Hay tantos paraísos como personas en el mundo, y Júlia Colom ha querido retratar el suyo, aquel lugar donde florecen sus aspiraciones personales que a medida que pasa el tiempo parece cada vez más inalcanzable. Es el Paradís que da título a su segundo álbum, donde la artista mallorquina ha dado un paso al frente como compositora para clarificar quién es en su faceta artística bajo el influjo de su herencia musical y el sonido del laúd que tocaba su abuelo cuando cantaba con ella. Un sonido que podrá escucharse el próximo 11 de diciembre en L’Auditori de Barcelona, primer concierto de su próxima gira.
¿Cuál es el paraíso que da título al disco?
Es ese ideal que cada uno tiene en su cabeza, pero en el que nunca ha estado. El paraíso es lo que me impulsa a levantarme por las mañanas y hacer cosas, la persecución de una promesa que nunca se cumple, pero da dirección a mi vida en el día a día.
¿Cómo se materializa?
En muchas facetas de mi vida, sobre todo de autorrealización, de estar en paz conmigo misma, acompañada por la sensación de que lo que hago es bueno y se me reconoce con una recompensa económica y de objetivo vital. Es una idea que he ido volcando en casi todas las canciones. Estoy en la veintena y siento que tengo un proyecto de mí misma que no llega a materializarse, creo que es una cuestión generacional.
Le afecta a otras personas de su entorno.
Soy de Mallorca, donde hay muchas hostilidades y frustraciones por el momento histórico que atravesamos, y no hablar de esto me preocupa, porque esta conciencia es muy importante. Hablo de esta ultrapreparación porque deseamos alcanzar un paraíso que nos pensábamos que llegaría y que no llega nunca. Tener un proyecto de vida, una vivienda, unas ideas que pensábamos que nos merecíamos y nos preguntamos: ¿qué ha pasado?
Más que un paraíso, parece una frustración.
Es lo que pasa mientras llega el paraíso, mientras lo esperas y todo lo que haces para alcanzarlo. Me siento pequeña, buscándolo, pero si echo la mirada atrás y miro todo lo que ha pasado me doy cuenta de que ya está pasando. No hay ningún proyecto por materilizar porque ya soy lo que soy. Y es una sensación agradable poner un poco de perspectiva de vez en cuando, para no sentir que todo se escapa. Animo a la gente que está como yo, que somos muchísimos, todos mis amigos y amigas, a hacer un poco de retrospectiva. Porque aunque no tengas el tiempo libre que te gustaría, el trabajo que querrías ni vivas en el lugar donde te gustaría, todo ese proyecte de vida que te habías imaginado, verás que a nivel personal sí que han pasado cosas.
En la mayoría de temas habla directamente a una persona, al otro.
Todo lo hago en primera persona, me sale natural, como si fueran cartas escritas a mí misma e hiciera el ejercicio de exponerlas y compartirlas con todo el mundo. Cuando escribo en mi diario ya lo hago así, le hablo a alguien que no existe porque me gusta dar una dirección a las palabras.
En el disco suena un laúd que perteneció a su abuelo.
Cuando tenía 6 años mi abuelo intuyó que, de todos sus nietos y nietas, yo era la que podía aprender a cantar el Cant de la Sibil·la, que se ha transmitido de generación en generación dentro de mi familia paterna, la familia Colom. Yo era muy pequeña y el Cant muy largo, como 15 minutos con muchos melismas, pero la tradición debía continuar. Fue mi abuelo quien me conectó con esta sensación de la concentración cuando cantas, la parte mística que te adentra en un mundo interior, y le estoy muy agradecida por ello. Desde aquel momento y hasta que falleció en el 2020 canté muchísimo con él, que tocaba un laúd que le regalaron de joven, y que al fallecer se quedó en casa.
Todavía guardaba la música.
Lo miraba con lástima al pensar que no me acompañaría más, y decidí que no podía ser. Por suerte Martín Leiton, que me ha acompañado en toda la creación de este disco, me dijo ‘dame tiempo porque quiero aprender a tocarlo desde cero para poderte acompañar’. Y así fue, lo estudió y está presente en todas las canciones de una manera más sutil o más presente, y también me acompañará en la gira.
