Siempre unos pasos por delante, Angélica Liddell dedicó en 2018 la sección Carmelitas de su libro Una costilla sobre la mesa (La Uña Rota) a su retiro espiritual con convulsiones místicas. “Tengo miedo a morir quemada si se incendia el convento. Me levanto. Localizo el extintor”, escribe: “Acabarán asando carne de cerdo sobre las brasas de mi hoguera”. Después llegaron el fenómeno del pódcast Las hijas de Felipe, que también versa sobre monjas de clausura, pero barrocas; el ensayo Místicas (Wunderkammer), de Begoña Méndez, que reivindica esa tradición que llevaría hasta la poesía de Chantal Maillard y Anne Carson; o la Rosalía, que mezcla el hábito con la camisa de fuerza en el despliegue estético y algorítmico de Lux. Pero no sólo las monjas están de moda: el regreso de todo el pasado medieval se ha convertido en una tendencia huracanada en los últimos años. Tarta Relena ya tituló Fiat Lux su disco de 2021, con ecos sefardíes o de santa Hildegarda de Bingen; Maria Arnal ha cantado durante los últimos años la liturgia gregoriana de la Sibil·la; y Anna Pantinat reescribe la historia del monasterio benedictino de Sant Pere de Casserres, en la comarca de Osona, en diálogo con la IA.
Lux, el nuevo álbum de Rosalía
“El algoritmo está aquí, / en este cofrecillo”, escribe en los dos primeros versos de su poemario Goigs posthumans / Gozos posthumanos (Ultramarinos). Y algunas páginas después: “San Niño, holograma o fantasma, / perdona este cuerpo que sólo / ha engendrado muertos: abortos, / reyes mutilados, enfermos, / hijas que he dado en matrimonio / fetos y demás menstruaciones”. Porque se trata de versionar las leyendas, cuestionar la biopolítica aristocrática y crear hipervínculos entre aquellos tiempos y los nuestros, con inteligencia e ironía. Por eso exclama el yo lírico: “¡Viralizad su gloria!”. Amén.
La mirada de lo muy moderno a lo muy antiguo coincide con el giro conservador del mundo
Ese tipo de cortocircuitos artísticos entre lo muy antiguo y lo muy actual se han multiplicado en los últimos años. Me pregunto si se deberá, además de a la progresiva conciencia de que en lo ancestral hay sabidurías muy contemporáneas, al giro conservador del mundo post-pandémico. En un ensayo importante, Post-Europa (Mutatis Mutandi), Yuk Hui escribe: “Vivimos más que nunca en un estado de desarraigamiento, y al mismo tiempo, paradójicamente, este desarraigo produce también un deseo de retorno al hogar, tal como ponen de manifiesto los recientes movimientos conservadores y neorreaccionarios”.
Contra las ficciones que proclaman que ese hogar sigue existiendo, congelado y puro, en un tiempo sin migrantes, algunos nuevos relatos nos recuerdan, inspirados en músicas latinas y árabes y judías, en mitologías nómadas y contradictorias, en vidas ascéticas y rituales que conectaban el hambre del cuerpo con la sed de trascendencia, que nuestra casa ha sido siempre mestiza y plurilingüe, sagrada a la manera de cada cual. “La lengua cambia el pasado”, afirma el filósofo chino. Que así sea.

