La reciente concesión del premio Nobel de Literatura a Han Kang, primera representante de las letras coreanas en alzarse con él, fue un acto tan político como lo habría sido fallar a favor de una autora ucraniana o palestina, es más, de haber obtenido el premio Nobel de la Paz no tendría que haber despertado más estupor que la edición en que Bob Dylan la precedió. La de Kang es una escritura torturada, denunciativa, a momentos perturbadora y seca, que hurga en la herida, se formula preguntas incómodas y persigue demonios.
El cuerpo y la voz han sido agentes de resistencia –ergo, entes políticos– en contextos históricos y familiares marcados por la violencia, el abuso y la represión. Al mismo tiempo, busca la ternura y la calidez, se ensimisma en los destellos de belleza que nos rodean, no renuncia a celebrar los rincones poéticos del mundo, le canta al amor y a la amistad. En el lodo, brotan flores. Al otro lado del trauma, aguardan senderos de crecimiento.
Sirva este preámbulo para situar al lector no familiarizado con Kang –y por extensión con la literatura oriental– en un terreno que puede resultar desconcertante por el modo inextricable en el que luz y sombra, crudeza y epifanía, se entrelazan. Todavía más por el hecho de que la alegoría y el símbolo, igual que el plano onírico, son claves de desciframiento fundamentales, con el consiguiente riesgo de no dar con la combinación que abra los sentidos de lo narrado. Lo mejor es dejarse llevar, entregarse al misterio, porque sus libros parecen muchas veces escritos para sentirse, abrazar su congoja, respirar hondo, colocarnos la mano en el estómago para notar sus nudos y flotar durante los pasajes etéreos.

La coreana Kang en una pantalla de televisión cuando le concedieron el premio Nobel de Literatura
Imposible decir adiós, última novela de la coreana, merecedora del premio Médicis Étranger, arranca con una pesadilla personal y concluirá con una pesadilla colectiva, pero también con un personaje deshecho que habrá redimensionado su existencia. Gyeongha –una escritora que es trasunto de su creadora pues se nos dice que firmó un libro sobre la masacre de Gwangju, que vendría a ser Actos humanos, recientemente vertido al castellano y catalán– lleva mucho tiempo sumida en un agujero de pérdidas personales, insomnio y dolor, al tiempo que teniendo un sueño recurrente con una llanura, troncos negros, marea alta y huesos.
⁄ Puede resultar desconcertante por el modo en el que luz y sombra, crudeza y epifanía, se entrelazan
Un día, recibe una llamada desde el hospital de una amiga –ex fotógrafa con la que había trabajado en una serie de reportajes y que más tarde se volcó en la carpintería–; ha sufrido un accidente con una sierra –la curación con agujas no es apto para mentes sensibles, como algunos fragmentos de La vegetariana– y necesita que acuda a su taller en la isla de Jeju a alimentar a su cotorra.
Gyeongha cumplirá con su deseo en una odisea de aviones, autobuses y caminatas bajo un frío, una ventisca y una nieve perennes (la capacidad de Han Kang a la hora de envolvernos en los fenómenos físicos y meteorológicos es extraordinaria). Este trayecto, tan cargado de irrealidad, malos presagios y contratiempos extraños que perfectamente podría haber sido imaginado por Hayao Miyazaki o Haruki Murakami, la acabará depositando en el hogar de su amiga.
En este punto –o tras esta primera parte, la más disfrutada por el crítico– comienza otra novela, como si la protagonista hubiese cruzado un portal donde convergen el presente sobrenatural y el pasado terrorífico. Testimonios, tiempos históricos, recuerdos e imágenes marcados por el sufrimiento se entregan a una danza fantasmagórica, a una catarsis, a una cámara de ecos, todo ello bajo un delicado juego de formas cambiantes por medio de los copos de nieve del exterior y la llama de una vela en el interior (de nuevo, el horror y lo hermoso dentro de un puño cerrado).
Si no ha sacado mucho en claro, piense que para Kang las palabras siempre están en paradójica lucha por trascender lo expresable con palabras, transmisoras imperfectas de lo más profundamente humano.
Han Kang
Imposible decir adiós / Els adeus impossibles.
Traducción al castellano de Sunme Yoon; al catalán, de Hèctor Bofill y Hye Young Yu.
Random House / La Magrana.
256 / 328 páginas. 21,90 euros