Tolstói tenía razón: “Todas las familias felices se parecen”, pero la felicidad, tanto en la vida como en la novela, puede resultar muy aburrida. “Las familias infelices lo son cada una a su manera”, y es esta singularidad la que enriquece la literatura con sus traumas, secretos, duelos irresueltos y lealtades ciegas. Tal vez por eso el psicoanálisis va quedando atrás como marco referencial de la novela de interiorización: la literatura del yo cede su lugar a una literatura del nosotros, centrada en los sistemas familiares, que permite al autor explorar la infelicidad y el trauma familiar, y al lector, comprender mejor las dinámicas del dolor heredado de su propio árbol genealógico.
Este nuevo rumbo de la novela de interiorización se sumerge en temas que la psicoterapia asocia con la teoría transgeneracional, la psicogenealogía, el genograma o las constelaciones familiares. La teoría transgeneracional concibe la familia como un sistema interconectado en el que ciertos patrones, traumas y dinámicas emocionales se transmiten de generación en generación, de modo que las experiencias y conflictos no resueltos de los ancestros pueden influir profundamente en las vidas de sus descendientes.
Creada por la psicóloga Anne Ancelin Schützenberger (1919-2018), la psicogenealogía profundiza en la influencia de la historia familiar sobre el individuo, examinando a través de herramientas como el genograma (una especie de árbol genealógico expandido) cómo las vivencias, traumas y conflictos de los antepasados pueden manifestarse en las generaciones posteriores. Su propósito es desentrañar los lazos emocionales y lealtades inconscientes que conectan a las personas con sus ancestros, revelando patrones repetitivos en comportamientos, enfermedades, somatizaciones o decisiones de vida. Ejemplo de ello es el síndrome del aniversario, en el que una persona revive o reexperimenta síntomas físicos o recuerdos traumáticos en fechas asociadas a un accidente, pérdida, enfermedad… Schützenberger observó ampliamente que el síndrome del aniversario también se manifestaba en descendientes de quienes experimentaron el evento original.
‘Edipo maldice a su hijo Polinices’ (1786), de Johann Heinrich Füssli. La teoría transgeneracional ya estaba presente en los mitos griegos, como la tragedia edípica
Las constelaciones familiares, creadas por el teólogo y terapeuta Bert Hellinger (1925-2019), buscan revelar las dinámicas ocultas de un sistema familiar mediante su escenificación, y a menudo evidencian claros patrones intergeneracionales. A través de este enfoque, se ofrece una versión alternativa del mito familiar, que suele ser un caldo de cultivo de sufrimiento, ansiedad o limitaciones vitales. Según esta visión, las dificultades emocionales, los patrones repetitivos o los conflictos persistentes suelen estar relacionados con traumas o desequilibrios en las dinámicas familiares, a menudo derivados de exclusiones, secretos o eventos traumáticos que han dejado una huella profunda en sucesivas generaciones.
La sesión de constelaciones puede ser individual, aunque es más común que se lleve a cabo en grupo, entre el que se elige a quienes representarán a los miembros de la familia del consultante. Se afirma que estos representantes suelen experimentar emociones o sentimientos vinculados a los roles que interpretan, pese a no conocer de antemano la historia familiar representada. Aunque se objeta que no existen pruebas científicas que respalden estos fenómenos, quienes han participado en una constelación como representantes suelen asegurar que sus experiencias son genuinas, independientemente de que el fenómeno carezca (por el momento) de una explicación. ¿Se debe a los llamados campos mórficos , a la activación de neuronas espejo, a un simple efecto de empatía y sugestión? ¿Importa tanto?
Hablamos de disciplinas basadas en la fenomenología. Son jóvenes, difícilmente validables, pero poseen un notable efecto terapéutico y logran articular un sentir profundamente enraizado en nuestra cultura. La teoría transgeneracional, en cierto modo, ya estaba presente en los mitos griegos, especialmente en la tragedia de Edipo, cuya historia es un ejemplo de repetición de patrones transgeneracionales. Edipo desciende de Gea y Urano a través de una compleja genealogía: Urano, esposo e hijo de Gea a la vez, muere castrado a manos de su propio hijo, Cronos.