El instrumento aporta un sabor antiguo que combina con sintetizadores.
El hilo narrativo no dista tanto de Miramar, mi anterior disco. La voz está en el centro y delante, y las cuerdas, guitarras españolas, están muy presentes combinadas con el laúd. Tiene un toque de sintetizadores, pero están más atrás, he intentado encontrar un equilibrio donde sentirme cómoda con la combinación, que no me supere y me identifique con un sonido más electrónico.
Nombra a la Luna en tres canciones ¿Qué representa para usted?
He querido evocar imágenes donde yo y la naturaleza hablamos. Puede parecer algo hippie, pero es natural para mí porque me gusta caminar por la montaña en Mallorca, donde vivo en las afueras, cerca de un olivar. Es algo que tengo muy interiorizado en invierno, cuando anochece de golpe a las cinco y media mi cuerpo me pide salir pronto para caminar en soledad, yo con mis cosas, y buscar respuestas. Siento que le cuento cosas a la Luna y me contesta, está en mi vida, es una imagen íntima que me ha salido en las canciones.
Sin un significado concreto.
En mi primer disco lo pensé y teoricé todo, mucho, pero este disco me salió más intuitivo, deja un espacio más abierto para no tenerme que explicar tanto, para que la persona que me escuche pueda meterse a su manera dentro de la historia.
Ya no tiene la presión del primer disco.
Quería dejar que la música hablara, que las melodías y la producción hablen. En Miramar tuve que explicarme mucho a mí misma, pero con estas canciones siento que he conseguido alejarme de lo literal.
Sa madona, un tema popular que canta con Tarta Relena, es el único tema que no firma.
Las canciones del pasado de Mallorca que tengo en el repertorio no tuve que buscarlas, ya estaban dentro de mi entorno familiar. Pero Sa madona no la conocía, es una canción de la que me enamoré cuando la conocí con 14 o 15 años. Me llamaron para formar parte de un proyecto de música de raíz de Mallorca llamado Ferments donde estaba Biel Majoral, un filólogo, campesino, activista, cantor y gran conocedor del pasado musical mallorquín. Me quedé atrapada dentro de la melodía, una letra medio fantasiosa que habla de esta madona, que era la campesina que mandaba a los otros campesinos de una finca, pero que no era la señora. La he cantado en mis conciertos y no he encontrado a nadie que la conociera o que la hubiera escuchado. Eso me hizo pensar que quizás Biel Majoral fuera la última persona que conocía este canto. Él ya la tiene grabada hace tiempo, pero creo que es único y tenía ganas de darle un espacio importante en un disco, y el hecho que sea la única canción tradicional de este disco me ayuda a charlar de ella, darle este espacio.
Su música forma parte de una tendencia a recuperar lo tradicional.
Ha sido una casualidad que yo no tuviera que buscar o aprender estas canciones. La transmisión oral ha sido mi vía de aprendizaje más clara, se ha dado dentro de mi contexto familiar, y veo que coincide con un movimiento global no solo de música, sino de moda, de gastronomía, artesanía, hacia la apreciación del kilómetro cero, de la raíz. Soy un grano de arena dentro de un movimiento mucho mayor que responde a una infraestructura dentro la de industria donde hay conciertos, un público sensible y más artistas involucrados. Pero para mí es muy natural, hemos tenido décadas donde no ha habido esta apreciación, de hecho era un poco caspa.
¿Se puede hacer música como la tradicional cuando todo está tan profesionalizado?
La música de raíz parte de una esencia totalmente diferente. Yo puedo cantar todo esto pero ya tengo un oído afinado a 440 y escucho pop todo el día en un contexto donde la desafinación está mal vista, y esto ya lo aleja mucho de la esencia de toda esta música que se cantaba. Pero por ejemplo en la canción Gelosia me he inspirado en su forma de romance, más clásica, y creo que resuena lo tradicional.

