László Krasznahorkai (Gyula, Hungría, 1954) es estos días uno de los hombres más perseguidos de Estocolmo. Los fotógrafos intentan sacar una instantánea del escritor y los periodistas alguna declaración, pues apenas ha tenido oportunidad desde que ganó el pasado mes de octubre el premio Nobel de Literatura. Primero canceló su participación en el festival literario Kosmopolis por problemas de salud, lo que dejó a los lectores barceloneses sin escuchar uno de sus sabios discursos; y, días después, declinó también la invitación a la Feria del Libro de Frankfurt, donde debía dar el discurso inaugural.
Hoy, en cambio, el mundo respira aliviado al ver al autor húngaro con buen aspecto dirigirse al estrado de la Academia Sueca para dar su discurso de aceptación del Nobel. Que el día antes su agente literaria Laurence Laluyaux subiera una foto en sus historias de Instagram celebrando que todo estuviera listo para este gran día ya era un claro indicativo de que todo marchaba bien.
“Como mis reservas de esperanza definitivamente se han agotado, hablaré sobre los ángeles”
El aplauso ha sido sonoro y la melodía a piano que le ha dado la bienvenida – Játékok (Juego), de su compatriota György Kurtág–, apropiada. Los acordes, graves y con un aire tétrico, anunciaban que, tras semanas de silencio, el turno de palabra era ahora para el bautizado como el escritor del Apocalipsis: “Al recibir el premio, inicialmente quise compartir con ustedes mis pensamientos sobre la esperanza pero, como mis reservas de esperanza definitivamente se han agotado, hablaré sobre los ángeles”, ha empezado su discurso, leído de forma íntegra en húngaro.
El autor no se refería a los seres alados que sirven a una deidad suprema, sino a “los que caminan entre nosotros vestidos con ropa de calle” y “aparecen de forma inquietante aquí y allá en todo tipo de situaciones de nuestra vida”. Por si quedaba dudas ha citado como ejemplo al multimillonario Elon Musk, al frente de la red social X, Tesla y SpaceX, quien “con sus planes demenciales se está adueñando del espacio y el tiempo” de las personas.
Laszlo Krasznahorkai (izq) junto al secretario permanente de la Academia Sueca, Mats Malm, tras su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura
Tras esta crítica reflexión inicial, el foco ha cambiado de lado para fijarse en “aquellos que viven en los márgenes”, a quienes ha preferido dedicar el grueso de sus palabras. Krasznahorkai ha hablado de ellos a lo largo de toda su vida y obra. En Tango satánico , una de sus novelas más conocidas, expone a una comunidad rural arruinada, aislada y abandonada por el Estado y por la historia. Sus personajes, solitarios y excéntricos, se asemejan mucho a los que aparecen en las páginas de Melancolía de la resistencia y al propio Korin, de Guerra y guerra , un archivista obsesivo y prácticamente invisible para la sociedad que vive al borde de la locura y la pobreza.
A todos ellos o, más bien, a gente que se les parecía, empezó a tratarlos con 19 años, pues aparcó temporalmente su carrera de Derecho para vivir en la calle y “entender mejor a los excluidos”, de quienes sentía que tenía cosas en común. Algunos rostros se le han quedado marcados en su mente, tal y como ha demostrado con sus palabras, pues ha rememorado a un vagabundo “con la espalda encorvada por el dolor y una mirada que imploraba compasión” que, años atrás, en el metro de Berlín “intentaba orinar sobre las vías cuando fue sorprendido por un policía”.
Una escena que ya entonces le hizo preguntarse quiénes eran en realidad los seres humanos. “Inventaron la rueda, el fuego... Pero, de forma repentina, comenzaron a no creer en nada en absoluto y, gracias a los recursos que ellos mismos inventaron, destruyendo la imaginación, ahora solo les queda la memoria a corto plazo, pues han abandonado la noble y común posesión del conocimiento, la belleza y el bien moral. Su camino a través de la evolución fue impresionante solo que, por desgracia, no se puede repetir”.
Krasznahorkai es el segundo escritor húngaro que gana el premio Nobel de Literatura. Su predecesor, el ya fallecido Imre Kertesz, lo logró en el 2002 y fue para él “un gran amigo y una influencia literaria importante”. Nunca imaginó que repetiría sus pasos, pese a que ya eran varios años los que aparecía en las quinielas. “Que me lo den si lo creen conveniente. Pero no es algo en lo que piense ya que, de todas formas, no dependería de mí”, señaló a Guyana Guardian un año antes tras alzarse con el Formentor.
En vista de lo sucedido, opta ahora por dejarse llevar. ¿Qué será lo siguiente? Ni siquiera él lo vislumbra, por lo que no le queda más que seguir como hasta ahora, paso a paso, y con Kafka, su héroe literario, siempre de la mano.
El escritor húngaro Laszlo Krasznahorkai, Premio Nobel de Literatura, pronuncia su discurso en el Salón de la Bolsa de la Academia Sueca en Estocolmo
El Nobel que no quería ser nadie
A László Krasznahorkai siempre le gustó escribir, pero nunca imaginó que llegaría a ser escritor. Desde luego, no uno de éxito. Él mismo lo reconoció ayer durante el discurso de aceptación del Nobel, donde explicó que su idea inicial era publicar un único libro “porque no quería ser nadie”. Y temía que, si escribía más, llegara a serlo.
Más de uno podría decir que este planteamiento es digno de alguien con mucha vanidad, pero no hace falta más que escuchar al autor húngaro unos minutos para darse cuenta de que en sus palabras no se esconde otra cosa que respeto y humildad. La cuestión es que publicó Tango satánico en 1985, que más tarde fue llevada al cine por su gran amigo, el director Béla Tarr, pero sintió que no era perfecta, un mal del que padecen la mayoría de escritores.
Por eso, decidió darse otra oportunidad y optó por mejorar su estilo escribiendo otro libro, esta vez de relatos, Relaciones misericordiosas (1986).
De nuevo, sintió que podía dar más de sí y escribió sin descanso Melancolía de la resistencia (1989). Luego vinieron muchos más, lo que demuestra que la operación se ha ido repitiendo. “Mi vida es una corrección permanente”, reconoció ayer. Y sus lectores celebran que así sea.