La psicóloga Anne Ancelin Schützenberger (1919-2018) es la creadora de la psicogenealogía
El profesor de filosofía Georges Colleuil lo explica con maestría en La función terapéutica de los símbolos (La Llave, 2015): “El mito de Edipo y los mitos griegos en general nos muestran hasta qué punto el ser humano es prisionero de esquemas parentales que repite inconscientemente de generación en generación para desgracia suya”. Edipo no es culpable de incesto o parricidio, ¡sino de ignorancia!
Recientemente, algunos ensayos sobre teoría transgeneracional, de nueva factura o rescatados por los editores, han llegado a las librerías para ofrecer un compendio de reflexiones y relatos de casos que encantarán no solo a terapeutas, sino también a los entusiastas de esa literatura de casos terapéuticos que inauguraron Freud y Breuer, continuaron Lindner, Rycroft y Kovel, y que llega a nuestros días con autores como Oliver Sacks, Irvin Yalom y Mark Epstein. En esta misma tradición podríamos inscribir a la propia Schützenberger, cuyo trabajo de décadas se centró en cómo las heridas no resueltas de generaciones anteriores pueden repercutir en la psique y en la salud física de sus descendientes. Schützenberger subrayó el poder de reconocer los secretos familiares y la importancia de cultivar una conciencia histórica sobre el árbol familiar para que sus pacientes pudieran reconciliarse con su pasado. Su enfoque integrador ha dejado una profunda huella en psicoterapeutas de diversas escuelas, y ha transformado la comprensión de cómo el entorno familiar afecta a la salud mental.
En el ya clásico ¡Ay, mis ancestros! (2008), reeditado por Taurus (2024), Schützenberger despliega multitud de relatos de pacientes y otras pruebas fenomenológicas que sugieren que nuestro ego es en realidad un subproducto de una conciencia más amplia, que somos menos libres de lo que imaginamos, y que a menudo nos sentimos compelidos a pagar las deudas de nuestros antepasados. Como si una lealtad invisible nos empujara a revivir situaciones o comportamientos dolorosos que, en el fondo, pertenecen a quienes nos precedieron. Schützenberger cita, de paso, a san Agustín: “Los muertos son seres invisibles, no ausentes”.
Bert Hellinger (1925-2019), teólogo y terapeuta, es el creador de las constelaciones familiares
Nos adentramos, así, en el territorio del dolor heredado, de la fuerza telúrica de los vínculos, de la presencia indeleble de los difuntos y de sus relaciones con los vivos, las cuales no mueren con ellos. De estas cuestiones sabe, y mucho, el psicólogo y escritor Joan Garriga, cuyo trabajo aborda los nudos psicológicos, las dinámicas heredadas que afectan a la pareja, el tránsito de la pérdida y el duelo, el secreto familiar y otras compulsiones a la repetición de las que solemos ser víctimas inconscientes.
Referente internacional en constelaciones familiares, Joan Garriga acaba de publicar Constelar la vida (Destino, 2024), coescrito conmigo. En esta obra, define muchas de esas repeticiones sistémicas como formas de lealtad desdichada, en contraste con una deseable deslealtad dichosa: “Para romper las cadenas del sufrimiento transgeneracional, es esencial comprender que somos profundamente leales a los mandatos familiares. Por lo tanto, es necesaria cierta deslealtad para resistir la pretensión del sistema de que uno de sus miembros se convierta, por ejemplo, en un hijo de reemplazo, como en el caso de quien es visto como sustituto de un hermano fallecido en circunstancias trágicas”.
