún más radical: “El arte no solo captura y transmite la emoción, la adrenalina de la vida. A veces, va más allá: es esa adrenalina en sí misma”. Me pregunto qué posición en su lista de afectos ocupará un bromista como Maurizio Cattelan, que se ha hecho multimillonario haciendo chistes cínicos sobre la vulgaridad del mercado que le da de comer. Si su objetivo es provocar, lo suyo es adrenalina pura.
'América' durante su exhibición en el Guggenheim de Nueva York en 2016
Hablo de Cattelan, sí, el artista italiano que en los últimos años ha acaparado titulares por pegar un plátano a una pared (y venderlo por una fortuna; por convertir a Hitler en un niñato de rodillas; por estrellar un meteorito contra una escultura del Papa Juan Pablo II; por colocar una monumental mano con cuatro dedos cortados haciendo la peineta frente a la Bolsa de Milán... O por instalar un retrete de oro macizo de dieciocho quilates en los baños (el único lugar no sagrado de un museo) del Guggenheim de Nueva York e invitar a los visitantes a utilizarlo (más de 100.000 personas hicieron cola para usarlo), reduciendo aquel trono de metal precioso, símbolo de dinero y poder, en una colosal ordinariez.
Cattelan lo tituló América y era una crítica directa y feroz a la locura del mercado del arte y a la desvergüenza del capitalismo desenfrenado. Un váter extravagante que parecía hecho a la medida del trasero de un adorador del oro como Donald Trump, que antes de llegar a la Casa Blanca, y empezar a forrar paredes y muebles del Despacho Oval, ya presumía de una casa con techos dorados, macetas doradas y ascensores cegadores de un amarillo radiante como el sol.
El retrete de oro de Cattelan sale a subasta, una nueva oportunidad para el baño de Trump
El presidente pudo haberlo instalado en la suite que comparte con Melania, y de hecho la conservadora del museo neoyorquino Nancy Spector se lo ofreció cuando este le pidió prestado Paisaje con nieve de Van Gogh. Hay quien bromeó que si el presidente no lo había aceptado es porque tenía otro. En todo caso, ahora dispone de una segunda oportunidad. Porque, en plena fiebre del oro, una versión gemela de América (la otra fue robada en el Palacio de Blenheim) reaparecerá el día 18 en la casa de subastas Sotheby’s y el precio de salida será de 10,2 millones de dólares, su peso en oro. Un siglo después de que Duchamp cambiara el arte para siempre exhibiendo un urinario de porcelana, un retrete en un museo sigue dando para mucho. Cattelan, de 65 años, luce a veces una camiseta con un consejo: “Dale una oportunidad al sarcasmo”.
