Dos marcas negras bajo los ojos anuncian el camino emprendido por Dani Carbonell, signo de la tribalidad que le guía en su nuevo trabajo, Futuro ancestral. Doce canciones donde recupera toda su energía musical y reivindicativa, un disco “muy para arriba” que transita entre los sonidos afro, latinos y rumberos para poner al mundo a bailar entre llamadas a sus congéneres para que den un paso al frente y defiendan la comunidad contra la ola individualista que, de un tiempo a esta parte, amenaza con ahogar el mundo en lodo con el único fin de obtener más beneficios.
“Tan culpable es el que lo crea como al que le da igual” canta el músico conocido como Macaco en Sube el nivel del mal, principio de un disco repleto de reflexiones como las que desgrana tranquilamente sentado en unos estudios de televisión, donde reconoce que le gusta la paradoja que entraña el título del álbum. “Me encantan estas cosas que te pueden llevar a diferentes lugares, y todo lo que tiene que ver con lo circular”, comenta, y se lanza a reflexionar sobre lo que la física cuántica nos mostrará en lo venidero sobre el concepto de espacio-tiempo.
La idea detrás de Futuro ancestral habla de “mirar para atrás para ver el recorrido, para recoger lo mejor de ese recorrido y desechar lo que ya no funciona para poder mirar para adelante” comenta, una idea que aparece en el ritmo afro de Atreverse a vivir donde compara las preocupaciones del presente con el miedo que tenían nuestros ancestros a las fieras del bosque. “La mayoría de nuestros miedos son proyecciones, ¿cuántas cosas nos preocupan y nos quitan el sueño y nos oxidan que luego no suceden?” Se pregunta.
“Hay un ruido bestial en nuestras cabezas, pensamientos que no paran de orbitar, loops mentales que no llevan a ningún lado”, reflexiona, y concluye que el miedo “habla más de no quererse” para citar a Eduardo Galeano, creador del término “sentipensantes”. “Estamos en un punto donde la mente está ganando al instinto, y yo estoy en esa lucha con la música, animando a perseguir lo que dice el estómago, las entrañas. Siempre digo que el pensamiento racional es un sirviente leal y la intuición, un amigo leal”.
Desde su perspectiva cíclica de la vida, Macaco lamenta el regreso de las políticas neoliberales, “fascistas”, que penetran en las mentes de los más jóvenes. “Estaría bien que pudieran tener una conversación con nuestros abuelos para que les contaran lo que es una dictadura”, comenta sobre lo que ve como una rotura en la sociedad, “aunque como decía Coen, por estas grietas también entra la luz”. Este advenimiento del pasado coincidió para el músico con una época dolorosa en lo personal por el reciente fallecimiento en agosto de su madre, que padecía Alzheimer, después de que muriera también su tía, dos mujeres que representaban los pilares de su familia. “Todo se tambaleó”, recuerda, y eso hizo que me planteara muchas cosas sobre su futuro para salir más fuerte y convencido de que es hora de posicionarse, “intentar en tu pequeño mundo cambiar hábitos y maneras de pensar, e intentar que se contagie también”.
La respuesta en su opinión es unirse, “un invento que florece desde abajo”, como canta en el tema que da nombre al disco. “Somos millones de latidos en un solo corazón, suena poético pero a la vez es una gran verdad”, afirma. “Somos igualmente diferentes. Y si aprendemos a apreciar y abrazar esa diferencia, entenderemos que somos tribus, que al final nos necesitamos”, una necesidad que no se enmienda mediante las omnipresentes redes sociales. “Falta alguien que nos dé un abrazo, la gente te pregunta cómo estás, pero si dices que estás mal se apartan”.
Nada hay más íntimo y personal que un abrazo, por eso el músico recuerda la importancia de la responsabilidad individual en Sube el nivel del mal que, afirma, es la letra más sencilla que ha compuesto en su vida. “Jugué con la ironía, esa cosa más afilada que te da una especie de superpoder” y apunta que la naturalidad “es la más difícil de las poses” aunque no implica necesariamente que sea positiva. “La gente apoya a los Trump, Bolsonaro o Milei con el argumento de que al menos dicen lo que sienten, son como son, racistas pero sinceros”. Por eso Macaco considera que hay que posicionarse, “no basta con señalar, no puedes pasar de puntillas por el mundo, hay que decir yo estoy aquí y esto es lo que siento ante lo que está pasando, y lo digo alto y claro”.
En comunión con el mensaje, Macaco ha apostado por un envoltorio musical analógico, prescindiendo de bases y samplers utilizados en otros trabajos. “Tanto cable, tanto ruido, tanto plástico ya me duele” comenta arrugando la nariz. Por eso, en sintonía con el concepto ancestral del disco, ha querido que los cimientos fueran tradicionales incluso cuando suenan a beat. “Todos los elementos de voz que le dan ese color contemporáneo dentro de la sequedad del disco están hechos con la propia voz, aunque puedan llevarte a una cosa más electrónica”. En lugar de buscar el sonido en una librería, ha cogido cosas como una botella para lograr efectos de voz, “quería ser coherente con la idea del disco”.
Razones parecidas llevan al autor de Moving a alejarse de la inteligencia artificial, una tecnología que después de sorprender por sus capacidades ahora considera aburrida, una moda “como la de quien tiene las uñas más largas, o el deportivo más nosequé”. Tendencias que ahora se repiten con la espiritualidad, “una mística muy de marketing, publicitaria” que también detecta en el mundo del yoga y la meditación, que él practica desde hace tiempo y que no entiende, “si estamos todos conectados, lo que está pasando en Palestina también te afecta”, apunta sobre una reflexión que muchos reciben dando un paso atrás, “no me hables de esto, yo quiero respirar, estar en mi mundo”, una actitud que ve como “un misticismo muy individualista, vacío”. Sin citar nombres, lamenta los cantos a la espiritualidad “que después no tienen un mensaje más allá del hecho de ser espiritual”.
¿Significa eso que las nuevas generaciones le dan la espalda a los movimientos sociales? No parece así, “en el momento en que no se quieren ver grises, que los mandatarios quieren que todo sean blancos y negros, al final consiguen que más gente salga y haya se posicione”. Pone como ejemplo el público asistente al concierto organizado para despedir la flotilla que partió para Gaza, en la que Macaco no pudo embarcarse pero sí subirse al escenario. “Había activistas del mundo entero, y muchos chavales con todas las ganas, gente de muchas generaciones”, una tendencia que contrasta con la que apuesta por los mensajes retrógrados a favor de la iglesia, la homofobia o el éxito a toda cosa. Ideas alejadas de la mente de Macaco, que siguiendo a Saramago apuesta por mimar al niño que fue, porque es “el padre del hombre que soy”.