Su invitación a desobedecer los mandatos de los ancestros se basa en una vasta experiencia con miles de alumnos y consultantes. Después de numerosos seminarios y talleres, he llegado a ver las constelaciones familiares de Garriga como una experiencia cercana a la narrativa terapéutica y el psicodrama, donde las explicaciones mágicas de los mistagogos se vuelven completamente innecesarias. Profesional pragmático y escéptico, alérgico a los aquelarres esotéricos, Garriga afirma que “para participar en una constelación familiar, no es necesario creer en nada”.
⁄ Una literatura del yo da paso a la literatura del nosotros familiar, para entender mejor la identidad
Las constelaciones de Garriga exploran el relato familiar oficial, a menudo plagado de buenos y malos, agresores y víctimas, admitidos y excluidos… Su enfoque facilita la construcción de un relato alternativo que el consultante pueda confrontar con el que le oprime y le causa sufrimiento, en una pedagogía del sí a la vida y el respeto a los hechos tal como fueron; algo que, según Garriga, “es el alfa y el omega de las constelaciones”. Nietzsche y su amor fati reverberan profundamente en su trabajo.
Schützenberger, Garriga, Hellinger y otros autores trazan directrices comunes para adentrarse en el trauma transgeneracional. En el núcleo de su enfoque está lo que podríamos definir como la influencia de los ancestros: los traumas, decisiones y experiencias de nuestros antepasados moldean profundamente nuestra vida emocional y conductual. Las dinámicas familiares, los secretos y los duelos no resueltos se transmiten de generación en generación, afectando la manera en que los descendientes perciben el mundo y se relacionan con los demás.
Son también fundamentales las lealtades invisibles: existe una conexión emocional, a menudo inconsciente, que liga a los descendientes con sus ancestros. Estas lealtades pueden llevar a la repetición de patrones familiares o a la toma de decisiones que honran la historia familiar, incluso a expensas de la propia felicidad.
La teoría transgeneracional plantea que, en términos emocionales, el tiempo no es lineal: los traumas no resueltos de los ancestros pueden congelarse en el tiempo, a la espera de que un descendiente los enfrente. Así, lo que permanece sin resolver en una generación puede manifestarse en la siguiente, convirtiéndose en un fértil abono no solo para el autoconocimiento, sino para convertir la propia historia de vida en literatura.
Se sugiere, así, una transmisión intergeneracional de patrones y creencias que influye profundamente en la identidad y el comportamiento de los descendientes, quienes cargan con pesos que no les pertenecen. Un hijo de un sobreviviente de guerra, por ejemplo, puede experimentar ansiedades específicas sin haber vivido el conflicto, como ilustran diversos casos bien documentados.
La teoría transgeneracional también considera el contexto social y cultural en el que se desarrolla cada familia: factores como la clase social, la cultura, la religión y las expectativas sociales modulan cómo se transmiten y reinterpretan los patrones familiares. A la vez, existen posibilidades de reparación generacional: la teoría sugiere que los descendientes pueden abordar y sanar las heridas del pasado, asintiendo a los hechos tal como sucedieron, sin negarlos más, renunciando al peso del secreto familiar, o integrando la experiencia del clan en la propia narrativa de vida.
EN LA NARRATIVA:
Más allá del retorno cíclico del mito, ¿existe una influencia real de la teoría transgeneracional en la narrativa actual? En el panorama literario, parece que cada vez más autores recurran a esta herramienta para abordar la historia familiar, a menudo sin mencionarlo explícitamente, lo que les permite explorar cómo los antecedentes familiares afectan en las decisiones, las relaciones y las identidades de sus personajes. Estamos frente a nuevas formas de indagar el pasado a través de la literatura y ante nuevos narradores que, en muchos casos, han pasado por terapia (mis disculpas a los alérgicos al diván). Son escritores que se conocen a sí mismos en esa doble vertiente del autoconocimiento que no solo significa conocer mis rasgos de carácter y los mecanismos de defensa sobre los que lo sustento, sino también indagar quién soy yo más allá de mí, o al menos, quién soy más allá de la charla inagotable en mi cabeza.
