Riesgo” y “audacia” son dos de los conceptos más utilizadas para definir el último disco de Rosalía. A decir de los críticos, la artista se ha lanzado de cabeza a la piscina sin antes molestarse en mirar si habían puesto el agua. Lux ha supuesto un salto de trampolín de dos vueltas y media y tres giros que, semanas después, aún salpica. Porque había agua.
La factura rupturista del disco ha despertado a mucha gente de la somnolencia y se ha colado en las conversaciones. Rosalía no es la única artista que asume riesgos, pero es inhabitual que alguien actúe así cuando lidera la jerarquía musical. Con su osadía evoca no solo a su referente Björk, sino también al David Bowie que se reinventaba en cada álbum.
También es muy relevante el momento en que Rosalía da este golpe sobre la mesa. En plena tendencia a la uniformización de contenidos, a las puertas de un futuro distópico con banda sonora de centro de datos de IA, el imprevisible disco que acaba de publicar la cantante puede considerarse puro humanismo tecnológico: la tecnología al servicio de la emoción.
Rosalía nació en Sant Esteve Sesrovires y estudió música en Barcelona, una ciudad que, igual que otras que no son capitales, ha tenido que fiarlo todo a la innovación y al riesgo. La combinación, en principio, es sugerente: una artista disruptiva nacida y formada en una ciudad innovadora. ¿Cómo sacar ventaja de esa feliz circunstancia? ¿Cómo aprovechar el efecto Rosalía para consolidar y proyectar el buen momento musical de Barcelona?
Como una Tracy Emin angelical, Rosalía compareció en una cama en el MNAC
Rosalía se ha formado en un sistema educativo público y privado de alto nivel
Es un asunto complejo sin soluciones fáciles, pero sí se puede esbozar un cierto marco. Nos lo dibuja un activista cultural con largo recorrido en el mundo de la música: “Salvando las distancias, el momento que en su día vivieron Manchester o Bristol lo tiene hoy al alcance Barcelona, si sabe aprovechar que Rosalía se ha convertido en un referente global que domina la conversación. Hay muchas iniciativas que pueden contribuir a crear un ecosistema musical como aquéllos, propuestas a menudo basadas en el riesgo, pero ese ecosistema como tal aún no funciona por falta de conexión entre esas iniciativas”.
En Rosalía convergen rasgos muy barceloneses que podrían conformar ese anhelado ecosistema, como, para empezar, un excelente sistema de educación musical. La artista se inició en una escuela privada, el Taller de Músics, y completó la formación en una pública, la Esmuc. El rico universo del canto coral está también presente en su trayectoria, sobre todo en un Lux que proyecta al mundo dos joyas como son el Cor de Cambra del Palau de la Música y la Escolania de Montserrat.
En la formación de Rosalía, ya fuera en la escuela, en los bares o en la calle, ha influido también la querencia barcelonesa por los mestizajes sonoros, que tiene largo recorrido. De la combinación de aires flamencos y salseros surgió la rumba, que está presente en su disco. Aquella fusión tuvo su onda expansiva. Con los años se fueron incubando fórmulas que encajarían en lo que se acabó llamando world music .
El rock laietà o los discos Barcelona Raval Sessions son hitos de aquella evolución, que ha cristalizado hoy en un panorama musical rico y diverso. Sobresaliente asimismo en música clásica, Barcelona acoge y alienta los estilos musicales variopintos que han cristalizado en Lux .
También los festivales locales han curtido a la artista Rosalía y la han ayudado a crecer (y ella a ellos). Desde el Festival de Jazz o el Guitar Festival hasta el Sónar y el Primavera Sound, felices particularidades barcelonesas.
Barcelona aporta una particular aptitud para el mestizaje sonoro: la rumba creó una onda expansiva
Y, si se amplía el foco, hay una rasgo diferencial que, al desarrollarse, sitúa a Barcelona en ventaja respecto a otras ciudades: es la coexistencia de la escena artística con un universo de centros científicos y tecnológicos de prestigio que llevan años haciendo incursiones en la cultura. Las colaboraciones de músicos como Maria Arnal o Marco Mezquida con algunas de estas instituciones, en el marco del Sónar, señalan un excitante camino a seguir.
En resumen: hay buenas escuelas y salas, innovación, excelentes gestores culturales, una Anella Olímpica que se pone al día, talento diverso y una estrella planetaria intergeneracional como Rosalía. ¿Qué falla entonces para que no pueda hablarse aún de ese momento Barcelona ?
La puesta en escena
Savoir faire catalán
El impacto de Rosalía en el ecosistema cultural catalán trasciende la música. Su larga y fructífera colaboración con la productora Canada, con oficinas en Barcelona, Londres y Los Angeles, sitúa el foco sobre el audiovisual catalán y su excelente momentos. Suyo es el elogiado vídeo que acompañó al lanzamiento del tema Berghain, como también lo fue hace años el de Malamente. En este contexto, hay que subrayar también que Rosalía, después de sus apariciones fugaces en Madrid o Nueva York, reservó para Barcelona su puesta en escena más exquisita. En la fiesta de la escucha compartida del disco en el MNAC, la artista compareció estirada en una gigantesca cama que ocupaba la mitad de la Sala Oval y que, a primera vista, parecía un fragmento de mar fotografiado en plena tormenta. Un derroche de romanticismo que pudo interpretarse como un guiño al matérico textil catalan en plena época de pantallas ubicuas o, más bien, como el escenario onírico de sus más íntimas composiciones.
De entrada, se echa en falta más respeto no solo hacia los músicos, sino también hacia los vecinos que quieren ejercer su derecho a escuchar música en vivo en su ciudad, ya sea en salas, en festivales o en fiestas mayores. Los programadores necesitan marcos más estables. Barcelona sobreprotege el descanso vecinal.
Un ecosistema musical necesita también estudios de grabación de alto nivel. Hay algunos, pero es indudable que Barcelona ha perdido fuelle respecto a Madrid en este ámbito. La buena noticia es que la propia Rosalía ha invertido en un estudio en l’Hospitalet y que hay otros proyectos ambiciosos sobre la mesa.
¿El problema? Cierta falta de autoestima que dificulta los proyectos compartidos
Combinados todos estos elementos, Barcelona puede ser una ciudad significada en el panorama internacional, una ciudad donde se viva la música y se viva de la música. La industria musical atrae talento foráneo y, sobre todo, tiene potencial para crear empleo de calidad.
La principal dificultad que afronta ese ecosistema en ciernes es cierta tendencia local al derrotismo, sumada a corrientes de opinión cada vez menos ocultas que vinculan cualquier apertura internacional a la desnaturalización de Barcelona. Se requiere de apoyo institucional y también de autoestima colectiva para que las conexiones necesarias sean posibles.
A quien no hace falta pedir nada es a la propia Rosalía. Ya ha hablado con su música. O más preciso aún: ha puesto la cama, como se vio en la fiesta de escucha de Lux en el MNAC. Una cama que no era un final del camino, como la de Tracy Emin, sino un escenario telúrico que invitaba a soñar.


