“Me hago cargo. No soy futbolista”. Sus amigos echaban el resto para que alguna institución reconociera la tarea de Isabel Llorach (1874-1954) como mecenas y dinamizadora social y cultural de Barcelona del primer tercio del siglo XX, y tan pronto com supo que no lo conseguían, agradeció el esfuerzo expresándose de esa manera.
La exposición cuenta con un amplio fondo documental sobre Isabel Llorach
La anécdota está en la exposición, comisariada por Javier Baladia, que cierra en la Fundació Rocamora (en Barcelona, cerca de la plaza Lesseps) todos los actos que por el 150.º aniversario de su nacimiento se pusieron en marcha –esta vez sí– ya hace un año, con el apoyo y el impulso del Departament de Cultura de la Generalitat. ¿El objetivo? Recuperar la memoria de una anfitriona barcelonesa para que ya no tenga quien la olvide.
Llorach era millonaria. Con todas las letras. El padre amasó una tremenda fortuna con una fuente de agua purgante que descubrió en Rubinat, en la Segarra. La herencia que dejó a sus cuatro hijas, a pesar de repartirse a partes iguales, le sobró a Isabel para dedicarla al mundo cultural. Y más concretamente, para hacer de Barcelona una ciudad que no tuviera nada que envidiar de París o Londres como centros culturales y artísticos. Una suerte de Peggy Guggenheim a la catalana.
Gracias a ella, en sus fiestas y encuentros, además de reunirse la burguesía del momento, estuvieron presentes personajes como el bailarín Vátslav Nizhinski, el cantante Carlos Gardel, la actriz Vera Vergani o el poeta Federico García Lorca, entre muchos otros. Algunas de estas citas eran en la casa que tenía Llorach en propiedad en la calle Muntaner con Travessera de Gràcia y levantada por Puig i Cadafalch en 1904. Tan bien fue todo que, por encargo de Francesc Cambó puso en marcha el Conferentia Club, a partir de 1929, con encuentros culturales que tenían el Ritz de escenario.
“Hacía venir personajes totalmente internacionales –explica Núria Llorach, comisaria de gran parte de los actos organizados el último año–, e so nadie más lo conseguía, en Barcelona”.
Parte de la exposición en la Fundació Rocamora.
La muestra en la casa de los Rocamora es un escenario inmejorable. Manuel Rocamora fue uno de sus mejores amigos y uno de los que le buscó aquel reconocimiento que hizo desear a Isabel Llorach calzarse unas botas de fútbol bien atadas. Rocamora adquirió la casa, situada en el barrio del Putxet, en 1935 y, si por sí sola ya es un pequeño museo con todo los objetos y mobiliario que le dan vida, con las piezas de Llorach incorporadas se convierte un verdadero testimonio de la burguesía de principios del siglo XX.
Así, los documentos y objetos que dan fe de la vida poliédrica de Llorach, están rodeados del impagable patrimonio artístico que acumularon los Rocamora. 600 m2de exposición entre el mobiliario –del siglo XVIII en el XX–, pinturas de Ramon Casas, la maqueta original en bronce del monumento a Cristóbal Colón o –lo que más aprecia Eduardo Rocamora, presidente de la Fundació– un móvil decorativo de techo y de Els Quatre Gats atribuido a Pablo Picasso. Todo esto rodeado de un incontable número de libros antiguos que conservaban los Rocamora.
Javier Baladia, Eduardo Rocamora y Núria Llorach en la Fundació Rocamora.
“La exposición se mezcla con la casa porque quería imitar lo que hacían ellos: combinar su vida con su manera de ser y con su cultura”, explica Baladia.
La muestra en la casa Rocamora estará abierta hasta el 12 de febrero para acabar de homenajear a una Llorach que, mientras que en España no se la consideró, por iniciativa de Manuel Rocamora sí que la reconoció Francia: pocas semanas antes de morir le otorgó una Palma Académica. Allí no todo era fútbol.


