Este es el último artículo que publico antes de que me quemen las cuatro venas pulmonares que conectan con el corazón. Me despido en unos días de mi arritmia, de mi fibrilación auricular. Después, ya no podré volver a contaros mis penurias cardíacas ni a construir elegías tristes por sentirme con un pie en la tumba. Así que cerraré este episodio de mi vida con una anécdota curiosa, una situación que me puso en un verdadero aprieto: os contaré la vez que mi anterior cardiólogo me prescribió follar.
Fue hace tres años. Me di cuenta entonces de que, si mantenía relaciones sexuales en una postura concreta –guardad vuestra imaginación, era simplemente una de las básicas–, me daba una arritmia, una concreta y distinta a las demás. Fui al médico para poder seguir disfrutando del sexo sin miedo a quedarme en el sitio, y el cardiólogo me tranquilizó: “Vamos a ponerte un holter durante 24 horas –un electro portátil– para intentar grabar tu corazón mientras tienes sexo. ¿Te parece, David?”. Y acepté, feliz de poder cazar la arritmia. Pero fue salir del hospital, totalmente cableado, y sentirme muy miserable. Había olvidado comentarle al doctor un detalle sin importancia: que estaba soltero.
Si mantenía relaciones sexuales en una postura concreta, me daba una arritmia distinta a las demás
En el bus de camino a casa me instalé Grindr, Tinder, Bumble y Hinge, y hasta el foro de MediaMarkt. Puse una foto donde salía bonico y esperé a hacer match con alguien que me ayudara con el diagnóstico. Pero nadie me transmitía esa cercanía necesaria. Esa misma noche, mi mejor amiga vino desde Cuenca para cenar juntos y ayudarme. Recuerdo que me dijo, entre risas, que pusiera un anuncio en Instagram: una historia donde pidiera voluntarios. Y mientras nos reíamos de la ridícula idea, escribía la publicación con la mano izquierda bajo la mesa y lo hacía público. Todavía hoy no quiero ni imaginarme la cara de mis padres al leer la publicación. Nunca les pregunté al respecto, pero a mi padre se le escapó un me gusta que luego borró.
En cuestión de unas horas, la lista de voluntarios era inabarcable. ¡Nunca había tenido tanto éxito! Mi amiga Leticia me ayudó a hacer la criba. Encontramos a uno que parecía buena persona, pero también muy bonico. Y quedé con él al día siguiente. Recuerdo la vergüenza que sentí. No quería quitarme la ropa para que no viera todos los cables conectados a mi pecho. Él fue muy amable y se desnudó primero.
Fuimos a mi cuarto, le indiqué la posición de la arritmia y, apenas unos segundos después de tumbarme junto al joven altruista, me dio la arritmia. Me levanté de un salto y fui corriendo a apuntar en un cuaderno la hora a la que me había dado. El chico no entendía nada. Entonces volví al cuarto, me arranqué los cables y le dije: “¡Ahora sí, soy todo tuyo!”.
¡Menos mal que existen personas generosas como este chico! Personas que se fuerzan por hacer acciones samaritanas como esta para ayudar al prójimo y crear un mundo mejor y más sano. ¡Gracias, bello, si me estás leyendo!