Muchos de estos narradores, por cierto, se han desplazado al asilo a interrogar a la abuela, o al registro civil en busca de partidas de nacimiento perdidas, han desenterrado secretos familiares, han visitado el manicomio donde sus ancestros quisieron enterrar en vida a la tía loca … Han entendido, en fin, la importancia del trauma transgeneracional como una pieza clave de la salud mental y emocional en el presente.
Sus historias entrelazan, inevitablemente, diversas líneas temporales y relacionales, a menudo a través de generaciones, con técnicas narrativas que incluyen el uso de múltiples perspectivas para dotar de voz a diferentes miembros de la familia: todo un exorcismo.
En la literatura de los últimos años, destacan numerosas novelas que abordan la temática del trauma transgeneracional y la investigación del árbol genealógico, explorando cómo las historias familiares y los secretos se transmiten de generación en generación. Algunos ejemplos incluyen La amiga estupenda, de Elena Ferrante, que muestra un complejo universo relacional, o El pacto del agua, de Abraham Verghese, que aborda el citado síndrome de repetición de tragedias. Estaba en el aire, de Sergio Vila-Sanjuán, explora cómo el trauma heredado moldea la identidad de sus personajes a través de sus secretos. Volver a casa, de Yaa Gyasi, y Pachinko, de Min Jin Lee, cuentan la lucha por liberarse de patrones destructivos heredados. Autoras como Kate Morton en El jardín olvidado o Gemma Lienas en El hilo invisible nos hablan de sagas familiares que abarcan generaciones. Hay una gran literatura autobiográfica donde mamá es fundamental, como Apegos feroces, recuperada por Sexto Piso, donde una Vivian Gornick ya madura conversa con su anciana madre por las calles de Manhattan, en unos paseos llenos de recuerdos y reproches. Y hay una gran literatura sobre el duelo y la ausencia, como Lo que no tiene nombre, donde Piedad Bonnett explora el dolor por la pérdida de su hijo, la fragilidad de la vida y el papel de la literatura, capaz de reordenar las ausencias que deja la muerte.
⁄ Heridas no resueltas de antepasados pueden repercutir en la psique y la salud física de las nuevas generaciones
El reciente trabajo de Natalia Litvinova en Luciérnaga (2024), que examina su historia familiar asomándose a la tragedia de Chernóbil, y el de Pilar Quintana en Los abismos (2021), que aborda la repetición de patrones entre madres e hijas, también son ejemplos de esta ya tradición. Obras como Hamnet, de Maggie O’Farrell, y la narrativa de Ignacio Martínez de Pisón, que explora la complejidad de los vínculos familiares, completan este breve panorama de exploración literaria del trauma transgeneracional. (En Ropa de casa, 2024, Martínez de Pisón se centra en “poner en orden el pasado familiar” y escribe con humildad: “La mía ha sido una vida pequeña”).
El cambio de una literatura del yo a una literatura del nosotros familiar es un reflejo de nuestra evolución en la comprensión de la identidad y el sufrimiento humano. Curar(se) traumas a través del relato literario ya no está mal visto por la intelligentsia, igual que ya nadie considera que la novela negra sea un género menor. La literatura siempre fue catártica, y hoy, esa función exorcizante responde a un interés cultural más amplio por comprender cómo los legados emocionales afectan nuestra vida presente en todas sus dimensiones.
Así, la frase de Tolstói que abre este artículo adquiere un sentido más profundo, y también venenoso: si tú, lector, opinas que tu familia es completamente funcional, tienes una cita ineludible con el terapeuta familiar. Aún no has comprendido que todas las familias son más o menos disfuncionales. Y en eso, aunque solo sea en eso, también diría Tolstói que todas las familias se parecen, incluida la mía. Y la tuya.
