La Historia universal de Paniceiros, ese extraño libro que mezcla la intrahistoria asturiana con pequeñas anécdotas universales, la comienza el recientemente fallecido Xuan Bello con una cita de Eugeni d’Ors que me quedó grabada: “El alma popular es en todas partes la misma… una canción popular asturiana podrá pasar, con solo que le traduzcan el texto, por una canción popular rusa, o incaica, o del País de Gales”. Venía a decir Ors que las culturas, sobre todo si comparten las raíces rurales, se parecen mucho más de lo que podemos llegar a pensar. Y lo suscribo. Los instrumentos diferirán, y los gorgoritos y requiebros de las voces, y las letras y referencias al mundo que nos rodea, pero hay mucho que comparten. Algo muy básico: los temas tristes suelen ir en tonalidad menor, y los felices y festivos, en mayor. Los primeros son más lentos y los segundos rompen el sonido con mayor frecuencia. No invento la rueda cuando afirmo que buena parte de la música clásica, sobre todo la melancólica, por norma general, nos calma, nos reduce el ritmo cardíaco, nos deja el cuaderno vacío para que escribamos nosotros la letra… Por eso se usa para meditar, estudiar, de fondo en restaurantes, en las salas de espera de las consultas…
Yo escucho prácticamente solo música clásica, y para todo. Aprendí a ponérmela de fondo también para las actividades más enérgicas: hacer deporte, practicar sexo, bailar, viajar, salir a pasear, celebrar con amigos… Como soy muy nervioso, quise inundar mi cabeza de acordes tranquilos. Quizás me excedí, y ahora intento corregir mis hábitos musicales y ponerme música más briosa y menos reflexiva en los días grises, porque, si me descuido, acabo escuchando las Lamentaciones de Tomás Luis de Victoria en día nublado y caigo en un pozo de tristeza. Entiendo que no todo el mundo comparta esta obsesión por la clásica, pero me inquieta no ver apenas un compositor clásico en el resumen anual de Spotify de mis amigos y conocidos. Esos puestos, por norma desde hace casi una década, los ocupan intérpretes de música urbana. Una de mis mejores amigas, al ver que Bach era mi tercera opción, no pudo contener la risa.
Escucho prácticamente solo música clásica y para todo: hacer deporte, practicar sexo, bailar, viajar, celebrar con amigos
Siento mucho si peco de arrogante o esnob, pero me preocupa que la clásica, que despierta la espiritualidad, calma el genio, inspira, cura y nos adentra en trances meditativos y de reflexión, no forme parte de la música más escuchada. Es resultado de la atención dispersa y sobreestimulada de nuestra era, y no algo de lo que sentirnos orgullosos. Tal vez deberíamos introducir en el programa lectivo de los colegios una hora semanal para que los alumnos se tumbaran con los ojos cerrados y escucharan clásica. Al principio, cuesta trabajo. El oído desconecta al no poder agarrarse a letras o estribillos recurrentes. Me pasó de pequeño y me pasa ahora con la música moderna norteamericana. Pero, con paciencia, la voy comprendiendo, porque sé que la recompensa del jazz es muy satisfactoria y enriquecedora, parecida a la de la clásica: una mejoría espiritual directa que radica en poder crear imágenes solo con las vibraciones que nos atraviesan. Y sin necesidad de evocar letras sexistas. Sí, a ciertos hábitos nos deberían acostumbrar de pequeños.
Imagen del logo de Spotify en un móvil
Os dejo la canción que más escuché este año, según Spotify: Aux aurores, de Alex Nevsky, De la beauté.

