‘Los ensayos’ o la magia de la televisión

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La segunda temporada de ‘The Rehearsal’ (‘Los ensayos’, HBO), una creación del cómico canadiense Nathan Fielder, es una de las mejores de la historia televisiva. Analizamos su novedad y su importancia

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Un fotograma de 'Los ensayos’, con su creador y protagonista, Nathan Fielder 

HBO

Además de cómico y artista, Nathan Fielder es un mago aficionado que ha ido preparando durante mucho tiempo ese alucinante truco de magia que es la segunda temporada de Los ensayos (HBO). Para ello fue, sucesivamente, youtuber de humor muy propio, guionista de Canadian Idol, autor de la serie de autoficción Nathan for you (Comedy Central, 2013-2017), productor de How To with John Wilson (HBO, 2020-2023) y creador de la sátira The Curse (SkyShowtime, 2023), que protagonizó junto a Emma Stone. Siempre ha jugado no sólo con la frontera borrosa que separa la ficción del documental, sino también con los límites ambiguos de la pantalla. Para un episodio de Nathan for you abrió en Los Ángeles una cafetería paródica llamada Dumb Starbucks Coffee, sin revelar que él estaba detrás. Su existencia trascendió las necesidades del rodaje. Puso en jaque tanto a sus clientes como a la empresa Starbucks. Fue una intervención en la realidad que recuerda mucho a la de ciertos artistas conceptuales.

Los ensayos es una serie de televisión conceptual. Todo gira en ella alrededor del concepto de simulación. Si en la primera temporada se construyeron reproducciones exactas de los espacios donde los protagonistas podían ensayar situaciones difíciles con actores y actrices, con quienes se preparaban para una confesión, una conversación delicada o incluso la paternidad, en la realidad, en la segunda –que se ha estrenado tres años después– vemos a pilotos y copilotos actuar en una falsa terminal de aeropuerto, en un simulador de vuelo o en un concurso fake de actuaciones musicales.

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Nathan Fielder 

Allyson Riggs / HBO

⁄ La serie sorprende y maravilla con un ilusionismo que nadie se había atrevido a imaginar

En el 2022 asistimos a una vuelta de tuerca al humor absurdo de Samuel Beckett o al metateatro de Luigi Pirandello; ahora no sabemos decir con exactitud qué hemos presenciado. Porque los primeros cinco episodios prosiguen la investigación en las máscaras íntimas y sociales que todos llevamos puestas, en nuestra necesidad de simular mentalmente los escenarios del futuro, cambiando las relaciones cotidianas del ciudadano común por los problemas de comunicación entre los profesionales de la aviación comercial. Pero de pronto penetra en la comedia documental el tema del autismo. Y, en el episodio seis, Fielder nos sorprende con un giro inesperado, se saca un asombroso as de la manga y nos demuestra que todavía es posible la magia en el arte de la televisión.

Las primeras obras maestras de la tercera edad de oro, las series con las que David Chase, Aaron Sorkin o David Simon cambiaron las reglas del juego, las vimos en DVD. Los Soprano, El ala oeste de la Casa Blanca o The Wire nos revelaron su impresionante narrativa en largas sesiones que cada cual vivió en un momento distinto de la primera década del siglo, mientras se iba configurando un canon del nuevo fenómeno cultural que no era decidido por la academia ni por la crítica especializada, sino por los espectadores, la inteligencia colectiva. Después de Mad Men y Breaking Bad irrumpieron con fuerza las adaptaciones de obras literarias, que desplazaron a las historias originales tras el éxito huracanado de Juego de tronos. Y las series de alta gama se convirtieron en una realidad internacional al tiempo que los estrenos de los episodios se volvían también globales en la nueva economía y ecología de las plataformas de streaming. Ha sido en ese nuevo panorama en el que nos ha tomado por sorpresa Los ensayos, un guion absolutamente original que nos ha ido maravillando semana a semana durante dos temporadas separadas por tres años necesarios para dar el salto, hacer la pirueta, madurar una propuesta nueva de verdad y dejarnos boquiabiertos con un ilusionismo que nadie se había atrevido a imaginar.

⁄ Nathan Fielder ha demostrado que todavía hay margen para la comedia posterior a ‘Fleabag’

Ese guion, que se confunde con el proceso de edición, está configurado con materiales distintos a los habituales en el medio televisivo. Se trata de materiales documentales, literarios, dramáticos, autoficcionales o meta-artísticos que son sometidos a una artesanía de alta exigencia estilística, que nunca abandona el aspecto de un reality show. Fielder ha sido capaz de innovar y de encandilarnos con una doble recuperación inesperada: la de historias originales en una época de adaptaciones y la de la telerrealidad. Porque en 1999 nacieron, a la vez, Los Soprano y Gran Hermano; el drama escrito con la ambición de la gran novela americana y la simulación supuestamente documental de relaciones humanas melodramáticas en entornos kafkianos –una casa, una isla–; la tragedia consciente y la comedia involuntaria. Después de Better call Saul o Gomorra, en la línea del drama de ficción es muy difícil la aportación de vanguardia; pero Fielder ha demostrado que todavía hay margen para la comedia posterior a Fleabag en el campo de lo documental. Sobre todo si crees en la magia y ensayas y ensayas, en serio, para lograr hacer el truco definitivo. El de David Copperfield consistió en levitar sobre su audiencia embobada. El de Los ensayos nos ha elevado también, en un Boeing 737, para llevarnos a otro nivel.

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