La obra de Kafka generó el adjetivo kafkiano y David Lynch, en cine, ha aportado eso indefinible que conocemos como lynchiano. No todos los creadores hacen de su estilo un adjetivo, y menos tiene el honor de tener entrada propia en el Oxford English Dictionary, pero en él encontramos stoppardian por el dramaturgo británico Tom Stoppard, que ayer falleció dejando una estela inolvidable de obras de teatro y un buen número de guiones de cine y televisión.
En teatro bastaría citar Rosencrantz y Guildenstern han muerto para saber de qué estamos hablando. Su primer gran éxito internacional, representada por primera vez en el festival de Edimburgo de 1966 y, con los años, en la Sala Beckett. O citar Arcadia, considerada por los especialistas como una de las cumbres de su teatro, bien conocida por los aficionados al teatro en catalán, pues se estrenó con gran éxito en el TNC bajo la dirección de Ramón Simó. Y en fin, Rock’n’roll , en el Lliure, por citar solo una obra más de las suyas representadas entre nosotros, dirigida por Àlex Rigola.
Tenía un año cuando sus padres, judíos, lograron huir con él de la invasión nazi a Checoslovaquia
En todas las obras, en la práctica totalidad de la treintena que escribió, brilla una imaginación inquieta, como en una coreografía de ideas chocando entre sí. En sus trabajos destaca su capacidad para elevar el tono de cualquier asunto sin dejar de tener los píes en la tierra, deslizando ideas entre emociones y, sobre todo, sin adoptar nunca el tono de salmodia. Llenado de ingenio y vida todos sus textos. Arropados, a la vez, por una avalancha de referencias de todo tipo, matemáticas, musicales, literarias y científicas. En Stoppard es muy cierto eso de que nada humano le era ajeno. Sobre todo, fue un escritor seriamente lúdico, de contradicciones y paradojas, que nunca perdió la capacidad de jugar con las reglas ni el humor.
Esa capacidad, en el cine, se hizo patente en guiones como el de Brazil, de Terry Gilliam, o en la adaptación de La casa rusa, de John le Carré. Sin olvidar el Oscar conjunto por Shakespeare in love. Pero cuando resultaba más estopardiano que nunca era cuando lo llamaban de urgencia, como screen doctor de guiones ajenos. Como cuando Spielberg lo reclamó a altas horas para arreglar con urgencia La lista de Schindler y George Lucas para Indiana Jones y la última cruzada y para La venganza de los Sith.
Autor british por los cuatro costados, Sir por decisión real, nació en Checoslovaquia con el nombre de Tomas Straussler. No tenía todavía dos años cuando sus padres, judíos de nacimiento, emigraron a Gran Bretaña huyendo de la invasión nazi. El viaje fue tortuoso, pasando por Singapur y dejando al padre por el camino. La madre se volvió a casar, esta vez con un mayor del ejército británico, Kenneth Stoppard, del que el futuro dramaturgo adoptó su apellido. A Stoppard, como recordaba la prensa británica, nadie le envidiaba nada, por su buen carácter y empatía, “salvo posiblemente su atractivo para las mujeres, su talento, su dinero y su suerte”, como dijo de él Simon Gray. “Ser tan envidiable sin ser envidiado es bastante envidiable, si uno lo piensa”.
